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'DE NIETZSCHE A MOURINHO'

Fútbol de izquierdas, fútbol de derechas

Manuel Vázquez Montalbán era lo que Ignacio Vidal Folch satirizaba en su novela Turistas del ideal: un advenedizo de la izquierda (como buen representante de la gauche caviar era más fiable en el tema gastronómico) que tamizaba su sectarismo congénito con elevadas dosis de ironía. También en lo futbolístico se movía Vázquez Montalbán como pez en un desierto de sal.


	Manuel Vázquez Montalbán era lo que Ignacio Vidal Folch satirizaba en su novela Turistas del ideal: un advenedizo de la izquierda (como buen representante de la gauche caviar era más fiable en el tema gastronómico) que tamizaba su sectarismo congénito con elevadas dosis de ironía. También en lo futbolístico se movía Vázquez Montalbán como pez en un desierto de sal.

En su obra Fútbol. Una religión en busca de un dios, Vázquez Montalbán elevaba a los altares a Menotti al convertirlo

en el iniciador de la filosofía del fútbol, un motivador socrático a la espera de Valdano, de Platón y de Ángel Cappa, que ha dado un salto desde Feuerbach a Habermas.

Pero no fue el habermasiano Cappa sino el rortyano Jorge Valdano el que le dio la clave política que iba a marcar el destino conceptual del fútbol en ciertos círculos "progresistas":

El fútbol creativo es de izquierdas y el fútbol meramente de fuerza, marrullería y patadón es de derechas.

Vázquez Montalbán era ateo pero le gustaba mencionar a Dios en sus libros. Si en el que mencionamos buscaba a Dios entre la hierba del fútbol, en uno anterior lo buscaba en la revolución comunista de Fidel Castro: Y Dios entró en La Habana. Hay en la demarcación de Valdano ese maniqueísmo simplista que se traslucía también en la separación que hizo Rodríguez Zapatero entre la izquierda y la derecha políticas:

La derecha tiene los valores en la Bolsa, mientras que la izquierda los tiene en el corazón.

Podría haber dicho Valdano que el fútbol de izquierdas es aquel en el que prima la posesión de la pelota, el asociacionismo combinativo y la solidaridad entre los jugadores como valores máximos, reflejados en la fórmula de que es preferible jugar bien y perder a jugar mal y ganar, mientras que la derecha futbolística prefiere un juego directo, rápido, vertical, contundente, en el que lo que importa es en primer lugar, ganar y si ¡además! se puede conseguir jugando bien, bienvenido sea y loado sea Dios.

Que el fútbol que prefiere perder sin renunciar a su estilo es de izquierdas mientras que el fútbol que busca ante todo ganar aunque sea renunciando de manera marxista (de Groucho: "Estos son mis principios; si no te gustan, tengo otros") a sus principios es de derechas. Porque tan creativo es conceptualmente el catenaccio (el modelo de fútbol ultradefensivo de derechas en el paradigma maniqueo valdaniano) como el tiqui taca (que constituiría el fin de la historia futbolístico para estos émulos del historiador neohegeliano Francis Fukuyama), ya que son dos formas de resolver un problema conceptual: cómo distribuir el espacio del campo juego de manera que al final del encuentro el balón se haya introducido más veces en el espacio de la portería contraria que en la propia. Por supuesto, que uno puede preferir la versión más vistosa del jogo bonito que la espartana del catenaccio.

Pero al final todo se reduce a una cuestión circense: de preferir el Circo del Sol al Circo de Gladiadores o viceversa.

(...)

Mourinho, el entrenador total

El fútbol profesional es seguramente de todos los deportes de alto nivel el menos predecible. O dicho de otro modo, aquel en el que la suerte juega un factor más decisivo. Una jugada mal pitada por el árbitro en un partido de baloncesto o de balonmano no acostumbra a tener la importancia decisiva que en un partido de fútbol un gol mal anulado (frente a lo mismo aplicado a una canasta) o una tarjeta roja que no lo era (contra una antideportiva).

Las variables que afectan a un partido de fútbol son de tipo estratégico, psicológico, táctico, moral, técnico, físico, religioso, nutritivo, anímico, político, climático, periodístico, emocional, geométrico, teológico... El FC Barcelona es más que un club, Maradona era la mano de Dios, Kubala y Puskas llegaron a jugar en el fútbol español gracias a (que huyeron de) los regímenes comunistas de sus países de origen, los jugadores argentinos drogaron a los de Brasil en un partido del Mundial de Italia, Mourinho sacó rápidamente a Muntari de una alineación del Inter alegando que al cumplir con las restricciones dietéticas del Ramadán no estaba al nivel físico óptimo...

Y es que Mourinho es uno de los entrenadores que más controla, hasta el límite de lo posible, el conjunto de variables que intervienen en un partido. De las endógenas al propio partido, en las que es excepcional, un maestro; pero también, y aquí reside fundamentalmente su rareza respecto de otros entrenadores, de las exógenas. Entre las endógenas al fútbol controla tanto la alimentación (y hace que Benzema baje de peso diez kilógramos) como habla cinco lenguas (portugués, español, inglés, italiano y francés) para ser capaz de lograr una gran empatía con sus jugadores hablándoles en su propio idioma o en aquel en el que se sientan más cómodos (aunque al equipo en conjunto le habla en el idioma del país del club). Tanto desde el punto de vista físico como psicológico Mourinho trata de hacer rendir a sus jugadores al 100% ya sea en el plano individual o desde una concepción comunitaria del juego que les haga ser conscientes de que el bien colectivo repercutirá positivamente en su bien privado.

Parafraseando a Kennedy, podemos imaginar a Mourinho diciéndoles aquello de "No pienses en lo que el Real Madrid puede hacer por ti sino en lo que tú puedes hacer por el Real Madrid", teniendo en cuenta que el aforismo kennediano dejaba implícito que las ganancias colectivas revertirían luego en beneficios privados para cada jugador: la marca Real Madrid como multiplicador de la marca Cristiano Ronaldo y viceversa, en una simbiosis productiva. Porque Mourinho, como Kennedy, es un maestro en combinar los incentivos morales con los materiales, transmutando unos en otros.

Su preocupación por manejar apropiadamente los incentivos morales se pone de manifiesto, como indicábamos, en su esfuerzo para dominar el mayor número de idiomas posibles, y así comunicarse con la variopinta pluralidad de jugadores con los que se va a encontrar en los clubes de primera categoría que va a encontrar para controlar mejor el mensaje y el discurso del club, como le ocurrió cuando pasó a entrenar al Inter:

He estudiado italiano cinco horas al día durante varios meses para asegurarme que podría comunicarme con los jugadores, la prensa y los aficionados.

Porque el fútbol profesional no consiste sólo, como creen ingenua o interesadamente algunos, en jugar a la pelota, como si fuera suficiente con dársela a los jugones y ya está. La definición de fútbol que da el Diccionario de la Real Academia Española es correctísima en su simpleza y limpieza conceptual:

Juego entre dos equipos de once jugadores cada uno, cuya finalidad es hacer entrar un balón por una portería conforme a reglas determinadas, de las que la más característica es que no puede ser tocado con las manos ni con los brazos.

Tan simple y tan limpia que necesariamente falla. De hecho, no hace siquiera falta, ni mucho menos, que sean exactamente once para jugar al fútbol, salvo según las reglas subsidiarias de la FIFA. Porque toda definición no es más que un intento de definición, una máscara mortuoria de una realidad que está en permanente cambio, una foto fija de un proceso, una perspectiva de un mundo que es plural. Sócrates disfrutaba haciéndoles ver a sus contrincantes sofistas durante sus paseos filosóficos que era imposible encontrar una definición que satisfaciera a la vez y sin contradicción todos los aspectos involucrados en el uso de una práctica. Siglos más tarde, Wittgenstein propuso su noción de juegos de lenguaje y parecidos de familia para explicarnos que tales definiciones no son necesarias porque sabemos usar las palabras en su contexto independientemente de las definiciones mismas, que siempre son a posteriori y reduccionistas respecto de los objetos y hechos que las han hecho emerger.

Y es que toda definición presupone lo que Wittgenstein llamaba "una forma de vida": un conjunto casi infinito de instrucciones infinitesimales que se aprenden con la práctica cotidiana y que van empapando de pre-juicios, de intuiciones, de conocimiento tácito, de reacciones involuntarias pero decididamente nuestras, nuestra concepción del mundo. Cualquiera que haya intentado explicar el fuera de juego a un neófito lo entenderá.

Esa distinta concepción del lenguaje según hayan sido las experiencias vividas se ejemplificó en un supuesto rifirrafe entre Mourinho y el defensa y capitán del Real Madrid Sergio Ramos,

cuando le recriminó a su entrenador que criticara un cambio de marcaje:

No, pero dependiendo de la situación del partido, a veces hay que cambiar los marcajes. Y como usted nunca ha vestido de corto, no sabe que a veces se dan esas situaciones.

Lo que importa aquí no es que Mourinho de hecho sí que jugara al fútbol, además de defensa aunque sólo como amateur y hasta los veintidós años, sino que Ramos, que no creo que haya estudiado la filosofía analítica de Cambridge, usa un argumento wittgensteniano para contraatacar las acusaciones de Mourinho explicándole que, dada su trayectoria profesional y el aspecto social en el que desarrolló su cultura futbolística, no debería definir una determinada concepción del fútbol demasiado dogmáticamente porque estaría anulando otras definiciones y visiones del fútbol, como la del propio Sergio Ramos, al menos tan valiosa como la suya pero sustancialmente diferente al basarse en experiencias vitales y profesionales diferentes.

Aunque Ramos se equivoca respecto al fondo de la cuestión porque precisamente el no haber sido un jugador profesional le sirve a Mourinho para tener una visión del fútbol excéntrica respecto a lo que suele ser la usual, es decir, menos tradicionalista y menos guiada por los clichés y los estereotipos que rodean al juego. También de ahí los encontronazos que provoca.

En Alicia a través del espejo se ejemplifica a la perfección las sutilezas wittgenstenianas sobre el lenguaje, las definiciones y las formas de vida en el diálogo entre Alicia y Humpty Dumpty:

–¡Y sólo uno para regalos de cumpleaños! Ya ves. ¡Te has cubierto de gloria!

–No sé qué es lo que quiere decir con eso de la "gloria" –observó Alicia.

Humpty Dumpty sonrió despectivamente.

–Pues claro que no..., y no lo sabrás hasta que te lo diga yo. Quiere decir que "ahí te he dado con un argumento que te ha dejado bien aplastada".

–Pero "gloria" no significa "un argumento que deja bien aplastado" –objetó Alicia.

Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos.

–La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

–La cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda..., eso es todo.

En la polémica sobre Mourinho lo que late palpitante y secreto es un conflicto wittgensteniano entre formas de vida que van más allá de lo estrictamente definido por la RAE. Un conflicto que deviene humptydumptyano desde el momento en que se manifiesta una lucha por el poder que es tanto de voluntad de poder –quién gana más, títulos, trofeos, dinero, prestigio, admiración– como de conocimiento: quién impone un determinado tipo de fútbol vinculado a una moral y una política determinada. Porque aunque todos usen la palabra fútbol no es la misma cuando la emplean los leones que cuando la emplean los ciervos.

 

NOTA: Este texto está tomado de DE NIETZSCHE A MOURINHO. GUÍA FILOSÓFICA PARA TIEMPOS DE CRISIS, de SANTIAGO NAVAJAS, que acaba de publicar la editorial Berenice.

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