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CIENCIA

La Luna, inalcanzable

La NASA ha hecho un anuncio esta semana que en otro contexto histórico habría sido un bombazo. Su director general, Michael Griffin, comunicó las intenciones de la agencia de poner en la superficie lunar a cuatro astronautas antes de 2020.

La NASA ha hecho un anuncio esta semana que en otro contexto histórico habría sido un bombazo. Su director general, Michael Griffin, comunicó las intenciones de la agencia de poner en la superficie lunar a cuatro astronautas antes de 2020.
Hace diez años la noticia habría sido recibida con algarabía por medio mundo. Hoy, sometidos a la presión de los huracanes, escépticos ante los últimos fracasos de la exploración espacial, y, sobre todo, conocedores de que la NASA pasa por uno de los peores momentos de su historia, los expertos no han pasado de mirarse incrédulos y hacer como que no han oído.
 
Si se hurga un poco en la comunidad científica internacional, nadie se cree de veras el anuncio. Pero nadie deja de desear que sea cierto.
 
Griffin desveló los planes de lo que puede ser la misión más importante de las próximas décadas de carrera espacial. Se trata de enviar algunos vehículos de transporte, similares a los que servirán para enviar cargamento y tripulación a la Estación Espacial Internacional, hacia otro destino algo más lejano: la Luna.
 
El plan consta de varias fases. La primera consistiría en colocar en suelo lunar una base aterrizadora y un equipo de despegue sin tripulación. Más adelante, cuatro astronautas serían enviados a la órbita de nuestro satélite para, después, hacerlos descender a la superficie, donde pasarían siete días explorando y trabajando, antes de volver con parte del material enviado en la primera fase.
 
Suena apetecible, pero, según más de un experto, también suena a imposible.
 
Desde que en 1972 se canceló definitivamente el proyecto Apollo, que puso en órbita nueve misiones desde 1968 y permitió que doce hombres cumplieran su sueño de viajar a la Luna, nuestro satélite natural no ha sido precisamente un polo de atracción de las agencias espaciales. Se han enviado varios instrumentos de investigación científica estadounidenses, europeos y japoneses, pero no se había vuelto a plantear tan seriamente como ahora la posibilidad de volver a visitarlo.
 
El actual anuncio de la NASA ha llegado por sorpresa, en el momento menos esperado. El accidente del Columbia en 2003 fue un golpe demasiado duro para la agencia. El susto que medio mundo se llevó cuando, este mismo año, el Discovery estuvo a punto de padecer una tragedia similar ha terminado de estropear las cosas. La NASA ha pospuesto su programa de lanzaderas espaciales y se ha visto sometida a una lluvia de críticas. El ciudadano americano, que es a fin de cuentas el que paga la cuenta, ha empezado a mirar con recelo las gigantescas inversiones en el Cosmos. De repente, la ciencia y el desarrollo tecnológico, en los que siempre ha creído, se han vuelto inútiles para afrontar desastres como el del huracán Katrina. El escepticismo se ha adueñado de las almas y de los bolsillos. Sobre todo de estos últimos.
 
La misión lunar propuesta esta semana costará 104.000 millones de dólares. El presupuesto actual de la agencia es de 16.000 millones. Los técnicos aseguran que la misión puede afrontarse por fases independientes. No es necesario, dicen, incrementar en exceso el presupuesto: se irá pagando conforme se vayan cumpliendo estadios del proyecto.
 
Pero algunos críticos aseguran que esto es lo mismo que construir castillos de arena. Una misión de este calado sólo es posible si se afronta globalmente, se retiran los fondos totales de antemano y se garantiza el apoyo del Congreso, sea cual sea su signo político futuro. Las Apollo eran algo más que misiones científicas: eran parte de un plan nacional que enorgullecía a todos los americanos en el contexto de la Guerra Fría. Pero ahora las cosas han cambiado. Sin enemigo a quien vencer, la carrera espacial es un aburrido monólogo demasiado expuesto a los vaivenes políticos. ¿Quién garantiza que un futuro presidente de Estados Unidos no decida sustituir esta gigantesca inversión por otra de mayor rédito popular?
 
Los datos cantan. En 1968, cuando se inició la saga Apollo, la NASA se beneficiaba del 4% del presupuesto federal; hoy sólo recibe un 0,7%. En este entorno se hace difícil pensar que los científicos sean capaces de conseguir el consenso político necesario para que la misión no vaya a pique.
 
Algunos opinan que éste era el momento para proponer un golpe definitivo de timón. Es posible que la concepción tradicional de las misiones exploratorias (enviar pequeñas naves tripuladas en una serie de viajes de ida y vuelta) haya envejecido. No son pocos los críticos que exigen a la NASA "savia fresca", nuevas generaciones de ingenieros capaces de encontrar otro modo de hacer las cosas. Y la misión propuesta para 2020 no es más que una repetición técnica de las estrategias utilizadas en las Apollo.
 
En definitiva, la Luna puede que sea, hoy por hoy, un sueño inalcanzable. Quizás, en el fondo, no haya sido más que un bello intento de devolver a la Agencia Espacial el glamour que parece estar perdiendo a chorros. En 2020 seguiremos informando.
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