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CRÓNICA NEGRA

La fiesta del Dioni

Coincidiendo con el vigésimo aniversario de su robo, Dionisio Rodríguez, segurata de bien, ladrón de palabra, calvo encapotado de bisoñé, se montó un fiestorro por todo lo alto en la playa de Lepe.

Coincidiendo con el vigésimo aniversario de su robo, Dionisio Rodríguez, segurata de bien, ladrón de palabra, calvo encapotado de bisoñé, se montó un fiestorro por todo lo alto en la playa de Lepe.
En el furgón del Dioni viajaban cuatrocientos millones de pesetas: treinta kilos, la calderilla, quedaron ahí; el resto de la pastizara se hizo humo. Es un decir: se transformó en pasajes de avión para cruzar el Charco, en carne de mulatas de Brasil, en operaciones de estética para dejar a su tenedor más bonito que un San Luis y en champán francés, puturrú de fuá, dimes y diretes. Las niñas monas se ponían el tanga hilo dental para viajar en limusina con aquel español que se había quedado bizco de contar billetes.

El Dioni, nadie puede negarlo, es un ladrón simpático que dice muy suelto: "¿Dónde está la pasta?", canción que, por cierto, pretende convertir en tostón del verano. En la cara B quiere colar "Candi, 19,30", que evoca la empresa para la que trabajaba y a la que finalmente robó y la hora en que dio el acelerón y salió pitando cantando por lo bajini: "Jalisco, no te rajes".

Al Dioni lo perdió una de sus fantasmadas: comprarse un pistolón bruñido como los malos malotes. Es decir, que se dio buena maña para llevárselo crudo sin violencia, sin odio y sin armas, y a la hora de pegarse la gran vida, con la chica de Ipanema, va y se hace con una pitón del 38, lo que le confunde con un odiado narco, algo chuleta y vacilón. Cuando los estupas brasileiros le echaron el guante, descubrieron que en su equipaje llevaba reportajes con su hazaña, por lo que le corrieron a gorrazos... hasta que el pobre Dionisio tuvo que derrotarse, renunciar al deporte sexual y entregar lo que tenía a mano del botín. Así y todo, las pasó canutas.

Para colmo de males, dio con un abogado, Emilio Rodríguez Menéndez, que logró sacarlo del trullo pero que, según su testimonio, a punto estuvo de quitarle hasta las ray-ban que le hacían juego con la risa de conejo.

El Dioni no devolvió lo robado. Cumplió condena, una condena corta, pequeña, en atención a su forma de actuar, sin heridos ni destrozos; pero las pelas las tiene Dios sabe dónde, como tantos de nuestros prohombres que en su día se llevaron la panoja y... hasta hoy. Luis Roldán, ex director de la Guardia Civil, puede estar en la calle con un débito de más de mil millones; el Dioni, con uno de casi doscientos; y, a ver, ¿Mario qué debe? ¿Y Javier?

La fiesta del Dioni en Lepe, con una tarta de cien kilos de dulce recreando un furgón, debería ser llevada a los calendarios como la Fiesta del Buen Ladrón. La lista de las personas que se sentirían festejadas sería larga, como un día sin pan. Y toda la noche se podría entonar la canción de Sabina "Con un par", y las propias de Dionisio: "Candi, 19,30" o "¿Dónde está la pasta? Si no se lo he dicho a la Guardia Civil, tampoco te lo voy a decir a ti".

El Dioni lucía peluquín de relumbrón y apostura de muchacho dispuesto a pasarse de listo. De hecho, los otros seguratas no se olieron que se la iba a dar con queso. Tan sencillo como quitar el freno de mano y poner el piloto automático. Librarse de los nervios y pensar sólo en la piña colada y el cuello de las mulatas.

El Dioni llegaba a Río de Janeiro a cumplir un sueño de princesas bajo el agua, canciones en francés y bebidas frías. Tal vez su defecto fue la cortedad de miras. Más allá de Río no hay nada. O te caes en el carnaval, o te acaban calando los de la pringue.

Ha habido ladrones famosos, como Ronnie Biggs, el del Tren de Glasgow, que matrimonió con una brasileña para librarse de Scotland Yard y que no sólo lo consiguió, sino que le dio la vuelta al calcetín cuando le cayó encima la vejez, entregándose a la policía de su país para que las instituciones penitenciarias corrieran con el gasto de los pañales contra la incontinencia y de la próstata como una patata. Pero, ay, Dionisio, en tu caso te faltaron lecturas. Habría bastado con Agatha Christie o el tío flojo éste, Stieg Larsson, sueco políticamente correcto, almohada de Gallardón, ejemplo de la singularidad de un fenómeno que ha llegado a la novela negra de manos de una chica escuchimizada y unos crímenes inverosímiles, tan faltos de realismo como las políticas contra la violencia de género. Hay quien dice que ha leído los ochocientos folios del ladrillo, pero nadie juraría que los ha entendido.

En cualquier caso tú, como yo, eres de los hombres que sí aman a las mujeres; y no sueñas con una cerilla ni con un bidón de gasolina. Tú te subes al palacio de las corrientes de aire y sueñas con un furgón cargado hasta los topes, con la nómina de Ferraz, es un poner; o pon que con la recaudación de Bárcenas, si te gusta más, a pie de Génova, en bolsas de gaviota. Y sueltas gas despacito, a las 19,30, cantando por lo bajini "Jalisco, no te rajes" mientras te encasquetas el gato como el casco de un aviador en el transporte Candi, a reventar de billetes, y unos kilos de calderilla... El mundo incrédulo pensará que los ladrones sois gente honrada.


FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
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