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CIENCIA

El macaco que se miraba al espejo

En los laboratorios de etología de la Universidad de Wisconsin-Madison, un mono Macaco rhesus realiza extraños movimientos ante un espejo. Acerca la cara para mirarse ciertas marcas de color que los investigadores le han puesto en el pelaje; gira sobre sí mismo sin perder de vista el vidrio que arroja su propia imagen y se entretiene en buscar perspectivas imposibles de sus órganos genitales.


	En los laboratorios de etología de la Universidad de Wisconsin-Madison, un mono Macaco rhesus realiza extraños movimientos ante un espejo. Acerca la cara para mirarse ciertas marcas de color que los investigadores le han puesto en el pelaje; gira sobre sí mismo sin perder de vista el vidrio que arroja su propia imagen y se entretiene en buscar perspectivas imposibles de sus órganos genitales.

Los científicos aseguran que su comportamiento es muestra irrefutable de que el macaco es capaz de identificarse a sí mismo ante el espejo.

Y he aquí que tal acto se ha convertido en un acontecimiento científico internacional, porque, hasta ahora, la capacidad de autorreconocimiento se creía una virtud reservada a muy pocas especies: los humanos, algunos chimpancés y gorilas, quizás los delfines... pero, desde luego, no los macacos.

La noticia coincide en el tiempo con el éxito editorial de la obra Qué nos hace humanos, de Michael Gazzaniga (Paidós), un libro de ventas alentadas por el boca-oído que ahonda en la sutil frontera entre la mente humana y animal.

A medida que conocemos más de los mecanismos funcionales que subyacen a nuestra capacidad intelectual, más sospechas albergamos de que no son únicos. Investigaciones sucesivas como la de los macacos demuestran que hay ciertas especies que desarrollan estructuras neuronales muy similares a las que nosotros utilizamos cuando tenemos miedo, soñamos, amamos o nos comunicamos. No sólo sabemos que los macacos se reconocen en el espejo, también hemos descubierto que las ratas cuentan con neuronas que les permiten reconocer el estado de ánimo de sus compañeros (una suerte de empatía), incluso que los protozoos sueñan.

Si eso es así, ¿qué le queda a nuestro preciado cerebro de exclusivo, de único? ¿Qué, por tanto, a nuestra especie de privilegiada?

La cuestión ha preocupado a Gazzaniga, como a tantos otros neurólogos, psicólogos, etólogos y filósofos. Y la respuesta no es concluyente en caso alguno. Buena parte de la comunidad científica opina que todas las funciones que adornan a nuestro intelecto tienen su réplica en el mundo animal. Nuestra mente se construye sobre un sustrato físico y químico organizado por la labor de las neuronas según un patrón lentamente desarrollado por la evolución biológica. Ninguno de los componentes fisiológicos del comportamiento humano es exclusivo de nuestra especie. Todo se basa en proteínas, genes, sinapsis y hormonas, que nacen de la naturaleza viva, sea cual sea su carácter. La única diferencia entre el sueño de una ameba y el de un ser humano es la potencia, la eficacia, la calidad...

Otros, sin embargo, creen seriamente que la mente humana es un fenómeno único. Un cambio de fase. Del mismo modo que el agua se convierte en gas, y que el gas y el agua no son la misma cosa pese a que tienen los mismos elementos moleculares, el cerebro humano ha sido un salto único en la evolución biológica de la materia viva, una exclusiva modificación de estado que ha dado como consecuencia la maquinaria pensante más prodigiosa de la naturaleza. Pensante, sintiente, sufriente, amante.

Gazzaniga pertenece a esta segunda corriente. Y ofrece para convencernos un término que promete convertirse en uno de esos fetiches de la psicología, al estilo de inteligencia emocional, empatía o neuronas espejo: la intensión (sí, con s). Si hay algo que diferencia a los humanos y a las bestias es nuestra capacidad de desarrollar una teoría de la mente. Así es como los científicos llaman a la habilidad del Homo sapiens para leer el estado de ánimo de los demás. La empatía, el dolor ante el dolor ajeno, la compasión, la solidaridad... se basan en una herramienta propia que nos permite saber cómo se siente el prójimo sin que nos informe directamente de ello. Conocemos sus gestos, sus actitudes, sus miedos, sabemos interpretar sus ironías, sus celos, sus reproches... Quienes carecen de esta habilidad son, directamente, candidatos a psicópatas.

La intensión es la maleta de funciones mentales que acompañan a la teoría de la mente. La habilidad para leer el lenguaje no verbal, la emoción ante las caricias, la repugnancia a la mentira, el miedo al engaño, el deseo de ser comprendido, la necesidad de demostrar que entendemos al otro.

Todo ello, a buen seguro, también tiene un sustrato biológico que aún desconocemos. Es muy probable que anide en estructuras neuronales concretas que todavía no hemos desentrañado. Pero no puede ser replicado por ningún otro ser. No es probable que en un laboratorio de Wisconsin algún día descubran a un macaco tratando de imitarlo... por mucho que se reconozca en el espejo.

 

http://twitter.com/joralcalde

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