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MUNICH

La michaelmoorificación de Spielberg

La última película de Steven Spielberg, Munich, situada en 1972-73, termina con los dos personajes principales en Brooklyn, recortados contra un plano de Manhattan en el que aparece la silueta de las Torres Gemelas del World Trade Center (pista: las mismas que destruyeron 19 salvajes una treintena de años después). Todo el filme de Spielberg es una progresión hasta ese plano, pretendidamente simbólico. El terrorismo es una respuesta a un contexto de injusticia original, responder al terrorismo es incitar a una multiplicación de sus efectos, la solución estriba en el entendimiento mutuo y otros clásicos del Diálogo de Civilizaciones.

La última película de Steven Spielberg, Munich, situada en 1972-73, termina con los dos personajes principales en Brooklyn, recortados contra un plano de Manhattan en el que aparece la silueta de las Torres Gemelas del World Trade Center (pista: las mismas que destruyeron 19 salvajes una treintena de años después). Todo el filme de Spielberg es una progresión hasta ese plano, pretendidamente simbólico. El terrorismo es una respuesta a un contexto de injusticia original, responder al terrorismo es incitar a una multiplicación de sus efectos, la solución estriba en el entendimiento mutuo y otros clásicos del Diálogo de Civilizaciones.
Detalle del cartel de MUNICH.
La violación de este código bienpensante por Israel, argumento próximo del filme, y por extensión por EEUU, desemboca en ese plano ominoso del World Trade Center y la moraleja implícita de que la política israelo-americana desde 1973 ha alimentado el terrorismo antioccidental hasta el paroxismo actual. Desgraciadamente, también conduce a que Spielberg nos inflija tres horas de un libelo superficial y tramposo, disfrazado de diálogo profundo sobre el bien, el mal y el llamado "ciclo de violencia" en Oriente Medio. La solución de Spielberg es que si Israel nunca respondiera a los ataques, ese ciclo infernal terminaría. Cierto, terminaría por la desaparición del Estado de Israel.
 
Munich fue el escenario del secuestro y asesinato de once atletas israelíes durante los Juegos Olímpicos de 1972. La película cuenta la historia de lo que pasó después, cuando Israel eliminó a varios cabecillas del grupo palestino Septiembre Negro, que sembró Alemania de cadáveres judíos por primera vez desde el Holocausto.
 
Que Israel asesinó a varios de los líderes de Septiembre Negro en Europa y Oriente Medio durante el año posterior es un hecho. Pero el relato de la película es ficción. Lo es en cuanto a sus personajes, en cuanto a las circunstancias y en cuanto a los motivos. La propaganda de la película, sin embargo, hace creer que es una recreación, más o menos histórica, de la "venganza" israelí. ¿Dónde hemos visto antes esta presentación documental de la ficción al servicio de la crítica "política"?
 
Ariel Sharon.Sí. Exactamente. En ese Michael Moore.
 
El guión de Spielberg está basado en el libro Vengeance, de George Jonas, cuya fuente es un cierto Yuval Aviv, en quien se inspira el personaje principal, Avner Kauffman, interpretado por Eric Bana. Tanto el libro como su fuente son falsificaciones históricas de personas que no tuvieron participación en los hechos, ni acceso a las decisiones ni a documentos que, por su propia naturaleza, están clasificados. Así que, en ausencia de realidades, la ultimación del guión corre a cargo de Tony Kushner, cuya opinión sobre el Estado de Israel es que es "una calamidad política, moral e histórica", y sobre Ariel Sharon, que es un "criminal de guerra". No voy a discutir con opiniones como éstas, que son probablemente mayoritarias en Europa, pero ni siquiera los líderes de Hamas pretenderían pasar con estos mimbres por sofisticados y equidistantes historiadores.
 
El guión de Spielberg-Kushner sigue a un agente del Mossad, Avner, desde que la primera ministra Golda Meir –convertida en apologeta de la guerra sucia: "Toda civilización tiene que hacer transacciones con sus valores"– le encarga, después de la masacre de Munich, liderar una especie de escuadrón secreto de la muerte en la periferia del Mossad. Los propios servicios secretos israelíes le proporcionan la identidad de los dirigentes palestinos a quienes tienen que asesinar.
 
El grupo de Avner –a quien, como en las peores caricaturas antisemitas, se muestra en múltiples oportunidades contando el dinero de que disponen para cada asesinato o hablando de él– comienza matando a un venerable profesor palestino en Roma, continúa atentando en París contra otro palestino, amante padre de familia y cuya encantadora hija toca el piano, y volando en pedazos a un amabilísimo tercero en Atenas; liquidando, para concluir, a un militante en Chipre con quien Avner debate sobre el sentido de la existencia. Spielberg tiene un éxito rotundo en humanizar a los terroristas, en evitar cualquier tentación de ponerles cuernos y rabos y demonizarlos.
 
Steven Spielberg.No, por favor. Todas esas características son exclusivas de los israelíes, cuya vesania criminal durante toda la película les acerca mucho más al modelo de banda mafiosa que va golpeando en todas direcciones con absoluto abandono de su propia humanidad. O de escuadrón de las SS. También el guión tiene espacio para un sionista nazi rubio y de ojos azules, Steve, a quien, por propia declaración, sólo le "importa" la "sangre judía". Todo muy edificante.
 
Pero con Spielberg siempre hay redención posible. Avner va experimentando una epifanía moral que le lleva a la duda, primero, y a la paranoia antiisraelí, al final. Cuando Avner vuelve a Israel, es patente que no se reconoce en el Estado que le ha enviado como ángel vengador a Europa. Cuando dos soldados le felicitan en el aeropuerto, Avner les mira con el ensimismamiento condescendiente de un alma bella que estuviera viendo la foto de las Azores. Inversamente, Israel ya no se reconoce en Avner, una vez que éste desarrolla una conciencia moral. Así, Ephraim (el contacto del grupo en el Mossad, interpretado por un judaizadísimo, en el sentido más puerilmente estereotípico, Geoffrey Rush) se niega a compartir el pan con Avner al final del filme. Avner se establece en Brooklyn, abjurando de Israel, estado incompatible con su redimida humanidad.
 
Incluso si a uno le va el subtexto político de Munich, es difícil que le vaya el contexto cinematográfico. En un guión pretendidamente de suspense, pero sin tensión dramática, Spielberg recurre a "flashbacks" (bastante horteras, digámoslo así) de la masacre de la Villa Olímpica para insertar artificialmente el drama. En un momento especialmente vulgar, Avner recrea en su mente la ejecución de los rehenes israelíes mientras practica el sexo con su mujer. No me pregunten por el sentido profundísimo de esa asociación. No me atrevo a especular.
 
Con un guión pretencioso y políticamente caricaturesco, los actores carecen de ninguna dimensión en este libelo. Erica Bana deambula por la película pensando que la confusión moral se expresa mejor en un registro monocorde que parece dar a entender que el despertador ha sonado cinco minutos antes. Geoffrey Rush trata de parecerse a un grabado de los Sabios de Sión. El resto es perfectamente olvidable. Por decir algo inmerecidamente positivo de Munich, la caracterización física de la época está, como siempre, admirablemente conseguida.
 
Desgraciadamente, la caracterización política no, en tanto corresponde a la actualidad rabiosa de la lucha heroica de Hollywood contra Bushhitler. Antes me preocupaba que la corrección política haya impedido la elaboración de una película sobre el 11 de Septiembre. Después de ver Munich, me preocupa más que se haga. Pensándolo bien, ese último plano del World Trade Center tal vez sea una amenaza de que Hollywood se propone "interpretar" también los atentados del 11-S.
 
 
Munich (EEUU). Director: Steven Spielberg. Guión (basado en Vengeance, de George Jonas): Tony Kushner y Eric Roth. Música: John Williams. Intérpretes: Eric Bana, Geoffrey Rush, Lynn Cohen. Estreno en España: 27 de enero.
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