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MEMORIA HISTÉRICA

La divertida corte de Carlos IV

Carlos Tercero fue el último borbón serio de la Monarquía española. Hizo muchas cosas bien, prácticamente todas, excepto dejar de heredero a su hijo Carlos (Cuarto, lógicamente), que sin gran esfuerzo convirtió la siempre circunspecta Corte española en el remedo decimonónico de Falcon Crest; pero sin Chu Li.

Carlos Tercero fue el último borbón serio de la Monarquía española. Hizo muchas cosas bien, prácticamente todas, excepto dejar de heredero a su hijo Carlos (Cuarto, lógicamente), que sin gran esfuerzo convirtió la siempre circunspecta Corte española en el remedo decimonónico de Falcon Crest; pero sin Chu Li.
Carlos III.
Carlos IV era un rey muy campechano, como han sido y son todos los Borbones. De hecho, podríamos hablar de la campechanía como un rasgo genético de la dinastía. Su tiempo libre, que era todo su tiempo, prefería disfrutarlo alejado del boato de la Corte. En su lugar, gustaba de pasar el rato de charleta con los mozos de cuadras, los palafreneros y algún que otro juglar antisistema, que después aprovechaba para incluir en sus composiciones los chismes de la Casa Real y arrasar a la competencia en los festivales de la época; costumbre ésta que, por fortuna, sus herederos se cuidaron mucho de seguir cultivando, por aquello de guardar el debido respeto a la institución.
 
Carlos IV estaba casado con María Luisa de Parma, mujerona de armas tomar que en su juventud había sido muy resultona pero que, con la maternidad continua a que su marido la sometía, acabó estropeándose irremediablemente. Hasta catorce hijos tuvo la pareja, si incluimos al infante D. Francisco de Paula, en realidad fruto de la pasión entre la reina y su favorito (su semental favorito, queremos decir), D. Manuel Godoy, que andando los años sería proclamado Príncipe de la Paz por los propios reyes. En descargo de éstos debemos señalar que no podían saber que dos siglos más tarde aparecería la figura política de ZP, con muchos más títulos para ostentar semejante honor en nuestra Histeria.
 
Goya, que era un coñón, se encargó de que a las generaciones posteriores no les quedara ninguna duda de la paternidad del chiquillo. Así, dejó constancia, en su famoso cuadro La familia de Carlos IV, del asombroso parecido entre Paquito y Godoy. Porque ya me contarán qué pintaba el valido real en un retrato de familia, a no ser por la existencia de ese estrecho vínculo –familiar al fin y al cabo– entre la reina, Godoy y parte de su descendencia. Don Francisco de Goya, gran detalle por su parte hacia sus admiradores futuros, puso en el mismo lienzo el original y la réplica, para que la comprobación se pudiera llevar a cabo de un solo vistazo.
 
Los Borbones no han sido tradicionalmente muy dados al trabajo de oficina. Todo lo contrario que los primeros Austrias, que se pasaban la vida rodeados de papeles y consejeros: Felipe II, por ejemplo, vivió una vida de enclaustramiento administrativo, prácticamente como un jefe de negociado. Los Borbones no. Ellos eran más dados a la caza y a la procreación, y no necesariamente por ese orden.

Francisco de Goya: LA FAMILIA DE CARLOS IV (detalle).Con este régimen vital, incompatible con los rigores cotidianos de la alta política, lo más cómodo era tener una persona encargada de todos esos detalles burocráticos: gobernar un imperio, declarar la guerra, firmar la paz, echar a los jesuitas, etcétera, mientras el rey se dedicaba a lo suyo: reinar.
 
La existencia de Carlos IV hubiera discurrido plácidamente, entre montería y montería, si no hubiera sido por los pesados de los franchutes, siempre fastidiando con sus revoluciones de pacotilla. La Revolución con mayúsculas nos cogió a los españoles con Carlos IV al frente, el cual se acojonó un poco cuando le empezaron a llegar noticias del país vecino, donde al populacho le dio por ensalzar la libertad, la igualdad y la fraternidad segando cuellos a mansalva.
 
El Conde de Floridablanca, a quien heredó de su padre Carlos III como jefe del Gobierno, se hizo cargo de la situación y trató de impedir que las ideas estrafalarias del franchute penetraran en territorio nacional. Pero, como era un poco maricomplejines, los reyes (en realidad la reina, que era la que llevaba los pantalones en palacio) decidieron probar suerte con Aranda, bastante más progre que su antecesor en el cargo.
 
En esta coyuntura, la relación de la reina con Manuel Godoy iba como la seda, así que, seguramente después de alguna proeza amatoria especialmente destacada, Doña María Luisa decidió premiar a su cariñín con la jefatura del Gobierno; no contenta con eso, lo convirtió también en Generalísimo (el primero de nuestra historia; después vendría alguno más).

Godoy, retratado por Goya.Por aquellas fechas Godoy debía tomar a diario un reconstituyente poderoso; y es que, además de atender debidamente a Su Majestad, tenía que hacer lo propio con su primera esposa, la Condesa de Chinchón, y con su amante oficial, la guapa Pepita Tudó, que más tarde se convertiría en su segunda legítima. En fin, un Sandokán, este Godoy.
 
Pero cuando la corte de Carlos IV se convirtió finalmente en un reality show fue cuando Napoleón llegó al poder en Francia y se encaprichó de nuestras tierras. Mira que era difícil superar a Carlos IV en torpeza y atolondramiento, pero su hijo lo consiguió con creces. Entre los dos, con la participación estelar del imprescindible Godoy, protagonizaron una comedia de enredo más bien patética, porque, entre otras cosas, lo que había por medio era la dignidad de la nación y la sangre de un pueblo.
 
El padre y el hijo se denunciaron y se despojaron mutuamente de la corona varias veces, en medio de asonadas de la señorita pepis y ante la mirada asombrada del corso, que al final decidió que se quedaba con el trono para él y sus herederos.
 
Se trataba de una cuestión política y territorial de hondo calado en una Europa plurinacional, pero el pueblo español, que prefería la acción directa al talante amariconado, en lugar de abrir un proceso de diálogo se dedicó a abrir las cabezas de los soldados franceses; con tanto éxito que, después de unos años, acabaron todos en la frontera y con el lomo caliente.
 
Fernando VII regresó a España en loor de multitud y como diciendo: "Oyes, porque el tipo éste de la mano en el chaleco me tenía secuestrado, que si no hubiera venido como una bala a encabezar la lucha por la autodeterminación de mi pueblo"; y los españoles, que siempre le hemos tenido mucha voluntad a los Borbones (por su campechanía), hicimos como que dábamos por buena la excusa.
 
Pero si Fernando VII y su padre tenían una corte divertida, no vean ustedes el ambientazo de palacio durante el reinado de su sucesora, Isabel II. Un putiferio que ríase usted de la casa de Gran Hermano, a cuyo estudio dedicaremos un futuro capítulo de nuestra serie, no apto para menores de dieciocho años...
 
 
MEMORIA HISTÉRICA: La realidad nacional visogótica.
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