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EL DILEMA MORAL DE LAS SOCIEDADES LIBRES

La libertad en la encrucijada

Muchos estarán de acuerdo en que las dos visiones del futuro más poderosas del siglo XIX pertenecieron a Karl Marx y a Alexis de Tocqueville. De ser esto cierto, es la del último la que parece haber triunfado. El fracaso del comunismo en Europa Central y Oriental y en la antigua Unión Soviética hubiese deleitado a este aristócrata francés, quien durante sus últimos años identificó el emergente movimiento socialista con una nueva amenaza para la libertad.

Muchos estarán de acuerdo en que las dos visiones del futuro más poderosas del siglo XIX pertenecieron a Karl Marx y a Alexis de Tocqueville. De ser esto cierto, es la del último la que parece haber triunfado. El fracaso del comunismo en Europa Central y Oriental y en la antigua Unión Soviética hubiese deleitado a este aristócrata francés, quien durante sus últimos años identificó el emergente movimiento socialista con una nueva amenaza para la libertad.
Alexis de Tocqueville.
Sin embargo, según se acercaba el fin de sus días, el propio Tocqueville se tornó claramente más pesimista acerca del futuro de la libertad. A su regreso de América, en 1832, el autor de textos tan influyentes como La democracia en América y El Antiguo Régimen y la Revolución se involucró en la política de la Francia de Orleans. Apesadumbrado, Tocqueville halló la experiencia muy frustrante. Muy pocos políticos entendieron su acertada intuición de que la destrucción del poder aristocrático en la Revolución francesa, el asalto a la Iglesia católica y la centralización de la autoridad del Estado habían destruido eficazmente las principales instituciones que salvaguardaban la autonomía local, de modo que la sociedad francesa se encontraba mal preparada para cuidar y mantener las instituciones libres.
 
Esto se hizo evidente tras del fracaso del régimen de Luis Felipe, más conocido como el Rey Ciudadano, en 1848. La posterior Segunda República francesa resistió con éxito los intentos de los agitadores jacobinos y socialistas por destruir la nueva democracia, que se extinguiría a raíz del golpe de Estado del presidente de la república y sobrino de Napoleón, Luis-Napoleón Bonaparte, en 1851.
 
El mundo de la Francia de Tocqueville, una sociedad caracterizada por una inestabilidad política crónica, parece muy lejano cuando miramos hacia el pasado desde la cúspide del siglo XXI. En comparación, las sociedades democráticas occidentales parecen extraordinariamente firmes. Tal vez la reflexión más valiosa de Tocqueville fuera que las amenazas más insidiosas para la libertad en el futuro democrático no procederían de enemigos externos o de aquellos que albergan inclinaciones autoritarias. Una de las ideas centrales de su Democracia en América es que las sociedades libres no aguantarían el declive interno si la moral de la libertad era socavada. Tocqueville insistió en que "no puede decirse más veces: nada es más fértil que el arte de ser libre, pero nada es más duro que el aprendizaje de la libertad".
 
La advertencia de Tocqueville pudo resultar extraña para sus contemporáneos. Aun así, tal y como demuestra la experiencia de la Alemania de Weimar, ni la democracia constitucional construida con la mayor precisión durará si el pueblo no está suficientemente formado en las responsabilidades que la libertad entraña. El propósito de este libro es hacer una modesta contribución a este objetivo, presentando al lector algunos de los debates filosóficos subyacentes al carácter de la libertad, y también formular una idea de libertad y de sociedad libre que satisfaga las demandas de la razón práctica. Por "razón práctica" no me refiero a lo que es eficiente o factible. Por el contrario, la razón práctica nos lleva a pensar en lo que debemos hacer cuando decidimos y (...) actuamos.
 
Cualquier tratado sobre una sociedad libre implica intentar aclarar qué queremos decir cuando hablamos de la libertad. Para describir las divisiones intelectuales contemporáneas sobre la naturaleza de la libertad, este libro comienza delineando el abismo en la interpretación de la palabra libertad que separa a dos ingleses autodefinidos como liberales del siglo XIX, lord Acton y John Stuart Mill.
 
Según los lectores avancen a través de los capítulos, pronto distinguirán que el autor se coloca firmemente en el campo "actoniano". Esto refleja la convicción razonada de que cada persona en posesión de plenas facultades mentales es capaz de conocer la verdad, y que sin ella la autentica elección libre es imposible. Aquí merece la pena destacar que nada en este libro es defendido por meras apelaciones a tal o cual autoridad. Los adagios latinos tienen su sitio, pero no son apropiados en el argumento filosófico sobre la naturaleza de la libertad.
 
Los iniciados en teoría política y moral reconocerán las dos principales fuentes intelectuales de este libro. La primera es Tocqueville. Las preguntas que se hizo sobre el mundo legado por los acontecimientos de 1789 mantienen hoy su importancia en cualquier reflexión sobre la libertad. La segunda fuente es la teoría moral asociada con el trabajo del teólogo Germain Grisez y los magistrados John Finnis y Robert P. George. Este libro no añade ningún conocimiento nuevo a sus ideas (la llamada Nueva Escuela del Derecho Natural). Sin embargo, aquí intentaremos presentar a los lectores las premisas básicas de esta teoría, precisamente por su capacidad de tratar la libertad humana de forma coherente con la realidad moral del hombre. La idea de libertad expresada por Grisez, Finnis y George se corresponde, al igual que este libro, con los conceptos de "autodominio", "realización integral" o, sencillamente, "libertad esencial".
 
No obstante, estos puntos de referencia principales no deberían oscurecer el hecho de que este libro engloba el trabajo de otros pensadores que se definieron a sí mismos como "liberales". Los lectores captarán rápidamente que también tengo en cuenta que muchas de las contribuciones liberales a la idea de libertad resultan incoherentes y están basadas en una serie de racionalizaciones. Sin embargo, hay en estos textos importantes reflexiones que bien pueden integrarse en el proyecto de libertad ordenada.
 
Más allá de estas consideraciones sobre la filosofía y las polémicas filosóficas, este libro también intenta por todos los medios recordarnos por qué la libertad es importante. Así, sugerimos que la principal defensa de la sociedad libre no se halla en su gran prosperidad material. Las justificaciones fundamentales para la sociedad libre –incluyendo su dimensión económica– radican en el campo moral. Sólo cuando esto sea entendido estaremos bien capacitados para defender a una sociedad libre contra sus amenazas más sutiles.
 
Por ejemplo, es improbable que las sociedades occidentales se enfrenten, por lo menos a corto plazo, a una crisis como la que paralizó Europa en los años treinta. Una descarada voluntad de poder como la de un Stalin o un Hitler no se avecina como un peligro inmediato. Las amenazas contemporáneas a la libertad son más escurridizas. Consisten en la confianza, a menudo inconsciente, en los métodos y principios de una filosofía utilitarista, no sólo entre los pensadores occidentales, también en gran parte de la población.
 
(...)
 
La religión no es un requisito previo para apreciar las ideas sobre la libertad expresadas en los seis primeros capítulos de este libro. Por un lado, puede que los no creyentes deseen limitarse a estas secciones sin preocuparse por el capítulo final. Por otro, este último capítulo puede proporcionarles información acerca de asuntos por los cuales los creyentes que valoren la libertad deben luchar en las actuales democracias liberales, plurales y laicas.
 
Ésta no es la primera vez que muchas personas en Occidente han intentado vivir como si Dios no existiese. Recordemos el ateísmo de muchos de los ilustrados franceses que dominaron la vida intelectual europea del siglo XVIII. Sin embargo, y a pesar del escepticismo actual, la mayoría de las personas de aquella época, tanto las cultas como las humildes, continuaron creyendo en un orden divino. También creían que sus acciones aquí y ahora afectarían su destino más allá de este mundo.
 
El contraste con la situación actual no podría ser más marcado. Pocas personas se describirían como ateas materialistas, aunque muchos de los llamados judíos o cristianos parecen abusar de una benevolencia divina, y creen que Dios puede ser apaciguado sin esfuerzo, o incluso sobornado. No tienen tiempo para las advertencias sobre el alejamiento de Dios, inherente a la inmoralidad y potencialmente letal.
 
A este fenómeno se refirió Platón hace unos dos mil años como uno de los tres tipos de ateísmo práctico: vivir y actuar como si Dios no existiese (si Deus non daretur). Esta actitud también socava un mensaje constantemente expresado en la síntesis entre Atenas, Jerusalén y Roma y que se halla en el corazón de la civilización occidental: verdad moral y la libertad son inseparables.
 
Esta ruptura constituye hoy en día la principal amenaza a la libertad.
 
 
NOTA: Este texto es un fragmento editado de la introducción de LA LIBERTAD EN LA ENCRUCIJADA, de SAMUEL GREGG, que acaba de publicar la editorial Ciudadela. Pinche aquí para adquirir un ejemplar a través del club Criteria.
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