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CÓMO ESTÁ EL PATIO

En defensa del gremio de los gasolineros

Tengo un amigo que trabaja en una gasolinera al que ya lo han llamado dos veces por teléfono a la hora en que suele tener más clientes para preguntarle si está por ahí el señor ministro. "Que se ponga", añade el bromista antes de colgar, en homenaje al humorista franqui-marxista Miguel Gila. Esto es lo que ha conseguido D. José Blanco por despachar asuntos ministeriales en las gasolineras.


	Tengo un amigo que trabaja en una gasolinera al que ya lo han llamado dos veces por teléfono a la hora en que suele tener más clientes para preguntarle si está por ahí el señor ministro. "Que se ponga", añade el bromista antes de colgar, en homenaje al humorista franqui-marxista Miguel Gila. Esto es lo que ha conseguido D. José Blanco por despachar asuntos ministeriales en las gasolineras.

Las estaciones de repostaje de combustible son lugares muy decentes cuyo prestigio se ha deteriorado en cuanto se ha sabido que los políticos las frecuentan para gestionar asuntos públicos. Esas cosas se hacen en los despachos oficiales o en los puticlubs, que son los sitios donde tradicionalmente el político español organiza sus citas para tratar asuntos delicados, y entiéndase el adjetivo en su más amplia acepción. Si el ejemplo de Blanco cunde entre nuestra clase política, y los comercios empiezan a convertirse en albergues para trapisondas, ningún honrado establecimiento estará a salvo de salir en las noticias por haber albergado encuentros poco recomendables.

Las explicaciones del PSOE para justificar la dudosa conducta de su secretario de organización se basan en el hecho de que no fue una cita oficial, sino tan sólo que el ministro, generoso donde los haya, paró en la gasolinera para recoger a un empresario menesteroso y acercarlo a un restaurante, de forma que el indigente no tuviera que hacer auto-stop.

Es probable que sólo se tratara de eso, porque nadie en su sano juicio puede dudar de la palabra de Elena Valenciano, pero como el trayecto entre los dos puntos del recorrido da para un buen rato, cabe la sospecha de que el ladino emprendedor en el muy competitivo sector de las subvenciones públicas aprovechara para engrasar ciertos expedientes que, sin la dosis correcta de lubricante socialista, correrían el riesgo de griparse en el cajón de cualquier funcionario especialmente puntilloso.

El portavoz del Gobierno, en su ingenuidad, no cayó en la cuenta de que la aparición en una gasolinera de su convoy oficial, Guardia Civil y coche de escolta incluidos, para dejar subir a su lado a un señor con traje, corbata y maletín no es precisamente una escena habitual en las estaciones de servicio patrias. En esos lugares probablemente se hayan vivido escenas pintorescas, pero nada tan bizarro como asistir en directo a una reunión oficial de un ministro del Gobierno de España.

De todas maneras, este caso aireado por la prensa debería servir de cura de humildad de un político caracterizado por anatematizar a sus oponentes a causa de asuntos mucho más insignificantes en términos pecuniarios. En último análisis, los gurtélidos tenían como punto de encuentro tiendas de ropa de perfil elegante en la cosmovisión de un señor de provincias, pero nunca, que se sepa, decidieron el curso de sus acciones sospechosas junto al surtidor de gasolina de 95 octanos de una gasolinera del extrarradio.

Las formas son importantes, claro. No tanto como el fondo, que en este asunto consiste en dilucidar si la reunión auspiciada por José Blanco tuvo resultados positivos para ambas partes. El empresario especialista en el mundo de la subvención pública afirma que sí, razón por la cual hizo supuestamente entrega al muñidor de una coima proporcional al volumen del trinque realizado, pero eso son asuntos que deberá dilucidar la justicia.

Eso si los ladrones ocasionales de ordenadores portátiles y discos duros dejan de visitar a los peritos encargados de la investigación del caso, que ya es mala suerte tanta coincidencia.

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