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CHUECADILLY CIRCUS

¡Horror: me abronca una salgádica y me mandan a tierra de muslimes!

¿Hay algo peor que plantar a cuatro amigos para el Sunday brunch? No pedir perdón por ello. Así que, para regocijo de mi editor, cada día más seductoramente taimado y con más razón que un santo, me declaro reo de ambos delitos y acepto la penitencia: una estancia en tierra de moros sometido a trabajos forzados de la peor clase.

¿Hay algo peor que plantar a cuatro amigos para el Sunday brunch? No pedir perdón por ello. Así que, para regocijo de mi editor, cada día más seductoramente taimado y con más razón que un santo, me declaro reo de ambos delitos y acepto la penitencia: una estancia en tierra de moros sometido a trabajos forzados de la peor clase.
Los mal pensados estarán sin duda imaginándome protagonizando la segunda parte de Un esclavo llamado Cervantes, ese magnífico y provocador ensayo con el que Fernando Arrabal puso patas arriba el consenso cervantino hace ya once años. La tesis del dramaturgo era que don Miguel había perdido la mano no en Lepanto, sino en España, como castigo a su afición a los juegos erótico-festivos con otros titiriteros. Además, su cautiverio en Argel no fue tan duro como lo pintan, pues un grupo de apuestos moritos le hizo más llevadera la estancia.
 
Precisamente a esta parte de la vida de Cervantes prometió Arrabal dedicar otro libro, que por desgracia nunca se publicó... y que no tengo la menor intención de inspirar. Vamos, que no voy precisamente a la mansión de la Rigalt en Marruecos ni a ningún otro haunt del estilo. El que busque morbo, que consulte la programación de Telecinco.
 
Pero conviene no adelantar acontecimientos y comenzar esta desdichada historia por su auténtica culpable, una alevosa camarera empleada del mítico y malogrado Oliver de la calle Almirante, en el before Chueca de Madrid. Resulta que el local, antaño sede de Fumadores por la Tolerancia, un grupo de smokers que buscaba la forma de conjugar vicio propio y respeto a los demás, se ha vuelto más fundamentalista que la hipócrita ministra Salgado. Supongo que debería disculparme por el piropo, pero ¿qué se puede decir de alguien que se proclama vegetariano para luego salir retratado en las páginas de un diario madrileño dispuesto a zamparse una generosa loncha de jamón serrano? Una cosa es que los socialistas intenten convencernos de que Otegui es un santo, y otra que confundan el gorrino con la verdura.
 
Pues bien, el domingo pasado me disponía a disfrutar de un delicioso banquete con algunos de los personajes más conspicuos del universo margoliano, más el maño Humberto y A. J. Chinchetru, activista en pro de la libertad cibernética y male fag hag de pro, cuando la susodicha mesera me lanzó una furibunda mirada y un "aquí no se fuma" de los que hielan la sangre. Si algo me han enseñado mis compis liberales es que la pela es soberana, así que abandoné esta nueva prisión del neopuritanismo progre como alma que lleva el diablo y redacté un lacónico "diviértanse, sorry" en mi teléfono móvil para mis amigos (como siempre, fui el primero en llegar; una lástima haberme perdido el primer on time arrival de Meri White en nueve meses. La reacción de la pelirroja no se hizo esperar, aunque eso pertenece a la más estricta intimidad, que no les pienso revelar ni por el precio de los modelitos de la Salgado).
 
Como Dios aprieta pero no ahoga, en mi deambular solitario por las calles del barrio me topé con Kolabora!, simpático local sesentero al que hace un par de años me prometí no regresar tras sufrir una insípida sopa y una ensalada sosísima. Ingresé en el garito temiendo lo peor… y acabé disfrutando de una comida riquísima, además de solazarme en la observación de varias parejas hetero en pleno ritual de seducción. A pesar de que el lugar porte con orgullo la etiqueta de gay, ahí los únicos torcidos son los camareros, y eso con suerte. Así que la próxima vez que quieran llevar a una chica a cenar, almorzar o brunchear, invítenla a Kolabora! Les garantizo que sólo tendrá ojos para ustedes, o como mucho los compartirá con la observación de los empleados del restaurante, que no representan ningún peligro para el machito casadero en busca de nido. Y además, quedarán como los perfectos hombres sensibles etecé, ya sabe, esas chorradas con las que el chico de hoy sigue embaucando a la mujer de siempre.
 
El restaurante tiene un cuidado menú a base de ensaladas, pizzas, crêpes y otras delicias mediterráneas y una decoración de lo más acogedora. Les recomiendo la mesa de la lámpara para comidas concurridas, y alguna de las mesitas de fumadores de la sala interior para ocasiones más entrañables.
 
Para combatir mi soledad, decidí molestar a un maromo guapísimo que resultó ser el encargado del local, así que le apliqué un tercer grado margoliano, tras el cual el chico necesitaría un par de tilas. Lo reconocerán por el magnífico tatuaje que luce en su brazo izquierdo, obra del mejor artista de la zona de Malasaña. No les doy la dirección porque la lista de espera es de tres meses, aunque se lo pueden preguntar al efebo valllisoletano, que incluso se deja acariciar el brazo.
 
Y es que el chico lo tiene todo: es guapo, tiene un cuerpazo bien proporcionado y además posee arte. Él mismo crea la sabrosa salsa de yogurt de la genuina aunque algo fantasiosa ensalada griega, la mejor que he probado fuera de ese país, y el gustosísimo pastel de zanahoria con nuez moscada. Me contó que tras trabajar como ingeniero para una petrolera resolvió dar un giro radical a su vida y trocó el traje por el mandil y el tattoo. A la vista de los resultados, no puedo sino alabar su sabia decisión.
 
Para los más cotillas, informo de que es soltero y sin compromiso, aunque no diría que no a un buen partido. Vive cerca de Atocha y en sus días libres no pisa Chueca ni alrededores ("Mejor mirar los toros desde la barrera"). Le gusta ir de compras a la calle Fuencarral, y basta tirarle un poco de la lengua para escuchar algunas de las frases más atinadas que haya oído en los últimos tiempos, y no me refiero a la cita de arriba.
 
La charla y la comida surtieron su efecto y me marché de allí feliz y contento, circunstancia a toda vista agravante de mi crimen de plantón, que sólo será purgado tras sufrir en carnes propias los efectos de la moratiniana alianza de civilizaciones. Espero poder redimir mis pecados antes de perder la poca cordura que me queda entre los infieles.
 
Pero ustedes a lo suyo. Repasen su agenda, encuentren a esa persona a la que están debiendo una cena o un brunch... y directos a Kolabora! (Libertad, 23), a disfrutar de una buena y saludable comida regada con un vino de la casa más que aceptable y a dejarse mimar por sus gentiles y pacientes empleados (hay que ser mucho de ambas cosas para aguantarle un interrogatorio a Luis Margol). Repetirán.
 
Casi me iba sin contarles el encuentro adelantado la semana pasada con B. B., el hombre que cambió mi vida. Como buena mariculta que soy, la cita se produjo en la presentación de su último libro, a cargo de la FAES, en un "céntrico hotel madrileño" (me encanta esta expresión, que sólo usan los periodistas sin imaginación y los nouveaux riches de Castilla-La Mancha).
 
Entre los asistentes se contaba Manuel Fraga, el único que llegó a su hora (ya saben que en España hay una relación inversamente proporcional entre la importancia del asistente a actos sociales y su puntualidad), el diputado canario Guillermo, cada día más delgado y un tanto atolondrado –debería casarse ya–, y el madrileño Juan Soler, luciendo un bronceado despampanante.
 
Sin embargo, quien más lució y admiró a la concurrencia, aparte, claro está, del autor y de Jorge Moragas, el único hombre al que no se le mueve un cabello a pesar de atravesar la jungla madrileña en una Honda 650 (Gallardón, give us an obras break!), fue la aún más bella que su hermano David Kareen Hatchwell, cuerpo escultural, cabello sedoso roji-naranja a lo Mónica Naranjo y kinky boots arrobadoras y sutilmente incitadoras. Por desgracia, me fue imposible acercarme lo suficiente como para oler su perfume e interrogarla, debido al insufrible enjambre de hombres que se formó a su alrededor, y al que ella despreció olímpicamente. De todas formas, un amiguete me va a proporcionar su contacto.
 
Si me dejan, en breve les ofreceré una entrevista y alguna foto de la que, a poco que lo intente, se convertirá en referencia estético-intelectual del neoliberalismo sefardí. La diversidad es buena, o, como dice el refrán judío, "si todos los hombres tirasen para el mismo lado, el mundo se daría la vuelta". Kareen es bella, inteligente y además tiene madera de heroína. Qué Dios le bendiga.
 
 
Inquire within: chuecadilly@yahoo.es
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