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CHUECADILLY CIRCUS

Eurovisión: divas contra paquetes

A ningún observador imparcial se le escapa el hecho de que este año los del lobby gay (algunos montan grupos de presión para defender sus intereses, otros nacemos en ellos) lo tendremos complicado para designar la canción ganadora de Eurovisión: por un lado, una mezzosoprano sueca más hortera que bailar un aria de Mozart; por otro, un pastorcillo griego poseedor del ombligo más sexy de la península balcánica. Difícil elección.

A ningún observador imparcial se le escapa el hecho de que este año los del lobby gay (algunos montan grupos de presión para defender sus intereses, otros nacemos en ellos) lo tendremos complicado para designar la canción ganadora de Eurovisión: por un lado, una mezzosoprano sueca más hortera que bailar un aria de Mozart; por otro, un pastorcillo griego poseedor del ombligo más sexy de la península balcánica. Difícil elección.
Mientras en los ochenta los más esnobistas se aburrían como ostras con las historias del galés de origen noruego Roald Dahl, sin duda el escritor más sobrevalorado de las últimas décadas (lo mejor de su obra es la adaptación cinematográfica de Charlie y la fábrica de chocolate), otros nos retorcíamos al ritmo de Dollie de Luxe (Muñeca de Lujo), dos supernenas de toma pan y moja venidas de los fiordos que saltaron a la fama con el vídeo de su tema "Queen of the Night-Satisfaction", un epatante duelo entre The Rolling Stones y el genio de Salzburgo celebrado en algún garito del Greenwich neoyorquino. "Carmen-Gimme Some Lovin'", en la que dos malas del bel canto evolucionan en su camerino a base de faldas de lamé, kilos de maquillaje y pastillas para los nervios, las catapultó a las pistas de baile más animadas del orbe. Por desgracia, en España Ingrid y Benedicte pasaron inadvertidas debido a la larga resaca del Rockola y a Vicky Larraz, cuyo "¿Quién se bebe mi Peppermint?" se convirtió en santo y seña de las locas más atrevidas del momento.  

En 1984, las muñecas tuvieron el honor de representar a su país en Eurovisión con un tema incomprendido que sin embargo significó un antes y un después en la vida de cientos de miles de margolianos a lo largo y ancho del Viejo Mundo. Su "Lenge Leve Livet" (Larga vida a la vida) resonó en muchos oídos como auténtica música celestial. Poco después publicaron Rock vs. Opera, un recopilatorio de sus experimentos musicales. Por desgracia, la estrella de estas dos innovadoras duró poco. Sus musicales en Londres, remedos de volterianismo barato con un toque de satanismo chic destinado a epatar a la burguesía británica, no alcanzaron el éxito esperado.

Sin embargo, la semilla plantada por estas dos transgresoras no cayó en tierra yerma. East Village Opera Company, una multitudinaria banda neoyorquina, ha llevado el subgénero de la fusión de la ópera y el rock donde sólo unos cuantos habíamos soñado. ¿Cómo quedarían un par de princesas saudíes bailando "La donna é móbile"? ¿Y si la Reina de la Noche se transformase en hermano lederón? La noble Lakmé, inspiradora de ritos proscritos, debe de estar revolviéndose en su tumba.

Malena Ernman.En Escandinavia, los finlandeses de Nightwish prosiguieron la línea gótico-diabólica de las vikingas y se convirtieron en la segunda marca más famosa del país tras Nokia. El secreto de su éxito fue la enigmática y piadosa Tarja Turunen, protagonista de una traumática salida del grupo por razones desconocidas. Lamentablemente, los españoles seguimos ajenos a una de las tendencias más interesantes y potencialmente fructíferas del pop actual, pese a los esfuerzos de la exquisita Sonia Terol y los guapísimos Perú Rock Ópera.

Quizá todo esto comience a cambiar gracias a Malena Ernman, una polifacética cantante sueca de ópera ("Mi profesión es la ópera, y mi hobby cantar todo lo demás al mismo tiempo") amiga de montar numeritos cómicos en cualquier garito de Estocolmo acompañada de su apuesto entourage mariconzón (el vodka hace milagros) o de revelar lo que todos sospechábamos de Monsterrat Caballé. Esta camaleónica rubia, protagonista de algunas de las escenificaciones más iconoclastas de la lírica, ganó la nominación de su país para el festival de Eurovisión de este año con "La Voix". Pese a la fría recepción del jurado del Melodifestivalen, los votos del público dieron la vuelta a la situación en el último segundo. Tiran más un par de volantes de plumas que dos carretas, que dicen los castizos, o mucha coloratura y pocas nueces, que habría sentenciado Wilde. 

En pocas semanas, Malena alcanzó el estatus de diva gay en todos los blogs y páginas eurovisivas que se precien, con la consiguiente controversia. No me extrañaría que la decisión de la representación sueca de prescindir de los bailarines que acompañaron a Malena en el proceso de selección se debiera a la airada reacción de algunos festivaleros, indignados ante lo que consideran un nuevo asalto del lobby rosa. Sin embargo, algunos heterorros parecen encantados con la idea, aunque yo que ellos me andaría con cuidado. Tanto va el cántaro a la fuente... Las evasivas declaraciones de la cantante a la prensa inglesa –"Hemos dejado a los chicos en casa fregando los platos"– no han hecho sino oscurecer más aún la densa nube de sospecha.

Sakis Rouvas.Sea como fuere, en estos momentos más de uno debe de estar tirándose los pelos en Suecia ante el golpe bajo de Grecia, que este año presenta al ex gimnasta Sakis Rouvas, un nativo de las islas del Egeo que lleva meses pasándose las manos por su abultado paquete ante las cámaras de media Europa y parte de Asia Menor. Cómo sonará este heleno con pintas de chapero sevillano sigue siendo un misterio, pues hasta los ensayos los realiza con voz pregrabada. Al contrario que Malena, Sakis ha incluido a dos apuestos y fornidos bailarines en su número, hurtándole a la sueca el apoyo incondicional de la franja más joven del voto uraniano. De todas formas, tal vez sea demasiado pronto para cantar victoria. El griego también lo intentó en 2004 con "Shake, shake mi amor", que interpretó ataviado con la misma camiseta apretada y ombliguera que luce cinco años después.

Así las cosas, esta edición del festival se plantea como una emocionante justa entre homoseñores y connaisseurs y las nuevas pequeñas, aunque no deberíamos descartar las sorpresas. Los de la industria de la paz, que diría el ministro de Asuntos Exteriores israelí, han ideado el dueto There Must Be Another Way entre Noa y Mira Awad, una supuesta chica árabe más falsa que los músicos palestinos de la orquesta de Daniel Barenboim. Mira es una orgullosa ciudadana israelí, y para más inri cristiana y de madre búlgara, algo que ciertos medios han olvidado mencionar. Ignoraba que Noa fuera partidaria de este tipo de apaños, pero algo tenía que hacer la chica tras la campaña de vituperios de que fue objeto por parte de la progresía europea tras sus firmes manifestaciones a favor del ejército de su país en el último conflicto bélico entre Israel y los terroristas de Hamas.

Y para los dos o tres aficionados a la balada francesa que quedan por ahí, Sarkozy envía a Patricia Kaas, una cantante que me costó varias broncas con un novio parisino bastante elitista que se mofaba de ella tildándola de "modistilla" (me pregunto si el hecho de que fuese la cantante favorita de un ligue anterior tuvo algo que ver). Con la discografía tan estupenda que posee y esa imagen tan glamurosa, moderna y cosmopolita que siempre ha cultivado, el patético temita eurovisivo de la Kaas casi produce vergüenza ajena. ¿No estaremos ante una conspiración de la primera dama de Francia para que nadie le haga sombra?

Como ven, el festival de Eurovisión está más vivo y emocionante que nunca. Hay cosas que nunca deberían pasar de moda, incluido el mal gusto, aunque de eso mejor no hablar, no vaya a ser que me tachen de anti-patriota o algo peor. Ustedes mismos.


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