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PANORÁMICAS

¡Feliz cumpleaños, viejo Clint!

El 31 de mayo de 1930 vino al mundo Clinton Eastwood Jr.; en San Francisco, California, Estados Unidos. Así que está a punto de cumplir ochenta años, este pistolero andante, de matahombres al cinto y poncho mugriento, corcel pálido, pocas palabras y aún menos compañías.

El 31 de mayo de 1930 vino al mundo Clinton Eastwood Jr.; en San Francisco, California, Estados Unidos. Así que está a punto de cumplir ochenta años, este pistolero andante, de matahombres al cinto y poncho mugriento, corcel pálido, pocas palabras y aún menos compañías.
Su infancia y su adolescencia estuvieron marcadas por la Gran Depresión, que le llevó a viajar de un lugar a otro mientras sus padres buscaban trabajo. Al nomadismo se le añadió desde muy pronto la necesidad de buscarse uno mismo las habichuelas, de ahí que cambiara los inalcanzables estudios por todo tipo de trabajos, que trazarían su perfil de tipo duro y curtido con alma de poeta: leñador, albañil, bombero forestal, limpiapiscinas, obrero del metal, instructor de natación y, por último pero no menos importante, pianista en garitos de mala vida y peor muerte.
No entiendo muy bien por qué la gente se sorprende con la crisis. Desde el principio de los tiempos las cosas han funcionado así: una vez estás arriba y otras, abajo. No comprendo tantas lamentaciones. Crecí en una era en que las cosas tenían valor. Tenías los pocos dólares que tuvieras en el bolsillo. Ahora, con las tarjetas de crédito, uno gasta 30 veces más de lo que tiene. Todo se compra sin esfuerzo. Antes, si gastabas más de lo que tenías, pasabas a tener un problema. Tenías cuatro dólares, el cine costaba dos y medio y la conclusión era que no podías llevar a tu chica a cenar. Simple, pero perfectamente comprensible. Estaba claro lo que tenías y lo que no. Ahora no. Las cosas han perdido valor. Quizá esté ahí el problema.
Con esa facilidad innata que tienen los norteamericanos para reescribir los mitos europeos en las vastas llanuras y las montañas rocosas de su tierra, Eastwood fue tallando un héroe caballeresco pero oscuro, que no olvida ni perdona y que es capaz de pegarle un tiro por la espalda al miserable de turno. John Wayne, que le escribió indignado por Infierno de cobardes, nunca lo hubiera hecho.

¡Qué gran Batman en el frenopático de Gotham City haría el viejo! Como también de Rey Lear a la búsqueda de fresas salvajes. A ratos Amadís de Gaula, en otros momentos Orlando Furioso, siempre idealista como Don Quijote y socarrón como Sancho Panza. Las personas que le importan en las películas tienden a desaparecer violentamente. Las que le desagradan, también. Sin necesidad de tatuajes, su cuerpo cinematográfico está sembrado de balazos –a ambos lados de la columna vertebral– y cicatrices –que le cortan el rostro–; y claro que exhibe la marca de la soga al cuello. El fuego de Ahab corre también por sus venas: en su caso, no apostaría por la ballena blanca. Nunca he conocido a nadie a quien le sentaran mejor los versos de William Blake sobre un príncipe maldito
Tigre! ¡Tigre! Ardiendo brillante
En los bosques de la noche,
¿Qué ojo o mano inmortal
Pudo idear tu terrible simetría?
Y si realizó la mejor película sin discusión de los noventa, Sin perdón, en la última década nos regaló las también indiscutibles Space cowboys, Million Dollar Baby, Mystic River, Cartas desde Iwo Jima, Gran Torino e Invictus. Afortunadamente, el viejo león libertariano, al que el comanche Diez Osos le decía en El fuera de la ley que su palabra de vida es de hierro y su palabra de muerte también, sigue trabajando a pie de obra, atareado en la post-producción de Hereafter y en la pre-producción de Hoover. Para Eastwood, no caben prejubilaciones ni hay ningún problema en seguir trabajando hasta morir con las botas puestas.

El secreto de Eastwood, en una época en la que los conceptos de vanguardia y originalidad a cualquier precio han desplazado del centro de la práctica artística a los de tradición y representación, ha sido mantenerse fiel a los fundamentos del instinto del arte: emociones sin coartadas, placer directo, habilidad y virtuosismo arrancado al sudor del aprendizaje artesanal; y estilo invisible, precisamente el más complicado de adquirir y de ser reconocido.
El espíritu no vale un pimiento si no es con un poco de ejercicio. Hay pocos problemas que no se puedan resolver con sudor y trabajo duro. Un hombre sin espíritu es un hombre acabado. (El predicardor-pistolero de El jinete pálido).
Individualista a ultranza, el director californiano ha hecho del plagio de contenidos un axioma y del robo descarado de ideas y estilos un arte. Tras atracar a mano armada a Ford y Hawks, Siegel y Leone, Mann y Walsh, siempre permanece el toque Eastwood: una forma de escupir tabaco antes de matar, un comentario irónico en mitad de un entierro, un detalle hacia una mujer que sería sensiblero si no procediera de unas manos callosas a fuerza de manejar el azadón y el Colt 45.
En Malpaso [la productora independiente que fundó en 1968] no necesitamos un equipo de veintiséis personas y una oficina preciosa. Con media docena de cervezas, papel y bolígrafos podemos trabajar.
Mis películas favoritas de Eastwood son Infierno de cobardes (1973), El aventurero de medianoche (1982), Sin perdón (1992), Los puentes de Madison (1995) y Space cowboys (2000). Vengativo sin piedad, perdedor sublime, justiciero implacable, seductor enamorado y héroe tranquilo, estas cinco películas configuran el perfil de un hombre y un director de cine hecho a sí mismo con honestidad y atrevimiento.

Un personaje de una sola pieza pero de matices delicados y aristas complejas. García Lorca lo prefiguró cuando escribió en Llanto por Ignacio Sánchez Mejías aquello de
duro con las espuelas, blando con las espigas, tierno con el rocío, deslumbrante en la feria.
Cabe imaginarse a Eastwood torero y con coleta. Feliz cumpleaños, maestro.


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