Menú
DRAGONES Y MAZMORRAS

Imposturas y composturas

Se pregunta Harold Pinter, flamante Nobel de Literatura, si se lo habrán dado por su compromiso político. ¡Bingo! Así ha sido, sin duda, de acuerdo con el propósito marcadamente ideológico de estos premios, como no me canso de recordar cada año, fiel a la consigna de “muera Marta, muera harta”.

Se pregunta Harold Pinter, flamante Nobel de Literatura, si se lo habrán dado por su compromiso político. ¡Bingo! Así ha sido, sin duda, de acuerdo con el propósito marcadamente ideológico de estos premios, como no me canso de recordar cada año, fiel a la consigna de “muera Marta, muera harta”.
Harold Pinter.
También ha debido de influir el nada desdeñable hecho de ser un escritor consagrado, con bastante obra a sus espaldas. Menos, a mi entender de lo que merecen los 1,1 millones de euros que engrosarán su ya saneada cuenta y menos de la que tienen otros candidatos de su misma "área lingüística", como se prefiere decir ahora para no ofender susceptibilidades nacionales.
 
Lo cierto es que yo soy muy partidaria de que estos premios, que tanto contribuyen a la difusión de la obra de quienes los reciben, vayan a parar a autores que, para el público, no son más que unos perfectos desconocidos: los así llamados escritores de culto, o secretos, adorados y seguidos por una corte de incondicionales y que, gracias al Nobel, han visto ampliado el círculo de sus lectores o al menos han conseguido que todas sus obras, sin excepción, sean traducidas a todos los idiomas. Es el caso de Luigi Pirandello, de Isaac Bashevis Singer, de Elías Canetti, por citar algunos de los ejemplos más notables de lo que quiero decir.
 
Sin embargo, habría que hacer un seguimiento de la recepción de esas traducciones. Sin ir más lejos, me gustaría saber cuál ha sido el destino de los libros de Elfriede Jelinek, la nobelizada del año pasado, cuya reacción ante el nuevo premiado no puede, por cierto, ser más significativa de lo que todo el mundo piensa y sabe de este premio: "¡Otro más de izquierdas! ¡Estoy encantada!". Todo muy literario.
 
Ahora, en la Academia sueca, que está muy revuelta desde la impostura de la Jelinek, se habla de truco. Los académicos se acusan unos a otros de favorecer a los autores según el "área de influencia lingüística" de cada cual, otro eufemismo tecno-progre para rehuir el compromiso de las palabras y no llamar a las cosas por su nombre. Aducen que Darío Fo nunca lo hubiera conseguido de no ser amigo del académico Lars Forsell, y que la intervención de Göran Malmqvist, académico experto en literatura china y traductor de Gao Xingjian, fue decisiva para que dieran el premio a este último. ¡Vaya descubrimiento!
 
Carlos Fuentes.Mientras vivió Artur Lunkdvist, los autores españoles e hispanoamericanos (sobre todo estos últimos) con tendencia a lo universal conocían la importancia de que aquel destacado hispanófilo, miembro de la Academia sueca, los leyera y, sobre todo, los tradujera. ¡Cuántos viajes han hecho algunos a Suecia con este nada solapado propósito! ¡Y qué bien les ha ido a esos algunos! Ahora están muertos todos los que tuvieron ese privilegio (¡adiós, poeta!), e ignoro quién ha tomado su relevo en nuestra "área", si es que alguien lo ha hecho. Seguro que algún paciente y sabio lector me lo dice. En cualquier caso, parece que Carlos Fuentes tendrá que esperar.
 
No es que considere el Nobel de Pinter otra impostura, pero no hay duda de que es una compostura, y no en el sentido que tiene esta palabra de llamada al orden o a la calma, como cuando el general De Gaulle recriminaba a sus ministros díscolos: "¡Compostura, señores, compostura!", o si lo prefieren en el original: "De la tenue, messieurs, de la tenue!", sino en el otro primer sentido de "arreglo o remiendo. Acción y efecto de componer o volver a poner una cosa en estado de servir", definido por Mari Moli, (como llaman cariñosamente los académicos de la Española a María Moliner) en su Diccionario de Uso del Español (Gredos).
 
Con todo, no es éste el mayor ejemplo de ambas cosas (impostura y compostura) que la actualidad cultural nos ha mostrado, con gran alarde mediático, durante esta última semana. La palma se la ha llevado, puesto que además de honores se trata, la IV Edición de los Premios Internacionales de la Fundación Cristóbal Gabarrón. Es éste uno de los grandes enigmas de la historia contemporánea española. Muchos habrán asistido, atónitos, al despliegue de medios de los medios (excusada está la redundancia) para meternos por los ojos la rimbombante ceremonia de entrega en el Teatro Calderón de Valladolid.
 
Con esos mismos ojos, heridos por la insobornable fealdad del decorado –obra del propio Gabarrón–, hemos visto al hasta ahora desconocido fundador, descorbatado y desabrochado, recibiendo sonrisas y parabienes de altas personalidades como el Príncipe de Asturias y señora, y como los premiados, todos ellos relevantes figuras en las distintas modalidades: Richard Serra (Artes Plásticas), Fuentes Quintana (Economía), Raúl Rivero (Pensamiento), García de Enterría (Trayectoria), Caballero Bonald (Letras). ¡Y qué decir del jurado! Magnates de la prensa, críticos tan exquisitos como exigentes, catedráticos, directores generales, periodistas a prueba de bomba; en fin, lo mejor de lo mejor, se dio cita para esta ocasión. Viendo el plantel de ex premiados, asombra que estos premios hubieran pasado desapercibidos hasta ahora.
 
Supongo que a nadie le amarga que le premien, aunque sea por iniciativa de uno de los pintores más letales de este país, desde que Miró infantilizara la plástica, pero de ahí a prestarse al espectáculo… ¿Y de dónde sale este Gabarrón que pinta de manera tan espantosa? ¿Por qué tiene esa influencia? Personas del milieu, generalmente bien informadas, me dicen que su carrera fue impulsada por Samaranch, el del Comité Olímpico Internacional, razón por la cual en muchas sedes hay uno de sus indescriptibles murales. Cuentan que antes pagaba para que escribieran artículos sobre él, cosa de la que más de uno, hoy famoso, se avergüenza, o al menos se avergonzaba hasta hace poco.
 
Ahora que este artista murciano, afincado en Valladolid, ha recibido el respaldo político y empresarial parece que se ablandan algunas voluntades artísticas de la patria. De hecho está exponiendo en el Chelsea Museum de Nueva York, comisariado por Kuspit, uno de los santones de la crítica globalizada, y pronto lo veremos en el IVAM, templo del arte contemporáneo, en cuyo Consejo Asesor hay personas como Francisco Calvo Serraller y Tomás Llorens. Una vez más, el gran misterio de entender cómo es posible que mentes tan hipercríticas, paladares tan delicados puedan tragarse unas bolas y unas composturas tan grandes. Y todavía nos queda el premio Planeta. Pero será la semana que viene; si Dios quiere, claro.
0
comentarios