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CRÓNICA NEGRA

El Minotauro te desvela el secreto

Lo primero que recuerdo de mi infancia es un chiste cruel de lo que había hecho una señora cantante con una pescadilla o algo así, que lo había transformado en otro animal. El caso es que, en España, las cosas peores se cuentan siempre con un chiste.


	Lo primero que recuerdo de mi infancia es un chiste cruel de lo que había hecho una señora cantante con una pescadilla o algo así, que lo había transformado en otro animal. El caso es que, en España, las cosas peores se cuentan siempre con un chiste.

Hay chistes para aburrir de Franco. Franco inaugurando pantanos como Paco el Rana, Franco midiéndose con Europa (Y si ellos tienen ONU, nosotros tenemos DOS). El caso es que las cosas fuertes nos las decíamos con bromas. Los rusos eran héroes para los rojos. Y en Moscú se ataban los perros con longaniza. Los nacionales se apuntaban a la Falange como iban a Sepu: entraban por la Gran Vía, que era José Antonio, y salían por Desengaño.

Tal vez por eso, cuando se habla de los servicios secretos se hacen bromas. Aquí no es como en Estados Unidos, donde se han descubierto conjuras y serias amenazas contra los ciudadanos pergeñadas por las agencias de seguridad que deberían protegerlos. Aquí hablamos de Anacleto agente secreto, que se ahorca con su corbata, de espías de la Tía y de Mortadelo y Filemón, agencia de información.

El caso es que el 23 de febrero de 1981 hubo un intento de golpe de estado y nadie ha contado qué hacían allí los servicios secretos, qué hacían o deshacían. Más tarde vino el peor atentado registrado en la Europa occidental, el 11-M, y de nuevo nadie sabía nada de los agentes secretos, de la gente de La Casa. De vez en cuando hay un tiroteo en un país islámico y muere gente de extraños sueldos. O le rebanan el gañote a uno que estaba fuera del café de Rick, en Casablanca. Al que era jefe de los servicios secretos cuando las bombas en los trenes, llegó el siguiente gobierno y le premió mandándole de embajador al Vaticano. Hoy ocupa el mismo puesto en los Estados Unidos de América, de donde no hay más allá. De aquí que no pase el que no sepa geometría.

Frente a lo que se dice en nuestros chistes de café, los servicios secretos han desarrollado una labor ardua, densa, difícil, plagada de misterios e intrigas. Los periodistas que saben algo del asunto los miran con respeto, admiración y... temor. Por eso este verano ha sido un gozo descubrir una novela que es como un exorcismo: divertirse sacudiéndose el milenio. De esas que parecen increíbles en el panorama español, que pone todo en juego, lanza la moneda al vacío y se atreve a imaginar sin fronteras.

Curiosamente, este libro, La versión del Minotauro, de Francis P. Fernández, publicado por NGC Ficción, no ocupa espacio en el escaparate de un programa de la tele mal reciclada, sino en el anaquel de una universidad. Es una obra muy bien escrita, con personajes sólidos y una trama bien forjada. Pone las cloacas en su sitio, las tapas en las alcantarillas, los personajes oscuros en su oscuro relieve. Su autor es universitario, domina el lenguaje y lo dobla o lo pule, lo afila o lo ensarta, como una alcayata, y sabe de lo que habla. Por si fuera poco, también sabe lo que piensan los filósofos en su bien construido doctorado académico. El cóctel es el que necesita esta España analfabeta y hortera, amiga del implante de silicona, el pinchazo de bótox y el piercing o el tatuaje, que lee en las pantallas del Ipod o en las etiquetas de los implantes de pelo mientras se baja películas y canciones a la espera de que un gobierno milagro le diga para qué sirven los servicios de Mortadelo.

Francis P. Fernández es un novelista al que le va el thriller, como le han reconocido en la Semana Negra de Gijón, entre el olor a fritanga, los churros mojados en chocolate y la ginebra de un daiquiri sorprendente en el remedo de un bar cubano. Al agradecido lector que lo encuentre en su librería no le vamos a hacer el estropicio de desentrañarle el laberinto del Minotauro, pero quien lo lea no podrá olvidar ya nunca que está en un país donde los servicios secretos han encontrado la manera de ponerse ridículos para seguir pasando inadvertidos. Recuerden: cada vez que pasa algo, ellos están ahí tejiendo su tela de araña...

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