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CRÓNICA NEGRA

La forja del monstruo

En un país como los EEUU, seguro que un cineasta habría entrado en casa de los padres de Sandra Palo y habría reflejado para todos la realidad de una familia destrozada.


	En un país como los EEUU, seguro que un cineasta habría entrado en casa de los padres de Sandra Palo y habría reflejado para todos la realidad de una familia destrozada.

En el seno de ese hogar, nada es lo mismo desde que una banda de delincuentes menores de edad, al mando de un criminal mayor, raptó, abusó sexualmente y quemó viva a Sandra, además de pasarle con el coche por encima varias veces hasta reasegurarse de matarla. En España no hay cineastas de este tipo.

Resulta que los padres de Sandra, que han recorrido todos los programas de todas las teles, ya no son invitados cuando tienen algo que decir. Parece como si los que hacen esta televisión tan inteligente que nos preside se hubieran cansado de ellos. Ya están aquí otra vez estos pobres que no se conforman con el castigo a los que mataron a su hija, parecen decirse. Tal vez piensan que su constancia, su dolor y su coraje aburren.

Entre los últimos documentales hay uno dedicado al Asesino de la Ballesta, en el que se trata de comprender las razones del criminal y se plantea cómo es posible que aquél no esté ya en la calle. Aunque de pronto se descubre que no solo es el autor de la muerte de su padre, de un flechazo por la espalda, sino que provocó tres sabotajes en los trenes del Maresme que estuvieron a punto de provocar sendas desgracias. Pero no se ha hecho el documental de las víctimas.

Ni de la víctimas del Maresme, ni de los padres de Sandra Palo: ella, obsesionada con lograr justicia para los asesinos; él, aquejado de seis infartos que no le han impedido prestar su ayuda en la lucha. Fuerza, amigos.

A esta sociedad le gustan los asesinos: tanto los terroristas como los delincuentes sexuales, los asesinos en serie, los caníbales. Lo que no le gustan son las víctimas. Por eso apenas se habla de ellas, se ignoran sus nombres y a tantos les duele el museo del holocausto de Israel. Lo que pasa es que las víctimas están aquí y no se entregan.

El más pequeño de los homicidas de Sandra, Rafita-Pumuki, contó cómo le impresionó el crujir de los huesos de la joven cuando le pasaron el coche por encima. Hoy, tras sufrir las medidas de control que la sociedad ha dispuesto contra los grandes criminales menores de edad, evoluciona ante las narices de todos como delincuente: en este momento se le persigue como ladrón de coches. Se le dio por reinsertado, pero apenas había aprendido a usar el cuchillo y el tenedor. La ley no contempla siquiera un plazo de tiempo para que haga efecto la reeducación en el menor infractor. Salió del centro de menores y enseguida le detuvieron por mangui.

Hoy,el Rafita acumula sospechas y se le tiene por miembro de una banda en la que también estarían algunos de sus hermanos. Otro de los asesinos de Sandra, Ramón, condenado a cinco años de libertad vigilada, ha sido exonerado por un juez, que le ha permitido salir totalmente libre, en contra de la opinión de los educadores que le cuidaban.

Con el Rafita asistimos, sin que nadie haga nada, la forja de un monstruo de la delincuencia.

Los monstruos que llegan a enemigos públicos no surgen de la nada. Hay ahí una carrera de errores, la improvisación de los sabios que hacen leyes desde la mesa camilla sin consultar a criminólogos y demás expertos, la frialdad de la mirada de una ciudadanía que no reacciona ante noticias que indican claramente que la paz social está amenazada. Si el Rafita, que no apunta maneras de reinsertado modélico, alcanza la cumbre del perfecto delincuente, no habrá nadie que cargue con la culpa, pero lo cierto será que todos estuvimos mirando.

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