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CRÓNICA NEGRA

La descuartizadora de León

Una de las mujeres más frías de la historia del crimen, auténtico parangón de mujer-témpano, es la llamada "descuartizadora de León", Covadonga Sobrino, que mató de siete hachazos al hombre con el que mantenía relaciones.

Una de las mujeres más frías de la historia del crimen, auténtico parangón de mujer-témpano, es la llamada "descuartizadora de León", Covadonga Sobrino, que mató de siete hachazos al hombre con el que mantenía relaciones.
Imagen (detalle) tomada de www.nica.org.
Francisco Villar Rubio, jubilado de la construcción, entonces de 65 años, estaba buscando caracoles en La Pinilla, en la cuneta de la carretera de León a Caboalles, cuando se topó con una bolsa de plástico. La levantó porque en este tipo de desperdicios suelen agarrarse los caracoles. El peso de la bolsa y su peculiar forma le llamaron la atención.
 
Al abrirla, un denso olor le golpeó el rostro. Al principio pensó que había encontrado un animal muerto, pero enseguida se dio cuenta de que se trataba de la mitad de un hombre. Francisco había hecho la guerra, donde vio muchos cadáveres, pero aquello era muy distinto. Se trataba de las caderas y las extremidades inferiores de un cuerpo limpiamente seccionado por la cintura. El descubrimiento le estremeció.
 
Los restos humanos encontrados daban la impresión de haber estado mucho tiempo en agua, donde quedaron desangrados. Las ropas que los acompañaban estaban húmedas. Los restos no tenían marca o defecto físico que pudiera ofrecer una pista para su identificación. A la altura de las rodillas podían observarse profundos cortes –seguramente hachazos–, inferidos con la intención de acomodar los huesos en las bolsas, que de otra manera no habrían cabido.
 
A modo de envoltorio de caderas y extremidades había un pantalón gris perla de tergal, con los bajos vueltos, unos calzoncillos de algodón y unos calcetines. La relación de objetos que sirvieron de base a las primeras investigaciones se cerraba con un cinturón de cuero marrón con una hebilla grande, seccionado en un punto de dentro afuera.
 
La inspección forense indicó que los restos pertenecían a un hombre de entre 20 y 25 años, de una estatura aproximada de 170 centímetros y de 80 a 90 kilos de peso. Los expertos fijaron el momento del fallecimiento entre siete y diez días antes del hallazgo.
 
Tras el descubrimiento de la bolsa se realizaron diversas acciones de rastreo por parte  de la Guardia Civil, a las que se unieron voluntariamente numerosos vecinos de los pueblos de la zona, en busca de la parte superior del cadáver. Sin ella era prácticamente imposible identificar el cuerpo, a no ser que alguien pudiera reconocer la ropa o el cinturón.
 
El trabajo de indagación fue muy intenso: se investigó en hoteles y pensiones, por si hubiera algún equipaje abandonado o una maleta sin dueño. Fueron revisados los archivos de desaparecidos y las fichas de ingreso en los psiquiátricos. Con los datos recogidos, los encargados de las investigaciones trazaron todo tipo de conjeturas. Según algunas, el crimen se cometió en una casa o lugar cerrado, pero con vecinos en las inmediaciones o circunstancias que hicieran posible el descubrimiento del cuerpo. De ahí que éste fuera troceado.
 
Cinco días después de que Francisco Villar hubiera dado con aquella bolsa se localizó la parte superior. En otra carretera leonesa, la de Vegacervera, en el kilómetro 5,500 del término municipal de Villamanín. También en una cuneta, y también envuelta en sacas de plástico.
 
Franco Meloni: LA MUJER ASESINA (detalle).Se trataba de la cabeza, el tórax y los brazos. La cabeza, que se encontró junto al tórax, del que se apreciaban los huesos con muy pocas tiras de carne, estaba desfigurada por el proceso de descomposición. Presentaba las facciones parcialmente momificadas, aunque bastante irreconocibles. Los brazos no aparecían enteros: el izquierdo estaba descarnado, con las puntas de los dedos cortadas, y el derecho sólo se conservaba hasta el codo. La desaparición de parte de los restos se atribuyó a las alimañas que descubrieron el cadáver antes que el vecino del pueblecito de Valle de Vegacervera que dio aviso a la Guardia Civil.
 
En el cráneo podían contarse siete hachazos, todos ellos mortales de necesidad, porque habían causado profundas heridas que provocaron la fractura de los huesos, con salida de masa encefálica.
 
En el lugar no había anillos, ni papeles, ni reloj. Ningún objeto que pudiera ayudar a saber quién era aquel hombre, excepto un jersey de color gris con un caballo de ajedrez sobre la parte izquierda del bolsillo. Pero se trataba de una prenda corriente que no tenía ninguna señal especial.
 
La boca del cadáver estaba abierta, y sus rasgos momificados presentaban una expresión indescriptible, de terror, como si se hubiera quedado acartonado el último gesto que hizo su propietario, que posiblemente vio cómo le llegaba la muerte.
 
A pesar de los escasos indicios y del rostro deformado, el Instituto Armado consiguió en muy poco tiempo saber quién era la víctima. Se trataba de un joven de 28 años, Carlos Fernández Guisiraga, soltero, soldador, de carácter violento y vida irregular, que carecía de domicilio conocido y que tenía un tatuaje con sus iniciales en el brazo derecho, precisamente una de las partes del cuerpo que no habían sido halladas.
 
El reconocimiento del cadáver llevó a la inmediata detención de la presunta asesina, una mujer con la que Carlos Fernández mantenía una estrecha relación: Covadonga Sobrino Álvarez, de 42 años, propietaria del bar Ayi, situado en la localidad de El Portillo.
 
La reconstrucción policial de los hechos estableció que el crimen sucedió la noche del 3 de mayo de 1975, y que durante el trágico suceso estuvo presente un sobrino de Covadonga de 15 años. Aquella tarde Covadonga y Carlos comenzaron una larga discusión, que habría de acabar en una pelea y, después, en el terrible golpe de hacha que arrojó al hombre al suelo.
 
Todo sucedió en las dependencias del bar dedicadas a vivienda. Las palabras crispadas que cruzaron la presunta culpable y la víctima se refirieron en un momento dado al sobrino de Covadonga, quien, con su presencia, interfería en las relaciones que mantenía la pareja, por lo que Carlos, muy exaltado, se dirigió hacia él amenazante. Cuando la mujer pensó que su sobrino podía sufrir daño empuñó un hacha pequeña, muy afilada, que utilizaba normalmente para las tareas del bar, y golpeó a Carlos ciega de ira. El hombre cayó al suelo con estertores de muerte. Aunque estaba muy mal herido, llegó a murmurar: "Te mato"; pero ella le continuó golpeando, seguramente ya sin poder parar, imprimiendo a su brazo una fuerza tremenda.
 
Un cliente entró en el bar mientras se desencadenaba la tragedia. Covadonga, recuperando la frialdad que le haría famosa, mandó a su sobrino para que le atendiera. Ella, entre tanto, limpiaba las huellas del crimen y trasladaba el cuerpo hasta la bodega. También se deshizo de los documentos de la víctima. Acto seguido ordenó a su sobrino que fuera a acostarse, y alternó con los clientes hasta pasadas las tres de la mañana. Nadie la notó diferente aquella noche, con el cuerpo aún caliente de Carlos en la bodega. Cuando cerró el bar, bajó al lugar donde había dejado el cadáver y procedió a descuartizarlo.
 
La mañana del domingo 4, Covadonga llevó a su sobrino a jugar un partido de fútbol en su automóvil, un Renault Gordini. Cuando le dejó en el campo, se marchó a terminar su tarea: colocó, ayudada con el arma homicida y un cuchillo de ancha hoja, las dos partes del cadáver en unos sacos de plástico. Cuando el muchacho terminó su compromiso deportivo, Covadonga fue a recogerlo y le dijo: "Vamos a dar un paseo".
 
En la parte de atrás del vehículo, encima del asiento y no en el portamaletas, iba el cuerpo de Carlos, en las dos sacas. La mujer llevó a su sobrino a dar varias vueltas, siempre por caminos vecinales, buscando lugares apropiados para deshacerse del cadáver.
 
Covadonga Sobrino confesó su crimen con una desconcertante frialdad. Cuando los agentes le enseñaron las fotos de la cabeza del cadáver, ella, sin demostrar emociones ni soltar una lágrima, se limitó a señalar el parietal derecho y decir: "Sí, éste fue el primer hachazo". Al hacerle reparar los agentes en que aquellos golpes necesitaban de mucha fuerza, ella les habló de su musculoso bíceps y les invitó a comprobarlo: "Toquen, toquen, verán qué fuerte es mi brazo".
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