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PANORÁMICAS

El maniqueísmo de George Clooney

Lo cuenta Bradbury en el prefacio a Farenheit 451: "En ese momento ya estábamos en pleno período macartista. McCarthy había obligado al ejército a retirar algunos libros 'corruptos' de las bibliotecas en el extranjero. El antes general y por aquel entonces presidente Eisenhower, uno de los pocos valientes de aquel año, ordenó que devolvieran los libros a los estantes".

Lo cuenta Bradbury en el prefacio a Farenheit 451: "En ese momento ya estábamos en pleno período macartista. McCarthy había obligado al ejército a retirar algunos libros 'corruptos' de las bibliotecas en el extranjero. El antes general y por aquel entonces presidente Eisenhower, uno de los pocos valientes de aquel año, ordenó que devolvieran los libros a los estantes".
Edward R. Murrow fue otro de aquellos valientes, ya que se atrevió a desafiar en un programa documental las inquisitoriales investigaciones de depuración de espías comunistas en la Administración americana que promovía el senador McCarthy, en las que los principios de seguridad jurídica eran violados sistemáticamente.
 
Murrow hizo famoso un rigor moral insobornable, un cigarrillo permanentemente encendido y la muletilla de despedida que empleaba: "Buenas noches, y buena suerte". Justamente el título del biopic con el que George Clooney le hace un homenaje, al tiempo que denuncia el peligro de que en tiempos de crisis se sacrifiquen los principios liberales en aras de la seguridad.
 
Buenas noches, y buena suerte se inscribe en el nuevo filón que ha encontrado el cine norteamericano: pequeñas películas con grandes dosis de (presunta) moralidad. El año pasado se inició la veda con Entre copas, de Payne, y este año se ha producido la eclosión definitiva con el triunfo de crítica y público de Brokeback Mountain, Crash y la película que nos ocupa. En ellas es común un tratamiento simplificado y masticado de un complejo problema moral y político, eliminando las aristas, y en el que cierto chantaje moral y emocional se impone a las consideraciones estrictamente cinematográficas.
 
La acción se inicia el 25 de octubre de 1958. La profesión periodística en pleno celebra una cena de reconocimiento a Murrow, que, tras más de treinta años ejerciendo, es una leyenda viva. Corresponsal en Londres durante la II Guerra Mundial, pionero de la televisión en los años 50 con el programa de investigación See It Now y el de entrevistas Person to Person, su momento culminante será el enfrentamiento con el senador republicano Joseph MacCarthy a raíz de los procedimientos mafiosos de intimidación utilizados por éste, lo que fue denunciado categóricamente por Murrow; en concreto, el acoso a que fue sometido el teniente de aviación Milo Radulovich, acusado de ser un peligro para la seguridad nacional ¡debido a las creencias de su padre y su hermana!
 
Tras una presentación jazzística, voluptuosa y elegante de la fiesta de homenaje, Murrow da un discurso que cae como un jarro de agua fría sobre los allí reunidos. Encaramado al estrado como si fuera un púlpito, el presentador televisivo describe las que, según él, son las miserias del periodismo. El discurso es engolado, la actitud es hierática y pedante, el contenido cargado de moralina autosatisfecha:
 
Edward Murrow."Pasaremos a la historia por nuestros actos (...) nuestra decadencia, nuestro aislamiento y nuestro escapismo del mundo y de las realidades en que vivimos. Somos una sociedad opulenta, acomodada y autocomplaciente. Adolecemos de una alergia innata a la información que nos perturbe. Los medios son un reflejo de esta situación. Como no dejemos de considerarnos un negocio y no reconozcamos que la televisión está enfocada básicamente a distraernos, engañarnos, entretenernos y aislarnos, la televisión y los que la financian, los que la ven y los que la producen, podrían percatarse del error demasiado tarde".
 
Así comienza la hagiografía, un sucedáneo de vida de santo, que el galán de Hollywood reconvertido en director cinematográfico –esta es su segunda película, tras Confesiones de una mente peligrosa– ha realizado sobre el celebérrimo enfrentamiento entre el político y el periodista. La crítica de Cahiers du cinéma Charlotte Garson la ha definido como una película "desgrasada". Sólo que lo que pretende ser un piropo de la francesa se revela, por el contrario, como la peor consideración hacia una película de este tipo. Efectivamente, si por "desgrasada" entendemos "anoréxica", en el sentido de falta de sustancia, esquemática, insuficiente, "falta de chicha", entonces nos podemos apropiar del concepto y convenir en su carácter light.
 
A diferencia de Tempestad sobre Washington, la obra maestra de Otto Preminger sobre sucesos similares, ahora se pasa de puntillas sobre la enrevesada y complicada situación política de la década de los 50 en EEUU, cuando la infiltración comunista en la Administración norteamericana era un secreto a voces. La depuración de los posibles espías fue llevada a cabo por políticos de ambos partidos, de Joseph McCarthy al mismísimo Robert Kennedy (que aparece de refilón en una de las escenas documentales insertadas).
 
Obviando la complejidad subyacente, Clooney reduce la densidad moral y política a un enfrentamiento individual entre el periodista Murrow, representante del Bien, y el senador McCarthy, representante del Mal. En la película nunca se evidencia que la infiltración del espionaje comunista en la Administración americana era real: Harry Gold, David y Ruth Greenglass, Julius y Ethel Rosenberg, Morton Sobell o Alger Hiss fueron procesados y condenados por su implicación, en mayor o menor medida, en tiempos en los que la Komintern, aunque oficialmente disuelta, más eficientemente controlaba los ambientes culturales y políticos en todo el mundo.
 
Con este tipo de planteamiento, Clooney reproduce paradójicamente la simpleza de la posición de su odiado presidente George W. Bush. Y citamos al presidente norteamericano porque es él y su Patriot Act el referente subliminal de la denuncia fílmica. Por ello, Clooney no se preocupa de contextualizar adecuadamente la historia, que resultará poco menos que ininteligible o difusa para los que no conozcan los detalles históricos, o de facilitar información pertinente: al final, un señor pronuncia un vibrante discurso a favor de las garantías procesales... sin que nadie se tome la molestia de informar al espectador de que es el presidente republicano Eisenhower.
 
Desde el punto de vista estrictamente formal, la bisoñez y falta de definición de Clooney va creciendo a medida que avanza la película. A pesar de la gravedad que se pretende trasladar, a través de una fotografía en blanco y negro que reproduce las películas de la época o la excesiva rigidez con que David Strathairn reconstruye su personaje (¿realmente Murrow era tan estirado? Lo dudo), nunca hay una tensión dramática en el relato.
 
Y es que, obsesionado por destacar la grandeza de su héroe, no duda en minusvalorar o tergiversar a los que le rodean. Así, Friendly, el productor de sus programas, interpretado sosamente por el mismo Clooney, cuenta con mucho menos protagonismo del que tuvo realmente. Aún peor es el tratamiento que se le da a William Paley, el fundador de la CBS, un visionario de la televisión que supo conjugar de forma magistral el entretenimiento con la información, la diversión con el rigor, en un modelo de televisión "impura" que el talante puritano y estrecho del Murrow que Clooney destaca pareció no entender.
 
El caso es que el mismo Murrow participó de ese objetivo: la mezcla diversa de lo lúdico y lo pedagógico, a través de los programas que le encomendó Paley: See It Now, el embrión de los informativos que vendrían después (ver la extraordinaria El dilema, de Michael Mann, para saber acerca de 60 minutos), y, en paralelo, Person to Person, un programa de entrevistas en el que Murrow se introducía en la vida íntima de los famosos, que es el modelo de todos los Locos de la Colina que han venido después. Pues bien, este segundo programa es presentado torticeramente por Clooney como una especie de castigo por la reacción que suscitó el enfrentamiento con McCarthy.
 
El personaje de Paley, a pesar del demagógico sesgo que hace de él Clooney, como una especie de empresario más preocupado por la cuenta de resultados que por la ética periodística, es con diferencia el más interesante del film, precisamente por ser el que tiene la visión más amplia y el menos unidimensional. Paley le reconviene a Murrow: "Presentamos las noticias, no las fabricamos"; y ante el protagonismo que busca Murrow, le responde, con premonitoria lucidez, que McCarthy será detenido por el Senado si va demasiado lejos. Como realmente ocurrió.
 
George Clooney y David Strathairn.Los errores de aprendiz de brujo que realiza Clooney se multiplican. La primera intervención predicadora de Murrow es saboteada por el director con la inserción de unos planos muertos, vacíos, de los miembros del estudio de grabación, como si desconfiara del magnetismo de David Strathairn. Este tipo de insertos vacíos se multiplican con las actuaciones de la gran cantante Dianne Reeves, que rompen la acción narrativa sin aportar nada que no sea la sensación de una vaga utopía proyectada sobre el pasado. Una melancolía sobre una presunta edad de oro, como si incluso con McCarthy aquel tiempo pasado hubiera sido mejor. Además, introduce una subtrama, con el matrimonio secreto entre dos colaboradores de Murrow, cuya resolución funciona a modo de metáfora trivial del ambiente puritano de la época.
 
Pero lo más discutible del film es la introducción del mismísimo senador MacCarthy como un actor más a través de escenas de archivo, interpretándose a sí mismo para discutir con el Murrow interpretado por David Strathairn. De hecho, el senador realiza una gran interpretación, por lo que debería de haber sido propuesto, aun a título póstumo, al Oscar al mejor secundario. Pero esta última trampa de Clooney, la confrontación imposible entre la realidad y la ficción, termina por inutilizar todo su planteamiento, porque es finalmente la ficción la que termina por devorar a la realidad, y McCarthy se configura así como una entidad de ficción más, como un tipo que nunca existió.
 
Clooney, con su simpleza y su esquematismo, termina por destrozar su objetivo de denuncia. En primer lugar, al reducir una época convulsa y confusa, en la que intervenía de manera compleja toda la sociedad americana, a un enfrentamiento singular y particularista, resuelto como si fuese un duelo en CBS Corral. Y, en segundo lugar, porque convierte a McCarthy en una caricatura risible, y por tanto irreal, a la vez que muestra la valentía de Murrow, sin duda, pero tratándolo de la peor manera posible: como si fuera un santo al que hay que adorar, con lo que finalmente resulta tan increíble e irreal como su rival.
 
La parasitación de lo peor del lenguaje televisivo en las películas de éxito referidas llega a ser en Buenas noches, y buena suerte peor que en el resto. Rodada como si fuese una obra de teatro, la película parece concebida para ser representada inmediatamente en las tablas, o como si su lugar natural de emisión fuese la pantalla televisiva.
 
Lo único destacable del film es el gran parlamento de Murrow acerca de la necesidad de la defensa de los principios liberales, en una película que por su ingenuidad no está lamentablemente a la altura requerida:
 
"Es necesario investigar antes de legislar. Pero la línea entre la investigación y la persecución es muy difusa, y el senador de Wisconsin la ha traspasado a menudo. No debemos confundir la disensión con la deslealtad. Ni tampoco debemos olvidar que acusar no es demostrar, y que una sentencia depende de las pruebas y del debido proceso judicial. No vamos a tener miedo los unos de los otros, no vamos a entrar por miedo en una época de sinrazón... No podemos defender la libertad ajena olvidándonos de la propia".
 
 
Buenas noches, y buena suerte (EEUU, 2005). Dirección: George Clooney. Guión: George Clooney y Grant Heslov. Música: Dianne Reeves. Fotografía: Robert Elswit. Intérpretes: David Strathairn, George Clooney, Robert Downey Jr., Patricia Clarkson, Jeff Daniels, Tate Donovan, Ray Wise, Frank Langella. Calificación: Simplista (6/10).
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