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CIENCIA

El misterioso caso del criminal transplantado

No sé si a ustedes les pasa. Espero que sí. Pero a mí hay acontecimientos relacionados con la ciencia que me dejan pegado a la pantalla del ordenador durante minutos después de leerlo. Son sucesos que, generalmente, transcienden el ámbito de la mera investigación, que van más halla de lo que supone un avance o un hallazgo y que entran a saco en el terreno de nuestras conciencias. En definitiva, hay momentos en la historia reciente de la ciencia que dan para pensar un buen rato.

No sé si a ustedes les pasa. Espero que sí. Pero a mí hay acontecimientos relacionados con la ciencia que me dejan pegado a la pantalla del ordenador durante minutos después de leerlo. Son sucesos que, generalmente, transcienden el ámbito de la mera investigación, que van más halla de lo que supone un avance o un hallazgo y que entran a saco en el terreno de nuestras conciencias. En definitiva, hay momentos en la historia reciente de la ciencia que dan para pensar un buen rato.
Uno de esos de momentos acaba de ocurrir, y es una mezcla de investigación genética, medicina de vanguardia y CSI. Lo anunció la semana pasada la Sociedad Americana de Genómica Humana y lo han recogido prestigiosas revistas de ciencia como la británica New Scientist. Al parecer, la medicina podría convertirse en uno de los tantos obstáculos que la policía ha de sortear a la hora de detener a un criminal.
 
El caso es sorprendente. Un ciudadano de Alaska fue acusado recientemente de violación después de que las muestras extraídas de su sangre arrojaran un perfil genético idéntico al de los restos de semen recogidos en el cuerpo de la víctima. La identificación era indiscutible. Aquel hombre había cometido un crimen y depositado sus ominosas huellas. Un típico caso cerrado para los criminólogos si no fuera por un pequeño detalle: el supuesto violador dormía férreamente vigilado en una prisión de Alaska durante la noche de autos.
 
Evidentemente, lo primero que pensaron los investigadores sobre el suceso fue que se trataba de una posible mezcla involuntaria de muestras. Pero tras realizarse todas las comprobaciones pertinentes hubo de descartarse el error. No había duda de que la sangre procedía del cuerpo del acusado, y de que el semen incriminatorio contenía un perfil genético idéntico. Luego ambos fluidos debían pertenecer al mismo individuo. ¿0 no?
 
Un concienzudo trabajo realizado por la policía de Alaska desveló el misterio. Tras rastrear en los historiales clínicos secretos de la familia del sospechoso descubrió que éste había recibido un transplante de médula de uno de sus hermanos. Casualmente, el hermano donante también había sido investigado como uno de los primeros sospechosos del asalto.
 
Y aquí es donde entra la ciencia para tratar de explicar lo ocurrido. Los expertos consideran que, como resultado de dicho transplante, la sangre del receptor podría haber sido colonizada con células del donante que portan su código genético. Las muestras extraídas del hermano encarcelado en realidad no le identificaban a él, sino a su familiar.
 
Se trata del primer caso registrado de transfusión de huella genética. Como si se tratara de una pareja de adolescentes que se intercambian el DNI para poder entrar en al discoteca, el delincuente en cuestión había sido fichado por la policía con una ADN prestado.
 
Al parecer, las probabilidades de que esto ocurra son escasas, pero no nulas. Hasta hace poco tiempo los transplantes de médulas requerían la destrucción de la médula del paciente receptor. En esos casos la sangre del enfermo era colonizada con DNA del donante. Más recientemente, las nuevas técnicas de transplante permiten mantener parte de la médula original. En ese caso el receptor podría llegar a compartir dos perfiles genéticos, y sólo el azar dictaría cuál de ellos ofrece a la policía en la tesitura de que tenga que pasar por el trance de una ficha criminal. ¿No les parece perfecto para un argumento cinematográfico?
 
Profundizando un poco más en el tema, se puede descubrir que los errores de identificación pueden suceder con cierta frecuencia en el caso de que las muestras se tomen no de la sangre, sino de la mucosa del carrillo del individuo. Las células de la boca de un receptor de médula ósea son muy propensas a verse contaminadas por ADN de su donante.
 
Aunque la población afectada es, por fortuna, pequeña, lo cierto es que cada vez hay más pacientes que reciben médula de donante, y que cada vez existen más registros genéticos en los archivos de las policía de todo el mundo, con lo que la probabilidad de cruces de datos es cada vez mayor.
 
En el futuro habrá, a buen seguro, más casos de criminales enmascarados tras el ADN de su bondadoso donante, o de acusados por un crimen cometido por quien un día les salvó la vida… Quién sabe: quizás esa muestra genética que duerme en los fríos archivos policiales de una ciudad cualquiera en realidad corresponda a un tranquilo padre de familia ajeno a que sus genes han sido detenidos, hasta que un día un oscuro crimen los despierte. Lo dicho: de película.
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