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PANORÁMICAS

La clase, ¿una película sarkozyana?

Se estrena el próximo fin de semana La clase, un microrretrato sociológico de un instituto de los suburbios parisinos en el que se mezclan estudiantes de multitud de etnias, religiones, lenguas y procedencias. Los profesores, sin embargo, son todos franceses de pura cepa, racionalistas y laicos como manda la III República.

Se estrena el próximo fin de semana La clase, un microrretrato sociológico de un instituto de los suburbios parisinos en el que se mezclan estudiantes de multitud de etnias, religiones, lenguas y procedencias. Los profesores, sin embargo, son todos franceses de pura cepa, racionalistas y laicos como manda la III República.
El protagonismo es coral. Se supone que dirige la orquesta educativa el profesor y que los alumnos y alumnas que le dan la réplica siguen la senda del conocimiento que marca aquel. Se supone.
 
Se tranquilizaba el presidente del Gobierno Rodríguez Zapatero ante el enésimo varapalo del Informe Pisa al sistema educativo español asegurando: "Nuestros jóvenes alcanzan niveles educativos similares a los de Estados Unidos, Dinamarca o Francia". Me arriesgaré a ser tachado de traidor a la patria por el Sr. Presidente, como el Sr. Presidente calificó a los que describían el abismo de la crisis económica por el que se precipita España, pero en Francia las cosas no pueden ir peor en lo que a la educación respecta. Recientemente el New York Times señalaba la Universidad de Nanterre, en mayo del 68 una de las anti universidades más activas, como símbolo de la irrefrenable decadencia de la calidad de la investigación francesa. Y en las estadísticas de Pisa se constata que el retroceso francés va a toda marcha.
 
En contraposición al sueño acomodaticio típico del optimismo antropológico, el presidente Nicolás Sarkozy hizo pública una "Carta a los educadores" en la que advertía:
Antes, en la educación había sin duda demasiada cultura y poca natura. Ahora hay tal vez demasiada natura y más bien poca cultura. Antes se valoraba demasiado la transmisión del saber y de los valores. Ahora, por el contrario, no se la valora en absoluto. La autoridad de los maestros se encuentra quebrantada. La de los padres y las instituciones, también. La cultura común que se transmitía de generación en generación, enriquecida por la aportación de cada una de ellas, se ha pulverizado hasta el punto de que es más difícil hablar y comprenderse. El fracaso escolar ha alcanzado niveles que ya no son aceptables.
El desafío político que lanzaba el presidente francés para relanzar el sistema educativo ha sido recogido cinematográficamente por el realizador Laurent Cantet, que se ha basado en un libro en el que el profesor François Bégaudeau relata sus experiencias como docente y le ha añadido una historia ficticia sobre una agresión protagonizada por un alumno y el consiguiente proceso disciplinario de que fue objeto, que confiere cierto suspense a la trama.
 
Claustrofóbicamente situadas las tres cámaras de vídeo digital usadas "entre los muros" (así se titula, precisamente, la versión original) de una clase de secundaria, con unas pocas salidas a la sala del profesorado y al campo de recreo, asistimos a un tira y afloja a lo largo de nueves meses escolares sobre la conjugación del pretérito imperfecto, las redacciones sobre autorretratos psicológicos, las comparaciones entre selecciones de fútbol, los insultos, los empujones, las definiciones de palabras como condescendiente... una retahíla variopinta de situaciones escolares que quieren reflejar a su vez las condiciones materiales que, como una esfera de influjos económicos, culturales, tecnológicos, rodean a cada miembro de la comunidad educativa.
 
Karl Marx.Sin embargo, tras la aparente neutralidad política y el conductismo psicológico que pretende mantener Cantet, el currículo oculto de la película se mantiene fiel a los postulados roussonianos de Mayo del 68 y a su noción inquisitorial sobre la escuela como espacio de opresión, que Marx implícitamente postuló en su tesis III sobre Feuerbach: "El propio educador necesita ser educado". Los alumnos favoritos del director de cine son aquellos que mantienen un desafío constante contra la autoridad del profesor y del sistema educativo. El título originario apunta a la igualación entre la escuela y la cárcel, uno de los eslóganes favoritos de la retórica revolucionaria. El objetivo la película es mostrar la inoperancia, cuando no la malignidad, de un sistema educativo que no sirve, como presume, a la enseñanza sino a la domesticación de los rebeldes, con o sin causa, y que cuando no puede cumplir esta tarea laminadora de las diferencias simplemente expulsa al que no se adapta a las reglas del juego de una manera tan arbitraria como manifiestamente cruel.
 
En el horizonte se dibuja ese mito cinematográfico del ataque a la institución escolar que es Cero en conducta, de Jean Vigo. Todo ello sancionado desde la perspectiva filosófica del comunitarismo, según el cual la escuela, como todas las instituciones democráticas, debería someterse a los dictados de las así llamadas identidades culturales, ese sucedáneo contemporáneo de la vieja ideología de clases.
 
Cantet no trata de mostrarnos individuos, sino representantes, tipos ideales, del magrebí, del negro subsahariano, del negro caribeño, del francés... Así, en una de las secuencias más risibles a su pesar que se han rodado en mucho tiempo, una de las alumnas caracterizadas por su acoso al profesor afirma que lo único provechoso que ha hecho a lo largo del curso lo ha hecho gracias a una influencia extraescolar: nada más y nada menos que leer ¡La República de Platón!
 
Abonada a lo que se ha venido en llamar "híbrido entre documental y ficción", en el fondo la película de Cantet juguetea con uno de los lugares comunes impuesto como dogma cultural de la confusión entre realidad y ficción. Lo que pretende Cantet es, en la primera parte, presentarse como un adalid del documento cinematográfico notarial, al estilo del Frederick Wiseman deHigh School, lo que sí hace con vigor y rigor cuando se pega al relato verdadero de Bégaudeau, para a continuación introducir la mercancía averiada de su propaganda ficticia, cursi y melodramática, a raíz de un conflicto impostado y exagerado made in Ken Loach. Este hábil procedimiento le ha hecho granjearse el favor del público y la crítica franceses, ávidos de humanismo militante y triunfos nacionales, incluso se ha llegado a proponer su visionado obligatorio entre los profesores. Sin embargo, éstos, que se conocen el panorama de primera mano, no se han dejado chantajear emocionalmente y han sido los únicos que han hecho un ejercicio de crítica a la película y sus pretensiones libertadoras.
 
La clase no merecía la Palma de Oro, porque no era la propuesta más equilibrada de un cine volcado hacia la realidad, el que cumple con el compromiso ontológico del cine que defendió André Bazin, que estaba realizado ejemplarmente en la Gomorra de Garrone. Esta recuperación de la imagen-real queda devaluada por la instrumentalización espuria, ya habitual en anteriores cintas de Cantet, como Recursos humanos y Time Out, y es una lástima que la inteligente estrategia formal de construir la verdad cinematográfica a partir de innumerables primeros planos que funcionan dotando a la capacidad visual del cine un suplemento táctil y el uso de la cámara al hombro, que reproduce el desequilibrio continuo del balanceo corporal, se pierda en la bastardía de una mezcolanza entre realidad y ficción.
 
 
LA CLASE (Francia, 128 minutos). Dirección: Laurent Cantet. Guión: Laurent Cantet, Robin Campillo y François Bégaudeau. Intérpretes: François Bégaudeau, Nassim Amrabt, Laura Baquela, Cherif Bounaïdja, Juliette Demaille. Calificación: Pedagógica (7/10).
 
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