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CIENCIA

Electrodos contra las enfermedades mentales

Combinando la tecnología más vanguardista con las sofisticadas intervenciones quirúrgicas, los neurocirujanos empiezan a implantar electrodos en los cerebros con el loable propósito de transformar las vidas de los pacientes psiquiátricos. Si todo va bien, podrían tratar desde la epilepsia y la depresión hasta la adicción a drogas.

Combinando la tecnología más vanguardista con las sofisticadas intervenciones quirúrgicas, los neurocirujanos empiezan a implantar electrodos en los cerebros con el loable propósito de transformar las vidas de los pacientes psiquiátricos. Si todo va bien, podrían tratar desde la epilepsia y la depresión hasta la adicción a drogas.
Imagen tomada de wearcam.org.
En un grupo selecto de hospitales de Europa y Estados Unidos, los neurocirujanos están aplicando a nivel experimental una nueva cirugía para atajar la última frontera de la neurología: las enfermedades psiquiátricas. Hasta ahora, la mayor parte de éstas son tratadas con fármacos, pero en muchos casos su eficacia terapéutica es limitada y resultan ineficaces en casos rebeldes.
 
Volker Sturm, un neurocirujano de la Universidad de Colonia (Alemania), está interviniendo en el cerebro de pacientes afectados por el trastorno obsesivo-compulsivo y que no responden a la medicación convencional. Quienes padecen esta patología son incapaces de llevar una vida normal, pues la persistente intrusión de pensamientos o impulsos desagradables en sus conciencias les conduce a ejecutar de forma urgente e irresistible acciones o rituales para reducir la ansiedad. Muchos son incapaces incluso de salir de su casa, obsesionados por el temor de que la contaminación pueda acabar con ellos o que su vivienda pueda ser saqueada y su familia atacada.
 
En un intento casi desesperado por ayudar a estos pacientes, Sturm ha recurrido a una técnica quirúrgica experimental llamada estimulación cerebral profunda, que básicamente consiste en introducir unos electrodos hasta la zona del cerebro que se supone es la responsable del trastorno mental. Esta cirugía fue desarrollada en 1993 por Alim-Louis Benabid, del Hospital Universitario de Grenoble (Francia), para tratar a un grupo de 80 pacientes con Parkinson severo, un desaguisado neurológico incapacitante que discurre con temblores y rigidez creciente de la musculatura. Desde entonces, cerca de 3.000 parkinsonianos han pasado por el quirófano en todo el mundo.
 
Imagen tomada de www.savagepictures.co.uk.La eficacia de la intervención es alta y sus efectos beneficiosos, palpables: unas descargas eléctricas a través de unos electrodos colocados estratégicamente hacen que los temblores cesen instantáneamente y que los músculos agarrotados se relajen de forma casi milagrosa. Con una maestría soberbia, el cirujano atraviesa diferentes capas del cerebro para conducir los electrodos hasta dos componentes de la circuitería motora que están involucrados en los síntomas de esta enfermedad: el llamado "núcleo subtalámico" y el globus pallidus. Los electrodos están conectados a una batería-estimulador, oculta bajo la piel del vientre o del pecho, que manda impulsos eléctricos hasta las neuronas diana para normalizar su actividad. Este estimulador puede ser regulado por control remoto por el neurocirujano. Sencillamente, fantástico.
 
La mencionada circuitería motora, una enmarañada red de circuitos neuronales, es uno de los muchos senderos por los que viaja la información sensorial que recibimos desde el exterior, por ejemplo, a través de la vista y el tacto, hasta el tálamo. Situada en la parte media del cerebro, esta especie de torre de control manda los mensajes nerviosos hasta la corteza, el casquete pensante de la masa gris. Una vez que la corteza decide dar respuesta al estímulo, envía una señal a través del tálamo hacia las apropiadas zonas subcorticales del cerebro que gestionan las órdenes para ser ejecutadas. Así, por ejemplo, si la piel del dedo ha sufrido una quemadura, la respuesta será una sensación de dolor y la retirada de la mano del foco caliente.
 
Pues bien, los cirujanos piensan que estos circuitos de la corteza y el tálamo pueden ser el lugar idóneo para colocar los electrodos contra el desorden obsesivo compulsivo. En concreto, los neurólogos están especialmente interesados en el sistema límbico, un conjunto de estructuras cerebrales –tálamo, hipotálamo, hipocampo, amígdala, cuerpo calloso, septum y mesencéfalo– que gobiernan múltiples facetas de nuestro comportamiento, como las emociones, la memoria y los recuerdos.
 
También jugaría un papel crucial en ciertos trastornos psquiátricos. Andrés Lozano, neurocirujano de la Universidad de Toronto, ha utilizado la estimulación profunda en varios casos de depresión profunda, con unos resultados esperanzadores. Lozano está convencido de que la mejor oportunidad terapéutica del implante cerebral de electrodos está en el campo de la psiquiatría.
 
Ahora bien, el camino está plagado de minas. Los cirujanos aún no saben muy bien hacia dónde dirigir sus electrodos. El implante de uno de ellos en un grupo concreto de neuronas puede afectar a todo el circuito al que pertenece y, como daño colateral, interferir en el flujo de información de otras redes neuronales. Nadie sabe a fecha de hoy cómo estos circuitos, con los feedback positivos y negativos de sus componentes, pueden estar interconectados a través de diferentes estructuras anatómicas.
 
Afortunadamente, los neurocirujanos no trabajan en un mundo de tinieblas. Por ejemplo, las personas que han sufrido un daño local en su cerebro, como sucede después de una apoplejía o infarto cerebral, experimentan cambios de conducta muy precisas. Los neurólogos se han percatado de esta relación, y con la ayuda de la estimulación profunda han causado con sumo cuidado lesiones en estas zonas calientes para tratar enfermedades psiquiátricas, incluido el trastorno obsesivo-compulsivo. Siguiendo estos pasos, el doctor Bart Nuttin, de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), ha encontrado un punto hasta el que conducir los electrodos para tratar a los obsesivo-compulsivos. Se trata de un área de la parte frontal del sistema límbico conocida como "cápsula interna".
 
Otro pilar de apoyo para los científicos que han apostado por esta nueva estrategia para tratar las enfermedades psiquiátricas son las modernas técnicas de imagen médica. En efecto, las imágenes de resonancia magnética funcional (IRMf) y la tomografía de emisión de positrones (PET) permiten ver el funcionamiento del cerebro en directo y a todo color. Con la asistencia de esta tecnología, Lozano ha seleccionado en el sistema límbico una región llamada Cg25 para la estimulación con electrodos, después de que sus colegas vieran que es particularmente activa en los pacientes deprimidos. Con esta información, los científicos esperan aplacar esta hiperactividad implantando electrodos en la Cg25.
 
Pero, como hemos avanzado, la tarea no es fácil. La neurología aún está lejos de intervenir en la actividad eléctrica del cerebro con la seguridad de que no va a causar un cortocircuito o una tormenta de efectos impredecibles. Para empezar, tiene que conocer mejor cómo actúa en realidad la estimulación eléctrica. La idea original es tan simple como bloquear la actividad eléctrica anormal asociada a un trastorno psiquiátrico, minimizando los efectos perniciosos de la lesión. La cosa se complica si pensamos que los pulsos de alta frecuencia aplicados a los electrodos sofocan los circuitos, al bloquear las neuronas excitadoras, y que los pulsos de baja frecuencia tienen el mismo efecto, ya que estimulan las neuronas que inhiben la excitación.
 
A pasar de los retos, la estimulación profunda del cerebro se erige como un opción terapéutica prometedora. Además de aplicarse en los trastornos obsesivo-compulsivos, los neurocirujanos ya hablan de su posible bondad para tratar una larga lista de síndromes neurológicos y psiquiátricos, como la epilepsia, el síndrome de Tourette, los estados de mínima conciencia, las jaquecas en racimo, la obesidad, la drogadicción y la esquizofrenia.
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