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CRÓNICA NEGRA

John Lennon visto de espaldas

En Madrid, el crimen se hizo teatral en el Eslava, donde el dramaturgo Alfonso Vidal y Planas descerrajó un tiro en la axila al también autor Luis Antón del Olmet, por un asunto de las arrecogías de Santa María de Ceres.


	En Madrid, el crimen se hizo teatral en el Eslava, donde el dramaturgo Alfonso Vidal y Planas descerrajó un tiro en la axila al también autor Luis Antón del Olmet, por un asunto de las arrecogías de Santa María de Ceres.

Resulta que el obeso de Olmet era un vividor, y Vidal y Planas, un místico pícnico melancólico enamorado de una señora ligera de ingle. Del Olmet escribió un libro sobre el asesinado Canalejas donde arroja una pista sospechosa que empieza en Pablo Iglesias, sin saber que él mismo sería víctima de un crimen y recibiría un disparo mortal, como el presidente del consejo de ministros.

Del Olmet murió harto de miel, y Vidal y Planas vivió lleno de hiel, en prisión, hasta que escribió un libro de confesiones en el que dejaba ver que disparó por celos, ante la certeza, quizá falsa, de que su rival le había echado la pata en el amor, como hacía en el teatro. Era un libro muy mal escrito, como todo lo suyo. Su crimen fue sin embargo un asesinato de brillantez teatral, a unos pasos de las candilejas, falso y fatuo como una comedia.

La cultura popular o pop quedó unida para siempre al crimen desde que Charles Manson fundó su familia en El valle de la muerte y mandó a sus asesinos –comedores de hachís– como una nueva plaga a la casa de Sharon Tate, mito sexual y esposa de Roman Polanski, a la que asesinaron estando embarazada de ocho meses. La golpearon y extrajeron el bebé del vientre. Con sangre de su cuerpo, pintaron la palabra pig, "cerdo", en la pared. Las chicas asesinas de Manson y Tex, su mano derecha con daño cerebral, protagonizaron el apocalipsis pop: murió la rica heredera, su novio el cineasta, el peluquero de los famosos y la diva del pop. Poco después mataron al matrimonio Labianca, mientras Manson fracasaba en el rock and roll, como el pequeño Hitler con la pintura, y se consolaba con un invierno de drogas, canciones de los Beatles del Álbum blanco, como "Helter Skelter", y promiscuidad sexual.

Manson volvería a prisión. Susan Atkins habría de denunciarle, y todos se enterarían de que un tipo canijo, semianalfabeto y con cara de profeta era capaz de engañar a las niñas pijas que huían de casa para no tener que calentarse el desayuno. Un caradura del infierno metido a redentor y convertido por el crimen en el mayor patán de la historia.

Mucho tiempo después llegaría la consagración del asesinato. Fue en Nueva York, en los apartamentos Dakota, a la puerta, donde el asesino de John Lennon le esperaba con un ejemplar de El Guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, en el bolsillo, y le disparó por la espalda mientras volvía a casa, baby come back. Tenía la portada de un vinilo dedicado, pero él no había venido para eso, sino para robarle la fama al hombre más famoso del mundo, la sublimación de aquella frase de Lennon, en concierto con la tapa del váter al cuello: "Somos más famosos que Jesucristo", dijo. A él también lo mataron cuando entró en la cultura pop.

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