Menú
LA FIESTA

Hamburguesas de toro

Levi Strauss decía que en Occidente no nos comemos a los animales a los que ponemos nombre. O el antropólogo francés se equivocaba o los españoles no pertenecemos a la esfera de lo occidental. ¿Qué otra cosa podríamos hacer con Estupendo, Sortijero, Venerado, Garabato, Portusuerte y Mochudo sino comérnoslos con patatas fritas? Morante de la Puebla y El Cid, además, intentaron torearlos. Pero eso no eran toros. Si acaso, hamburguesas de toro.

Levi Strauss decía que en Occidente no nos comemos a los animales a los que ponemos nombre. O el antropólogo francés se equivocaba o los españoles no pertenecemos a la esfera de lo occidental. ¿Qué otra cosa podríamos hacer con Estupendo, Sortijero, Venerado, Garabato, Portusuerte y Mochudo sino comérnoslos con patatas fritas? Morante de la Puebla y El Cid, además, intentaron torearlos. Pero eso no eran toros. Si acaso, hamburguesas de toro.
La tarde en La Maestranza transcurrió entre dos clichés. A las seis, los aficionados se repetían en los aledaños una profecía: "¡Hay toros!". Y es que venían los victorinos. Dos horas y media después de hastío e incomodidad (lleno absoluto en una plaza diseñada para señores de 1,60) se lamentaban: "Tarde de expectación, tarde de decepción". Sobre todo, sospecho, para los que llegaron a pagar 1.500 euros en la reventa.

Tras el chasco del mano a mano Morante-José Tomás del año pasado, el encuentro entre aquél y El Cid se percibía como otro de esos acontecimientos que hacen soñar al aficionado con la tarde de toros perfecta. No cabe imaginar ahora mismo un cartel más atractivo, salvo un cara a cara entre el dionisiaco Tomás y el apolíneo Enrique Ponce.

Pero para que haya corrida es condición necesaria que haya toros con fuerza, bravura, trapío. Y ayer en La Maestranza, cuando iba a salir el sobrero, ya que el sexto oficial era un inválido, el personal se temía que en lugar de una fiera con cuernos saliese un rebaño de ovejas. Pues fue peor. Salió una cabra loca, que se lió a testarazos con El Cid, al que mandó a la lona de un gancho de izquierda y luego arrolló a base de golpes bajos.

Este desastre fue el punto final de una corrida que resultó un via crucis de Morante entre unos toros que ni comprendió ni dio muestras de poder parar, templar, mucho menos mandar. Ante el primero, al que recibió pinturero y saleroso, arropándolo con el capote extendido como una sábana, se rindió de inmediato. Huía el toro... y no estaba el torero para perseguirlo. Morante es como el madridista Guti: para la filigrana ocasional, pero no para el sudor metódico. Lo tanteó un poco por la izquierda, por la derecha, y como no vio nada entró a matar. Que pase otro. Con el siguiente, igualmente vacío e inútil, también dimitió a las primeras de cambio. Tras unas hermosas verónicas, siguió sin coger el sitio. Para el último de su lote ya había comprendido que eran toros que tras dos o tres carreras se venían abajo estrepitosamente, por lo que quiso exprimir al máximo el único lance con el que podía lucir su palmito torero. Diez o doce verónicas, sin solución de continuidad, enhebró ante una afición que a esas alturas aplaudía enfervorizada cualquier migaja de belleza y valor.

Animado por la ráfaga de verónicas, agarró la muleta a dos manos y se fue por el toro como si éste y él se hubieran transformado en gladiadores. Pero fue un espejismo. Rápidamente se desinfló el sevillano. Estuvo desligado y sin ritmo, sin sitio, imaginación, ganas, oficio, técnica. Torero dependiente de la inspiración, el duende o como se quiera llamar a las habilidades no mediadas por el conocimiento, Morante debió comprender que los victorinos y él no están destinados a entenderse.

El caso de El Cid se antojaba diferente. Sus éxitos con la sólida aunque complicada ganadería que nos preocupa, así como su equilibrio entre la técnica y la improvisación, hacen presagiar siempre, como en el caso de Ponce, que, si hay algo de potable en unos toros, él sabrá extraérselo. No hubo lugar a la duda. Estudioso y paciente, hábil y valeroso, se dejó la sangre, literalmente, en la arena intentando ligar naturales, ensamblar verónicas o hacer quites con los cuernos rozando la pantorrilla. Pero ¿qué hacer con un toro traidor, con otro que muge más que embiste y, finalmente, con la cabra loca a la que hice mención antes? Pues un toreo interruptus, a trompicones, en el que termina habiendo más banderillas en el suelo que encima de la bestia. Y mira que intentó cuidar a sus toros, sin castigarlos mucho en las diferentes suertes. Con detalles de gran torero: la elegancia de sus verónicas, la ornamentación de sus quites, la suavidad con que lo dejabas a los pies del caballo... En su segundo incluso se pudo llevar una oreja (para la que hubo una tímida petición popular) gracias a varias tandas de naturales, con los que exprimió a un toro noblote pero cansado y lento, que se le paraba en mitad de un pase a la altura del pecho. Mató rápido y bien. Pero la falta de emoción ante una faena de profesional andante le impidió llevarse el premio.

Los ganaderos, los empresarios, los políticos, algunos toreros se las ponen a los antitaurinos como se las ponían a Fernando VII. El dislate de la concesión a Francisco Rivera de la Medalla de Bellas Artes es sólo uno de los síntomas de la decadencia del oficio de torear. Otro, de signo opuesto, es la reaparición mesiánica de José Tomás. Más modestos, en el término medio aristotélico entre lo mercenario y lo mesiánico, nos conformaríamos con unos toros que embistiesen por derecho y unos toreros que supiesen torear por la izquierda. En su biografía belmontina, Manuel Chaves Nogales imaginaba un diálogo entre la Muerte y el Torero en el que la primera profetizaba:

Dentro de unos años, a lo mejor, no hay ni aficionados a los toros, ni siquiera toros.

Termino de escribir estas líneas y leo que el genoma de la vaca acaba de ser secuenciado con la vista puesta en el incremento, en cantidad y calidad, de la producción de carne y leche. ¿Será el genoma del toro bravo el próximo que se investigue? Falta haría.


Pinche aquí para acceder al blog de SANTIAGO NAVAJAS.
0
comentarios