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CÓMO ESTÁ EL PATIO

El tontolindango

El progresismo atesora una extraordinaria riqueza antropológica. Aunque todos los progres coinciden en los dogmas esenciales de su religión (antiamericanismo, anticapitalismo, judeofobia, estatismo, solidaridad con el dinero ajeno, ultraecologismo...), siempre es posible encontrar ciertos matices, si quieren estéticos, que nos permiten identificar las distintas subespecies.

El progresismo atesora una extraordinaria riqueza antropológica. Aunque todos los progres coinciden en los dogmas esenciales de su religión (antiamericanismo, anticapitalismo, judeofobia, estatismo, solidaridad con el dinero ajeno, ultraecologismo...), siempre es posible encontrar ciertos matices, si quieren estéticos, que nos permiten identificar las distintas subespecies.
Esta semana tuve ocasión de toparme con un espécimen realmente notable. Ocurrió en una conferencia dedicada a explicar el carácter antiliberal de la Unión Europea. Yo estaba también de oyente –no porque no pudiera dictarla, y además con gran brillantez, sino porque soy un bien económico escaso y me debo reservar para otras cuestiones más relevantes, como entretenerles a ustedes el fin de semana–, y lo primero que me llamó la atención del personaje fue los ademanes furiosos con que apostillaba cada afirmación del ponente.
 
Al principio pensé que era una forma primitiva de mostrar su disconformidad, pero al poco rato él mismo ilustró a la concurrencia, con un tono de voz perfectamente audible en ochocientos metros a la redonda, de que el problema era que no entendía nada. Es lo que pasa cuando se devuelve a las palabras su significado original, que para los progres se vuelven ininteligibles.
 
En ese momento comencé a fijarme mejor en el tipo. Sujeto blanco de rasgos caucásicos, cuarenta años bien cumplidos, pronunciada alopecia, lo que no le impedía llevar una tremenda cortinilla capilar desde detrás de las orejas hasta la zona supralumbar, barba dibujando caprichosas evoluciones a lo largo del mentón, camiseta sobaquera y pantalones vaqueros de pitillo. En fin, una lástima de criatura.
 
Fidel Castro.Pasaban los minutos y el buen hombre seguía sin entender una sola palabra. Libertad, derechos individuales o libre mercado tienen en la jerga progre unos significados completamente opuestos a los que se les atribuía en la charla. Para que se hagan una idea del tremendo suflé de su cerebro, cuando tomó la palabra en el turno de preguntas comenzó a hablar de la Revolución Francesa y del humanismo en términos semejantes a como lo harían Fidel Castro o Chávez (con ese o con zeta, que para el efecto da lo mismo). Finalmente, antes de acabar de formular su pregunta se marchó de la sala, acusando a los presentes desde el pasillo de haber organizado una guerra civil con el objetivo de asesinar a un millón de compatriotas. Lo que se dice una mente portentosa en plena ebullición.
 
¿Qué podemos aprender de esto? Evidentemente, nada. De los progres en fase terminal no cabe extraer enseñanza alguna. Tan sólo deben suscitarnos cristiana indulgencia, lo que no es poco, si bien se mira.
 
Debe de haber alguna razón por la cual algunas personas no superan la confusión mental de la adolescencia. Normalmente, cuando uno se va de la casa paterna y comienza a pagar impuestos intelectualiza rápidamente cómo funciona el mundo real y abandona la escarlatina totalitaria tan típica de los jovenzuelos con lecturas. Sin embargo, hay sujetos que se inmunizan cerebralmente con tal intensidad que su mente es una estructura sellada inmune al razonamiento elemental.
 
No se trata de que tengan dificultad para aprender; es que se sienten comodísimos con su traje de Peter Pan y su poster del Che Guevara; la realidad les importa tres cominos. Tengo para mí que todo obedece a un desequilibrio químico en alguna región del córtex cerebral, pero hasta que la psiquiatría clínica no se pronuncie claramente al respecto lo único que procede es registrar los síntomas y evitar el contacto directo con el paciente durante espacios de tiempo prolongados, en previsión de que se produzca algún desagradable contagio. Feliz día en que la afección progresista pueda curarse con farmacopea.
 
– Cariño, el chaval se ha clavado en la cara un montón de hierros en todas direcciones y dice que se va a Cuba a defender la revolución.
– Vale. Saca la progremicina y dale otra dosis. Y que se deje de coñas: mañana, a trabajar al banco como todos los días.
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