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CIENCIA

La droga invisible

Telemadrid me da la oportunidad de tener una interesante charla con el doctor José Cabrera. Hablamos del célebre caso de la burundanga. Ya saben, la detención de un falso chamán afectado de acondroplasia que suministrabra una supuesta droga a mujeres para bloquear su voluntad y abusar sexualmente de ellas.  


	Telemadrid me da la oportunidad de tener una interesante charla con el doctor José Cabrera. Hablamos del célebre caso de la burundanga. Ya saben, la detención de un falso chamán afectado de acondroplasia que suministrabra una supuesta droga a mujeres para bloquear su voluntad y abusar sexualmente de ellas.  

Dicen lo medios que el sujeto en cuestión se presentaba a sus víctimas con grandes dotes seductoras. Como un brujo capaz de convencer a la mente más escéptica. Hasta el punto de que las mujeres agredidas no tuvieron reparos antes de la agresión en acompañar al asaltante o darle sus números de teléfono.

El profesor Cabrera confirmaba: "Esto la burundanga, por sí sola, no es capaz de hacerlo". La sustancia en cuestión es un anestésico, un compuesto soporífero que anula la capacidad motora y el entendimiento pero no modifica la voluntad. Sólo se pueden conseguir tan perversos efectos sobre alguien mezclando una droga química (ponga usted el nombre que quiera) y una droga invisible, poco conocida, que no se vende en los mercados y que tiene un ilimitado poder obnubilador: la sugestión.

Una de las pruebas más espectaculares del poder de la sugestión la obtuvo el biólogo Richard Arder en su laboratorio de la Universidad de Rochester, Nueva York. Durante semanas estuvo alimentando a un grupo de cobayas con agua y azúcar hasta que comenzó a introducir en el preparado una sustancia que provocaba náuseas, bajaba las defensas de los animales y conducía definitivamente a la muerte. Como es lógico, pronto comenzaron a experimentarse las primeras bajas. Lo más sorprendente es que cuando dejó de introducir el veneno y volvió a la dieta inocua los ratones siguieron falleciendo. En su mente ya se había instalado para siempre la idea de que el agua con azúcar era un vector de muerte y los propios animales, sugestionados fatalmente, repetían los síntomas del horror que habían visto en sus compañeros de jaula.

Entre seres humanos ocurren cosas similares. Varios experimentos con personas alérgicas a una hiedra en Japón lo demuestran. Al frotarles el brazo con una hoja de esa especie y comunicarles que se trata de una rama de una planta inofensiva, las erupciones cutáneas dejaban de desaparecer. Si se realiza el experimento contrario, se frota con una hoja inofensiva y se advierte de que es la hiedra venenosa, las reacciones alérgicas afloran.

La ciencia no ha recorrido completamente todavía el apasionante camino de la sugestión humana. Pero la casuística es apabullante. El 50 por 100 de los enfermos de esclerosis múltiple tratados con interferón responden positivamente al tratamiento. También lo hace el 40 por 100 de los tratados con una medicina falsa a modo de placebo. Se tiene constancia de que si a un adolescente se le advierte de que el chocolate que acaba de comer le producirá acné, aumentan las probabilidades de que realmente le aparezca un feo grano en la cara.

La industria farmacéutica es bien conocedora de este fenómeno. Un estudio de la Universidad de Amsterdam demostró que los enfermos que tienen que tomar un medicamento consideran que las pastillas blancas son menos eficaces que las rojas o las negras. Las amarillas se consideran estimulantes; las azules y verdes, relajantes. El tamaño y el precio también intervienen en nuestra percepción del éxito de un tratamiento. Una píldora negra o roja, algo más grande de lo normal y con un precio elevado puede aumentar hasta un 25 por 100 su eficacia.

De hecho, el placebo ha salvado tantas vidas como el resto de los fármacos juntos. El 60 por 100 de los médicos reconocen que lo usan alguna vez con enfermos que padecen ansiedad, problemas de sueño, asma... Los placebos actúan sobre el cerebro de manera similar a como lo hacen los antidepresivos: desatan una catarata química en nuestro organismo. Pero el detonante del proceso es esa misteriosa facultad del alma que llamamos sugestión.

Para bien (placebo) o para mal (el caso de la burundanga), nuestra mente es una herramienta demasiado débil ante el ataque de la sugestión. Más vale que no dejemos de tenerlo en cuenta.


twitter.com/joralcalde

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