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EN EL CENTENARIO DE RITA LEVI-MONTALCINI

La imperfección del corsé

En sus primeros años de vida, allá en Turín, hace un siglo, Rita Levi-Montalcini no hubiera podido sospechar que un día aparecería en el mar de vídeos de You Tube. El pasado mes de abril, la célebre Premio Nobel de Medicina y senadora vitalicia italiana fue homenajeada en su país con motivo de su centenario y su entrega a la investigación y el conocimiento.

En sus primeros años de vida, allá en Turín, hace un siglo, Rita Levi-Montalcini no hubiera podido sospechar que un día aparecería en el mar de vídeos de You Tube. El pasado mes de abril, la célebre Premio Nobel de Medicina y senadora vitalicia italiana fue homenajeada en su país con motivo de su centenario y su entrega a la investigación y el conocimiento.
Rita Levi-Montalcini.
En 1999 supe de su existencia tras la publicación de sus memorias, ella Elogio de la imperfección (Ediciones B). En aquel entonces Levi-Montalcini ya tenía noventa y seis años, a punto de cruzar el umbral ente un siglo y otro. Leí con gran interés su libro, precisamente porque esa prosa sin adornos y digresiones era el espejo de una mente puramente racional, como si ya en el vientre materno Rita hubiese sido exclusivamente diseñada para el estudio y la ciencia, ajena a lo mundano. A la hora de la repartición del genio fue ella la que recibió los dones del análisis y la observación, mientras que Paola, su hermana gemela, vino equipada con extraordinarias aptitudes artísticas. Con el tiempo Rita se dedicaría a la medicina y Paola se convertiría en una renombrada pintora.

Rita Levi-Montalcini nació en el seno de una familia acomodada cuyo patriarca, Adamo Levi, era un judío secular que vivía al margen de los preceptos religiosos y se consideraba un hombre progresista y librepensador. Sin embargo, mientras deseaba para su hijo varón, Gino, una prominente carrera, de sus tres hijas sólo esperaba que formasen un hogar. Pero muy pronto el señor Levi se tropezó con dos almas idénticas, Rita y Paola, que desde pequeñas se resistieron a ser encorsetadas en los rígidos valores victorianos de una ciudad de provincias. Las dos hermanas construyeron su propio mundo, al que también invitaron a su hermano, de temperamento creativo y con una temprana vocación por la arquitectura, y a Anna, su hermana mayor, cuya inclinación por la literatura se vio interrumpida por el matrimonio y los hijos.

Es verdad que Adamo Levi no imaginaba a las mujeres de la casa más allá de los fogones y las mesas camillas, pero tanto sus propias inquietudes intelectuales como la sensibilidad de su esposa facilitaron un ambiente en el que la joven Rita se encendió con los libros de Selma Lagerloff, las hermanas Brontë y Virginia Wolf. Era una forma de asomarse a otros mundos y otras vidas. Pero no serían las artes lo que acabaría por seducirla, sino un campo que en aquella época le estaba vetado a la mujer: la biología y la neurología.

Rita ya tenía veinte años cuando sintió que su horizonte se estrechaba si aceptaba los planes que su padre había previsto para ella. Sin vacilar, un día anunció que no tenía la menor intención de casarse porque, además, carecía del más mínimo instinto maternal. La única salida posible para una muchacha como ella, le dijo con astucia al señor Levi, eran los estudios. Poco después se matriculó en la facultad de medicina de Turín, donde de inmediato se fijó en ella su mentor y maestro, Giuseppe Levi. Entre tanto, Paola también había conseguido escapar a las normas y pintaba día y noche. Adamo Levi murió muy pronto, cuando ambas habían cumplido los veintitrés. Nunca supo que sus dos hijas queridas estaban destinadas a triunfar sin llevar apellido de casadas. Por derecho propio.

Levi-Montalcini, analizando unas diapositivas en 1964.Rita Levi-Montalcini ha sido una veterana en librar y vencer batallas: la del sexo y, también, la de la persecución religiosa. En la Italia de 1936 Mussolini publica el "Manifesto per la Difusa della Razza" y entran en vigor leyes que discriminan a la comunidad judía. El polvorín del antisemitismo se disemina desde Alemania y la familia Levi se ve obligada a vivir en la semi-clandestinidad. Pero es en la adversidad, según relata Levi-Montalcini, donde pone a prueba su inventiva para sacar adelante sus investigaciones. Con la ayuda de su profesor, también en desgracia, monta un laboratorio en su dormitorio, con instrumentos rudimentarios. Rita comienza a experimentar con embriones de pollos, en busca de respuestas que expliquen cómo crecen las células y los órganos. El acoso arrecia y han de esconderse en Florencia, pero la joven científica prosigue sus estudios con huevos que compra a los campesinos y que luego acaban en la sartén para mitigar el hambre.

En mayo de 1945 acabó la guerra y Levi-Montalcini pudo regresar a Turín con los suyos. Pero ya nada sería lo mismo. Rita recibió una invitación de Víctor Hamburger para ser su asistente de laboratorio en la Universidad Washington de San Luis y, animada por su madre y Guiseppe Levi, se instaló en los Estados Unidos, donde viviría la mayor parte del tiempo hasta su retiro, en 1977. Fue en el estimulante ámbito académico de un campusamericano donde pudo hacer sus más importantes avances en compañía de hombres y mujeres para quienes, como para ella, la investigación es un sacerdocio que exige una entrega absoluta.

Ya instalada en Italia como una célebre neurobióloga, una noche, en 1986, interrumpirá la lectura de una novela de Agatha Christie al recibir una llamada telefónica de Estocolmo: había sido galardonada con el Premio Nobel de Medicina por una labor de años que le llevó a descubrir los mecanismos que regulan el crecimiento de las células y los órganos. Un experimento cuyos orígenes se remontaban a la búsqueda de huevos en las granjas mientras sorteaba la vigilancia de los fascistas a la caza de judíos.

En abril, ya dije, Rita Levi-Montalcini cumplió cien años, y cuando leí la noticia recordé las memorias de esta irrepetible y singular mujer. Sólo la conocía por la foto de la portada: un bello rostro con rasgos elegantes y finos. Hermosa en la vejez. La busqué en Google y, cómo no, la hallé en la inmediatez de los vídeos colgados en la red. Era ella en una entrevista televisada comentando la controversia en torno a la eutanasia de Eluana Englaro. La doctora Levi-Montalcini defendía el derecho a interrumpir la vida cuando ésta ya está vacía de contenido. Poco después le dijo a su entrevistador que no le teme a ni le preocupa la muerte, tal vez porque está demasiado ocupada en asistir cada mañana al centro de investigación que dirige. Tanta perfección se habría ahogado en las apretaduras del corsé.
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