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EN LA TRADICIÓN DE LOEB Y LEOPOLD

El joven descuartizador

Las leyes penales deberían estar en constante observación para ser reformadas si no se adaptan a la realidad. En España, desde hace tiempo, la tendencia es a considerar un cadáver como una masa orgánica sin mayor importancia. Esto resulta una auténtica traición al pensamiento grecorromano. Recordemos como en La Ilíada, Príamo arriesga su reino de Troya por rescatar el cuerpo de su hijo Héctor. Arrostra graves peligros para ponerse de rodillas ante Aquiles y le implora que le permita un entierro digno. Por el contrario, la consideración penal de la profanación de cadáveres favorece en la actualidad a los asaltatumbas y los descuartizadores.

Las leyes penales deberían estar en constante observación para ser reformadas si no se adaptan a la realidad. En España, desde hace tiempo, la tendencia es a considerar un cadáver como una masa orgánica sin mayor importancia. Esto resulta una auténtica traición al pensamiento grecorromano. Recordemos como en La Ilíada, Príamo arriesga su reino de Troya por rescatar el cuerpo de su hijo Héctor. Arrostra graves peligros para ponerse de rodillas ante Aquiles y le implora que le permita un entierro digno. Por el contrario, la consideración penal de la profanación de cadáveres favorece en la actualidad a los asaltatumbas y los descuartizadores.
Los asesinos Richard Loeb y Nathan Leopold
Sería imposible convencer a una persona de que el cuerpo muerto de su madre ya no merece respeto. Y sin embargo, en la práctica, triunfa el cientifismo de que aquello ya no es nada más que materia en descomposición. Eso hace que se produzca una desfase evidente entre el horror que produce un caso como el sucedido en la urbanización Serramar de Alcanar Playa (Tarragona), donde un joven de 19 años dio muerte presuntamente a sus padres y los descuartizó con una sierra, y la pena real que le habría correspondido, de comprobarse los hechos, y haber sobrevivido a los mismos, puesto que se quitó la vida.
 
El castigo habría valorado el doble asesinato y la circunstancia de haber cuarteado los cuerpos resultaría meramente testimonial. Es decir, que parece lógico que la pena sea grande por arrebatar la vida, pero sin embargo el hecho de no respetar a los muertos merece una mayor atención. No sólo por el horror que causa en el común de la gente, sino por el respeto que merecen los seres queridos.
 
La Guardia Civil, “probablemente el mejor cuerpo policial del mundo”, como le gusta decir a mi amigo el detective Javier Iglesias Asuar, de Rausa & Rausa, investiga si realmente Alexander dio muerte a sus padres y convivió con sus restos durante seis días hasta que decidió meterse un disparo en la cabeza. De ser cierta esta hipótesis, el suceso entronca con los grandes crímenes de “niños ricos”, que podrían encontrar el paradigma en el asesinato cometido por los norteamericanos Nathan Leopold y Richard Loeb, en 1924, en Chicago. Ambos trazaron un plan para secuestrar y asesinar a un compañero de estudios. El objetivo era demostrar su poder e inteligencia. Naturalmente fueron descubiertos y capturados.
 
En el caso del joven alemán de Tarragona, las primeras indagaciones revelan que vivía con su familia en una lujosa residencia, escenario del crimen, desde hacía siete años. Al parecer las discusiones con el padre eran frecuentes porque no se decidía a estudiar o trabajar de una forma rotunda y eso creaba desavenencias. Alexander era un mocetón fuerte, que muchos califican de normal. Es probable que dentro de la casa, tratara como todo joven, de imponer su punto de vista y finalmente diera rienda suelta a un arrebato agresivo que, en medio de una discusión por asuntos económicos, le llevó a emplear una escopeta contra sus padres. Esta es, en síntesis, la teoría que barajan los investigadores. No obstante, lo que más les ha impresionado es la brutalidad con la que debió emprender el descuartizamiento de los cuerpos.
 
Los agentes encontraron rastros sanguinolentos en la casa, no sólo junto al cadáver del joven hallado en un pasillo, sino por diversas zonas, lo que constituía una “auténtica orgía de sangre”. Es aquí donde se aprecia cómo los agresores han perdido cualquier tabú cultural de respeto a los muertos. Los padres fueron troceados y los restos plantados bajo un rosal. El presunto descuartizador pudo dar rienda suelta a su furor, pero también seguía la inspiración de Leopold y Loeb, que trataron de borrar las huellas de su crimen. Muchas veces un descuartizamiento equivale a un intento de ocultación. Al final le salió mal, porque una cosa es planear un doble crimen y otra, bien distinta, conseguir el disimulo y la distracción para salir bien librado. Se supone que Alexander se sintió acorralado por la policía y por eso se pegó un tiro.
 
Los datos comprobados hablan de que los trabajadores del negocio de su padre, una fábrica de compresores para la construcción en Sant Carles de la Rápita, llamaron a la Guardia Civil al echar de menos a los dueños. Llamaron al domicilio y hablaron con Alexander, que trató de convencerles de que todo era normal y sus padres estaban de viaje. Todo esto cuando las víctimas ya estaban bajo el rosal y la sangre manchaba las distintas estancias profanadas por la muerte. Es difícil ser convincente en un momento así. Además, seguro que los trabajadores que dieron aviso estaban alertados ante la actitud del joven, que en seguida captó la amenaza. Un niño rico, indeciso e indolente, a la espera de que el destino decida por él. Estaba sin embargo atenazado por la angustia y era capaz de una reacción desproporcionada.
 
A las personas capaces de algo como esto, la sociedad no les transmite hoy en día ni el respeto debido a los vivos ni muchos menos a los muertos. El joven descuartizador, consecuentemente, tampoco suele respetar su propia vida.
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