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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

El sexo casual

Copulantes amadísimos: Bien mirado, tener sexo libre sólo depende de que te hayan obligado a hacer las cochinadas o, por el contrario, de que te hayan impedido hacerlas. Una monja puede vivir su sexualidad libremente sin comerse una rosca, lo mismo que una casada o una prostituta comiéndoselas.


	Copulantes amadísimos: Bien mirado, tener sexo libre sólo depende de que te hayan obligado a hacer las cochinadas o, por el contrario, de que te hayan impedido hacerlas. Una monja puede vivir su sexualidad libremente sin comerse una rosca, lo mismo que una casada o una prostituta comiéndoselas.

Lo que no tengo tan claro es que pueda llamarse sexo libre a lo que tuvo la hija de la prima de la cuñada de la vecina de mi tía Eremitas Morales cuando se fue de botellón la víspera de la Asunción (perdón por el ripio) y volvió con las bragas del revés, pidiendo la píldora del día después. (Maldita sea, otro ripio). La muy burra no era capaz de responder a las preguntas que mueven el mundo de la información, a saber: quién metió qué, a quiénes y por dónde. Sólo sabía que se despertó –con resaca– en algún lado, con la certeza de que había tenido lugar algún acontecimiento entre sus piernas. Y dijo la cuñada de la prima de mi cuñada, que tiene mucho remango: "La que no sabe sujetarse las bragas, no merece tener c...". Ahí dijo las cuatro letras.

Sin llegar a los extremos de este caso bochornoso, hay muchas jóvenes que han dejado de administrar su sexo. Dicen que es sexo casual, como si fuera algo aleatorio, aunque siempre llevan los bajos llenos de puntillitas. Casual o no, con el trajín que se traen podrían tener pagada una hipoteca. No se percatan del gran regalo que hacen a los hombres. Es como si les dijeran: no te tomes la molestia de seducirme y engañarme, mi sexo es una birria y, por lo tanto, no hacen falta los poemas ni las oposiciones, ni las flores, ni el amor.

Aún hay quien llama putas a las chicas sexualmente generosas, y la cosa no es así. Todavía hay clases. Las prostitutas no dan sexo gratis y, por lo tanto, nunca han constituido una amenaza para la sociedad, porque mantienen elevados los precios del sexo, no derriban las barreras de salvaguardia que ha ido elevando la evolución y no interfieren en el mercado matrimonial, porque no hacen competencia desleal, cosa que sí hacen las otras.

Pensaba yo todo esto mientras cocinaba unos calamares en su tinta y os aseguro que, de pronto, lo he visto todo negro. Porque si la hembra humana intenta mimetizar su estrategia sexual con la masculina, el sexo se banaliza, no hay una selección de pareja sexual, no se invierte en reproducción, se desprestigia la monogamia y desaparece el amor y el compromiso. Todo el entramado sexual evolutivo, esa complicada estructura tejida como un encaje de bolillos en la biología de las hembras que nos precedieron, parece carecer de objeto ante la brutal bajada de los costes del sexo. ¿Tiene ahora algún sentido el gran logro del celo oculto, la cautela femenina, el invento del amor, el cortejo, la monogamia, la hipergamia, la menopausia, etc.?

Yo, que soy una filósofa de las cochinadas, os digo que la consecuencia paradójica del sexo regalado es que, biológicamente, es menos humano y, desde luego, menos feminista que el sexo caro. Os lo he advertido otras veces: la evolución no es políticamente correcta y no puede cambiar rápidamente para cumplir los objetivos de las ministras. Porque, por más que se intente, ¿puede el sexo tener coste cero para las hembras? ¿Se puede adaptar la biología femenina al sexo justo?         

La revolución sexual habría sido difícil sin los modernos anticonceptivos, ya que la estrategia biológica de la hembra humana colisiona frontalmente con el sexo sin costes. Aunque los anticonceptivos bajan mucho el precio del sexo para la mujer –y, de paso, también para el hombre–, la práctica sexual sigue siendo más cara para ellas, principalmente porque tiene más riesgos. Las enfermedades de transmisión sexual atacan más a las mujeres debido a la propia anatomía del aparato sexual femenino, que está diseñado para retener y que mantiene una temperatura y una humedad ideales para la propagación de algunos gérmenes que permanecen en zonas vaginales de difícil acceso.

Pocas chicas saben que, por ejemplo, durante el coito con una pareja que sufre gonorrea, la probabilidad de contraer la enfermedad oscila entre el 60 y el 90% para las mujeres y de sólo entre el 20 y el 30% para los hombres. Pero lo peor es que las mujeres son especialmente vulnerables a las enfermedades producidas por virus, porque durante el acto sexual es fácil herir la delicada mucosa vaginal y abrir una vía para la penetración del sida o del herpes genital. Otro factor importante que incide en los contagios y en los embarazos no deseados es que los hombres, que son los que se exponen a menos riesgos, son los que controlan el preservativo y no están tan motivados como las mujeres para ser cuidadosos. El aborto no es cosa de hombres.

Por otra parte, según una encuesta realizada en varios países por la red europea de agencias de publicidad BBDO, entre los jóvenes más modernos e inquietos, resulta que las chicas españolas son las que muestran mayor interés por experimentar su sexualidad. El 66% de ellas no tiene reparos en probar sexo y aprender en el terreno erótico frente –y esto es lo admirable– sólo el 49% de los chicos. Ambos sexos están más interesados en acumular experiencias sexuales que en obtener riqueza o asegurar su futuro profesional. Sin embargo, aspiran al matrimonio convencional. Las chicas demuestran esta preferencia en un 71%, y los chicos –es admirable que muestren mayor interés– en un 74.

Entre los jóvenes españoles, la familia sigue siendo la institución mejor valorada. Casarse y tener hijos es su proyecto vital para el futuro. Me pregunto cómo pretenden conseguirlo si están tirando piedras contra su tejado. Además, puede que la vuelta a la estrategia de cautela jamás vuelva a ser satisfactoria para las mujeres.

Mientras estas jóvenes, tan modernas, acumulan experiencias sexuales, tiran los precios del sexo y dejan pasar el tiempo, se les echa encima la menopausia, que es otra diferencia biológica, y cuando llegue ese momento verán que los varones que se corrieron la juerga con ellas todavía pueden reengancharse con mujeres de las generaciones siguientes.

Lo que más me jeringa es que, en la revolución sexual, los hombres han salido ganando. Para llegar a eso, queridos, no me hice feminista de carné allá por el año de la trenca. Entonces pedíamos la igualdad ante las leyes, el acceso a los anticonceptivos, la apertura del mercado de trabajo y –hasta me da ternura pensarlo– más guarderías y menos policías. Este ripio no es mío, era una consigna de las que berreábamos en las manifestaciones.

Chicas: el futuro depende de vosotras. Hacednos un favor a todos y, por lo menos, pedid una joyita o un par de medias.

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