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CIENCIA

La ética de las vacas

Esta semana, el Parlamento Europeo ha vuelto a perder una oportunidad de oro para sumar la UE al carro de la ciencia y la innovación. Como de costumbre, ha preferido alinearse con el miedo al progreso, con la defensa de la precaución irracional y con la progresía antiprogreso. Lo ha hecho al reiterar su posición a favor de la prohibición de alimentos producidos con animales clonados y su veto al uso de nanotecnologías para productos alimenticios.


	Esta semana, el Parlamento Europeo ha vuelto a perder una oportunidad de oro para sumar la UE al carro de la ciencia y la innovación. Como de costumbre, ha preferido alinearse con el miedo al progreso, con la defensa de la precaución irracional y con la progresía antiprogreso. Lo ha hecho al reiterar su posición a favor de la prohibición de alimentos producidos con animales clonados y su veto al uso de nanotecnologías para productos alimenticios.

Así que la paradoja vuelve a estar servida. Como ocurre con los cereales modificados genéticamente, la clonación será una práctica permitida en Estados Unidos y prohibida en Europa. ¿Y aún nos preguntamos porque los USA son la mayor potencia científica del mundo?

Envueltos en sus complejos antigenéticos, los políticos de la vieja Europa parecen ignorar que la clonación de animales en ganadería es una práctica absolutamente segura, y que ni la más calenturienta de las imaginaciones puede encontrar algún dato que demuestre que consumir un filete de vaca clonada puede ser peligroso.

Aun así, es muy improbable que, a corto plazo, nuestros estómagos se enriquezcan con estos productos. Clonar una vaca cuesta entre 13.000 y 17.000 dólares; demasiado para convertirla en filetes. Lo que los ganaderos y científicos pretenden es utilizar sementales replicados genéticamente para aumentar la calidad de su cabaña. O para introducir individuos con carne y leche de menor aporte en colesterol y más rica en antioxidantes y grasas beneficiosas. Incluso podría intentarse generar estirpes libres del prión que genera el mal de las vacas locas.

Los riesgos para el consumo humano serían ridículos (desde luego, mucho menores que los derivados de comerse un melocotón directamente del melocotonero sin antes lavarlo), pero, en cualquier caso, el consumo directo parece de momento una quimera. Lo que se pretende con la concesión de licencias de clonación no es invadir el mercado con chuletas de laboratorio, sino fomentar líneas de investigación que aceleren la consecución de nuevas tecnologías beneficiosas para todos.

Clonar vacas no es clonar humanos. Los beneficios de esta técnica, más aún en el entorno de crisis global de alimentos que padecemos, son innegables a los ojos de la ciencia. Estaríamos más cerca que nunca de atajar algunos problemas todavía no resueltos, como la mejora de la producción ganadera en terrenos con recursos escasos, la administración de vacunas a través de la ingestión de alimentos o la disminución de enfermedades derivadas del consumo de grasas, azúcares y agentes alergénicos.

Sin embargo, nuestros políticos se empeñan en esgrimir argumentos acientíficos para detener en Europa el progreso que ya está beneficiando a los ciudadanos de otros continentes en este punto más avanzados. Ahora, se amparan literalmente en "objeciones éticas de la producción de carne clonada. Los animales clonados sufren altos índices de enfermedades, muerte prematura y malformaciones".

Dejando al lado la dudosa certificación clínica de estas manifestaciones, cabría dejarse asombrar por una curiosa paradoja: y es que muchos de estos grupos anticlonación que ahora esgrimen tan conmovedor recurso a la ética no dudan en calarse los guantes de la asepsia científica y renegar de cualquier planteamiento moral cuando votan a favor de la clonación de embriones humanos para investigación con células madre. La ética de las vacas es más europea.

 

JORGE ALCALDE también tuitea: twitter.com/joralcalde

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