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PANORÁMICAS

Juego de tronos, de sexo, de poder

(¡Ojo, spoilers!). Tras la edad de oro de The WireLos SopranoEl ala oeste de la Casa Blanca..., es normal que en la tele vivamos un período de transición que sólo el tiempo dirá si es de degeneración o de paréntesis entre dos grandes épocas.


	(¡Ojo, spoilers!). Tras la edad de oro de The Wire, Los Soprano, El ala oeste de la Casa Blanca..., es normal que en la tele vivamos un período de transición que sólo el tiempo dirá si es de degeneración o de paréntesis entre dos grandes épocas.

También resulta hasta cierto punto comprensible que, llevados por la inercia e incluso por la nostalgia, nos empeñemos en creer que los nuevos productos televisivos están al mismo nivel que las grandes sagas que tanto nos entretuvieron y nos hicieron pensar.

Pero no es el caso. Incluso las series que mejor resisten la comparación con los Grandes Clásicos Contemporáneos están un paso por detrás. Pienso en la inglesa Downtown Abbey, la danesa Forbrydelsen o la norteamericana Mad Men. E problema continúa y se agrava con lo que se supone va a ser el gran bombazo de la temporada en la HBO, el canal de pago que tanto placer intelectual nos ha proporcionado en los últimos años.

Hoy viernes, en el periódico deportivo Marca un artículo comienza con una cita de Cornelio Tácito y termina con otra de Juego de tronos. El Marca en verano parece el New Yorker. De Tácito no les voy a descubrir nada, cultísimos lectores, pero sí les quiero hablar de Juego de Tronos, un culebrón de corte medieval y aire de fantasía, una especie de novela de caballerías trufada de sanguinolento gore y explícita sexualidad. Basada en las novelas de George R. R. Martin, constituye el húmedo sueño audiovisual de cualquier adolescente con ínfulas intelectuales y subidones de testosterona. Por el lado del culebrón tenemos incestos, represiones sexuales curadas a golpe de prostíbulo y clases de kamasutra; en lo que respecta a la sangre y las vísceras, degüellos en primer plano, lenguas arrancadas y corazones devorados todavía calentitos. Una combinación, a veces indigesta, de Holocausto caníbal, El Señor de los Anillos y Falcon Crest.

Hay cuatro familias que juegan a los tronos en Invernalia como al Monopoly en Wall Street, de los casi santos Stark a los estupendamente infernales Lannister. Entre medias, los traidores y vulgares Baratheon frente a los traicionados y aristocráticos Targaryen. Da igual que los personajes sean muy buenos o muy malos, lo relevante es que sean complejos y, por tanto, transmitan una dosis de peligrosidad, de incertidumbre. Que tanto los buenos como los malos transiten por el filo de una navaja afilada y que en cualquier momento el que está por encima del alambre pueda empezar a caminar boca abajo y viceversa. Y este es un problema de la adaptación: hay una asimetría entre los poderosísimos Lannister y Targaryen, por un lado, y el resto de los personajes principales, excesivamente simplones y unidimensionales, de una sola pieza, lamentablemente previsibles (se salvan algunos secundarios magníficos, como Arya Stark, Petyr Baelish Meñique o Sir Jorah Mormont).

Se supone que la HBO es garantía de producción de lujo y perfeccionista. Sin embargo, en esta ocasión parece a ratos una producción de Tele 5 o Antena 3. Para ser unos guerreros bastantes sádicos, hay pocas luchas y menos batallas. Además, pésimamente rodadas. Las he visto mejores en Spartacus o Los Borgia. Por ejemplo, es francamente desolador que no presenciemos la pelea en la que es hecho prisionero Jaime Lannister, dado que se supone que es una especie de guerrero Jedi pasado al lado tenebroso de la Fuerza, un elfo de vuelta de todo, sobre todo de la moral. Y si hay alguna relación amorosa con poderío en la serie es precisamente la que tienen Jaime y su hermana Cersei, esposa del rey Baratheon. Pues nada, tras ponernos los dientes largos en el primer capítulo con la exhibición de su tórrida pasión prohibida, ni un flirteo, ni una química, ni un roce... Capítulo aparte se merecen los Dorathki, unos tipos sacados directamente de un gimnasio de Miami que simulan ser unos salvajes peligrosos aunque no pasan de ser representados como unos chulos bronceados de discoteca.

Entonces, ¿mejor pasar de ella y no perder el tiempo? Tampoco diría eso. En primer lugar, porque es solo la primera temporada y las series televisivas son corredoras de largo recorrido. Esto no ha hecho más que empezar. En segundo lugar, y si nos olvidamos de los prejuicios positivos de ser una HBO y del negativo de compararla con la serie cinematográfica de El Señor de los Anillos (que por cierto empezó muy bien para hundirse en la segunda parte y resucitar cinematográficamente en la última), Juego de tronos es de lo más potable que hay actualmente en la parrilla televisiva (junto a Boardwalk Empire, Justified o la serie de la AMC The Killing, la versión estadounidense de la danesa Forbryldelsen). Y, por último, porque tiene un par de personajes por los que vale la pena bostezar cuando ellos no están en pantalla. Nos referimos a un muy feo enano y a una muy hermosa rubia. La bella y la bestia. En un mundo grosero y vil, vulgar y mediocre, el pequeño Tyrion Lannister –alias el Gnomo, alias el Putero, alias Mediohombre– y la nínfula Daenerys Targaryen se rebelan contra su destino y luchan desde los márgenes y la periferia por conquistar el lugar central que les corresponde por cuna y capacidades. En un mundo donde manda la espada, ambos recurren a una inteligencia sublime atemperada por una valentía casi suicida inspirada por el reconocimiento de la propia valía.

Quizá haber querido ser excesivamente fiel a la novela por miedo a los fans de la misma puede constituir uno de los problemas a la hora del planteamiento televisivo. Es lo que pasa cuando hay hooligans de un monumento de la cultura, aunque sea del pop-ulacho. Lo mismo pasa con el Ulyses de Joyce: cualquiera se atreve a versionarlo... Me da la impresión de que esta es una serie dependiente de guiños y complicidades de los lectores del libro. Pero para los que no tenemos ni tiempo ni ganas de leer la enésima novela histórico-medieval-fantástica, la derivada para adultos de Harry Potter, para entendernos, los estereotipos mal interpretados del realismo pseudosucio o la supuesta audacia de mostrar escenas lésbicas, cortar cabezas o proferir cada dos por tres un "Caca, culo, pis" no nos impresionan demasiado.

Paradójicamente, donde Juego de tronos levanta el vuelo es en el indomable carácter de Daenerys Targaryen o en la doliente naturaleza de Tyrion Lannister, esos gigantes del espíritu atrapados en cuerpos monstruosos, la chica dragón y el hombre liliputiense. Precisamente cuando menos se enreda en maquiavélicas cuestiones sobre el poder o el sexo y trata del juego más peligroso: el del amor.

 

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