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DRAGONES Y MAZMORRAS

La palabra poética

Empiezo la semana casi por el final, pues con el descalabro de las vacaciones la oferta se hizo esperar. Para mí, empezaría con la presentación del libro de Ana Ajmátova y Marina Tsvetáeiva, en el Círculo de Lectores, publicado en la editorial de la casa (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores). Se trata de la antología El canto y la ceniza, de la que ya les hablé en el resumen del año, que reúne, traducida y escogida por Monika Zgustova y Olvido García Valdés, una magnífica selección de poemas de ambas escritoras.

Empiezo la semana casi por el final, pues con el descalabro de las vacaciones la oferta se hizo esperar. Para mí, empezaría con la presentación del libro de Ana Ajmátova y Marina Tsvetáeiva, en el Círculo de Lectores, publicado en la editorial de la casa (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores). Se trata de la antología El canto y la ceniza, de la que ya les hablé en el resumen del año, que reúne, traducida y escogida por Monika Zgustova y Olvido García Valdés, una magnífica selección de poemas de ambas escritoras.
Anna Ajmátova.
No conozco mejor manera de presentar un libro de poesía, ni mayor celebración de la palabra poética, que su lectura en voz alta, y es lo que hicieron las antólogas, alternando el ruso y el español, y, como me comentó Jenaro Talens, presente en el acto (ya verán por qué), no sólo no importaba no entender el ruso –la musicalidad de una lengua basta para hacer agradable su escucha–, sino que se podían percibir las enormes diferencias que hay, poéticamente hablando, entre las dos poetisas rusas. En efecto. Poética y vitalmente no podían ser más opuestas, aunque las uniera el trágico destino de vivir en la Unión Soviética y padecer la persecución, tanto de los suyos como de sus propias personas.
 
Estas mujeres, tan distintas que en la vida real apenas coincidieron, aparecen aquí unidas en un solo volumen, y tiene sentido. A veces, lo que separa a las personas en vida es lo que les une en la historia. En este caso, el ya mencionado y dramático contexto histórico, unido a un apogeo del ingenio poético sin parangón, como si desdicha y talento fueran a la par.
 
Tuvieron mala pata esas personas. Desde los pobres campesinos, de cuyo martirio se hacía eco Platónov en Chévengur, hasta los artistas más sofisticados, entre los que figuran estas dos mujeres, flor y nata de la intelectualidad.
 
Personalmente, me atrae más la figura de Ajmátova que la de Tsvetáeiva, con todo muy admirada, tal vez porque haya leído más cosas sobre la primera que sobre la segunda. Creo, por otra parte, que su vigorosa figura de resistente a ultranza suscita también más mi admiración que la romántica y desdichada Tsvetáeiva. Yo leí hace tiempo una biografía que escribió su secretario, Anatoly Neiman, y sigo recordando algunos detalles. Él la conoció ya mayor; una mujer de opiniones contundentes y arrebatadas, con unas ideas muy férreas sobre lo que ella llamaba "destino del poeta".
 
John Milton.Consideraba que con Blok y con ella había empezado algo nuevo. Desde su situación relativamente "privilegiada", ayudó cuanto pudo a sus amigos: a Brodsky mientras estuvo deportado y a Mandelstam, de cuya viuda decía Ajmátova cosas terribles. Tenía fobia a Chéjov y veneraba a Pushkin (el cual, tengo entendido, sin recordar dónde lo he leído, que regalaba argumentos al primero), su poeta preferido junto a Dante y Shakespeare, y admiraba también a los poetas españoles, especialmente a León Felipe y, entre los americanos, a Gabriela Mistral. Decía que, en poesía, los españoles eran dioses y los rusos semidioses.
 
Comprenderán que, en este estado de encendido lirismo, volviera al día siguiente al Círculo de Lectores, a la presentación a la prensa de El paraíso perdido de Milton (edición bilingüe), en traducción de Bel Atreides. Y ahí es donde vuelve a aparecer Jenaro Talens, al que me había encontrado el día anterior en la velada rusa, pues ejercía de presentador de la cosa. Si el jueves el lleno fue total, no crean que la sesión de la mañana estuvo menos concurrida. Ya es extraño, a esas horas y con ese tema, que en un Madrid generalmente abarrotado de citas con las letras estuviéramos ahí todos los que nos dedicamos a estas tareas supuestamente culturales y unos cuantos más, lo cual confirma mi teoría, avanzada al principio de esta crónica, de que las editoriales se están retrasando. ¡Ya verán la semana que viene!
 
Este libro viene a añadirse a una larga serie de traducciones anteriores, hechas, según señaló Talens, por eruditos para eruditos. Si a la dificultad que tiene el público en general de acceder a los clásicos, por una multiplicidad de razones (entre las que Talens enumeró como principales el espesor de los siglos y la falta de referencias culturales del lector actual), añadimos la de una traducción excesivamente erudita, luego plúmbea, nos quedamos con que no hay mejor definición de clásico que la de un escritor que no hace falta leer para conocerlo, como pasa con Cervantes, Dante, Shakespeare y todo el Canon.
 
Talens elogió la presente traducción porque la competencia filológica y lingüista de Bel Atreides (nombre, a mi entender, predestinado para ser llevado por alguien que, como él, sabe incluso sánscrito) se ve aderezada por la amenidad de la expresión en la lengua de llegada. Milton, el segundo gran ciego de la literatura universal, ha encontrado, pues, un magnífico lazarillo al castellano.
 
Atreides habló sobre el significado de la obra y la identificación del verdadero protagonista: ¿Satán? ¿Dios? ¿Cristo, hijo de Dios hecho hombre? Satán aparece al principio como el favorito, personificando al rebelde, al adolescente brillante que no quiere obedecer a nadie y se rebela. Dios omnipotente contraataca y se muestra orgulloso y totalitario. Satán se degrada; se vuelve demagógico y envidioso de Dios y de las criaturas de Dios. Pero por fin Cristo aparece y reclama una voz independiente y conciliadora.
 
Hay muchos otros interrogantes y alcances en la obra y en la vida de Milton, poeta y politólogo, que pueden despejarse con la atenta lectura de la introducción, obra también de Bel Atreides. Ahora falta que los críticos lo celebren y los lectores lo disfruten.
 
 
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