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ARTÍCULO EN THE WALL STREET JOURNAL

Europa necesita mantener sus compromisos

Intentar construir Europa sin dar explicaciones a la gente tiene un precio: el no francés y holandés al proyecto de Constitución Europea. Desconfiar de los valores y los principios occidentales que definen la identidad europea tiene un precio: la desconfianza de los europeos. Llenarle la cabeza a la gente con discursos plagados de desconfianza hacia los Estados Unidos, hacia las reformas económicas, hacia el libre mercado, también tiene un precio: la gente se hace más desconfiada. Y además, ¿quién puede confiar en un Consejo Europeo que cambia continuamente de opinión?

Intentar construir Europa sin dar explicaciones a la gente tiene un precio: el no francés y holandés al proyecto de Constitución Europea. Desconfiar de los valores y los principios occidentales que definen la identidad europea tiene un precio: la desconfianza de los europeos. Llenarle la cabeza a la gente con discursos plagados de desconfianza hacia los Estados Unidos, hacia las reformas económicas, hacia el libre mercado, también tiene un precio: la gente se hace más desconfiada. Y además, ¿quién puede confiar en un Consejo Europeo que cambia continuamente de opinión?
José María Aznar.
Una amplia mayoría de franceses han votado en contra de una Constitución hecha a su medida. Una mayoría todavía más aplastante de holandeses han dicho que no a un proyecto en el que nada les era particularmente perjudicial. Ante esta situación el discurso fácil es elevar una plegaria de fe convencionalmente europeísta e intentar buscar un truco para lograr que los europeos tengan que aceptar lo mismo que acaban de rechazar. Pero eso no es verdaderamente europeísta. Sólo es fácil, que es muy distinto.
 
En Francia ha existido debate público sobre la Constitución europea. Es lo mínimo que se le puede exigir a una democracia, y el pueblo francés merece ser felicitado por ello. Pero los resultados del debate no han sido esclarecedores. Me sorprende, por ejemplo, que los partidarios del "no" y del "sí" hayan empleado argumentos muy parecidos. Para pedir el apoyo o el rechazo se ha incitado el rechazo hacia los Estados Unidos y hacia lo que se ha llamado "el peligro anglosajón". Los partidarios de los dos bandos han propugnado una Europa sin reformas, con menos libertad de mercado, con más dirigismo estatal (en el país en el que más peso tiene el sector público). Todo ello justo ahora, cuando celebramos los 60 años de la liberación de Europa por tropas norteamericanas y británicas, inicio del período más largo de prosperidad y de paz, fundadas en la libertad política y en la economía de mercado. Toda una paradoja.
 
No es extraño que el debate haya llegado a argumentos tan separados de la verdadera identidad europea. Durante los últimos años algunos líderes han regado de populismo el jardín del rechazo a las reformas y al atlantismo. No es extraño que las plantas hayan crecido, ni tampoco que se hayan tragado a los jardineros.
 
No da confianza el cambio continuo de criterio de algunos líderes, demasiado apegados al populismo. En los 90 se hizo un Pacto de Estabilidad para los momentos de crisis. Cuando la crisis llegó la ocurrencia fue suprimir el Pacto. En el 2000 se acordó una Agenda de reformas, que ha sido inmediatamente postergada para no tener que enfrentarse al inmovilismo atávico de una parte de las sociedades francesa y alemana. Precisamente esos dos grandes países patrocinaron el Tratado de Niza, destinado a posibilitar la conducción de una Europa reunificada. Y justo cuando Europa acaba de reunificarse, y camina sin problemas institucionales, se pretende suprimir Niza y hacer un nuevo reparto de poder tan injustificado como equivocado. La desconfianza ha sido el resultado. El riesgo es que todo lo que de bueno hay en la Unión Europea sufra las consecuencias de un liderazgo insuficiente, errático y equivocado. Especialmente cuando ese liderazgo ha pretendido convertirse en voz única de todos los europeos.
 
La situación ahora no es fácil, pero no es imposible. La idea de continuar con el proceso de ratificación de la Constitución en los demás países me parece algo excéntrica. No creo que el voto de los demás baste para olvidar el "no" francés y holandés. Tampoco es más seria la idea de retocar el texto y volver a presentarlo al pueblo francés en referéndum. Además de ser una falta de respeto a la democracia, hay que tener en cuenta que el "no" francés no tiene una sola causa, sino muchas, por lo que no puede ser evitado mediante trucos.
 
Mucho más desacertada me parece la idea de extraer algunos capítulos de la Constitución y forzar su aprobación por los Gobiernos europeos. Especialmente grave sería si se quisiera así modificar el reparto de poder en el Consejo Europeo. Algunos líderes nacionales ya han advertido que en esos términos no aceptarían, y tienen muy buenas razones para ello.
 
Quizá la mejor solución sea hacer algo nuevo. Y lo verdaderamente nuevo sería cumplir lo acordado. Eso es justo lo que todavía no se ha probado a hacer. Cumplir el Tratado de Niza, cumplir el Pacto de Estabilidad, cumplir la Agenda de Lisboa y fortalecer la Alianza con los Estados Unidos. La frivolidad no es un rasgo de identidad europeo, ni tampoco el derrotismo o la desconfianza. Lo genuinamente europeo es encarar de una vez los problemas y poner manos a la obra, con entusiasmo, y con amigos que nos sigan ayudando a defendernos.
 
 
La versión original de este artículo ha aparecido el viernes 3 de junio en The Wall Street Journal.
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