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ASESINATOS MÚLTIPLES

El crimen de Nigrán

La madrugada del último día de enero de 1994 dos individuos llevaron a cabo uno de los más brutales crímenes múltiples de la historia de España. Fue en Nigrán (Pontevedra). Los autores, valiéndose de su condición de funcionarios de policía, penetraron en el domicilio de un empresario, secuestraron y maniataron a toda la familia y, después de una noche de angustia y terror, dieron muerte a quemarropa a tres de sus miembros y a la empleada de hogar.

La madrugada del último día de enero de 1994 dos individuos llevaron a cabo uno de los más brutales crímenes múltiples de la historia de España. Fue en Nigrán (Pontevedra). Los autores, valiéndose de su condición de funcionarios de policía, penetraron en el domicilio de un empresario, secuestraron y maniataron a toda la familia y, después de una noche de angustia y terror, dieron muerte a quemarropa a tres de sus miembros y a la empleada de hogar.
Jim Amaral: LATITUD NORTE 4º, LONGITUD OESTE 74º.
Manuel Lorenzo Vázquez y Jesús Vela Martínez pertenecían al Cuerpo Nacional de Policía de Vigo. Manuel Lorenzo era un individuo reconcentrado, moreno, de pelo corto, cejas pobladas y bigote. Vela también usaba mostacho, aunque más ralo. Su pelo era abundante y encrespado, un punto más claro, y sus cejas eran finas y juntas. Lorenzo solía ser algo más reflexivo, mientras que en Vela podían observarse las cualidades romas de un simple hombre de acción.
 
Ninguno de los dos era, precisamente, un ejemplo de policía modelo. Manuel Lorenzo tenía varias sanciones por haber cometido irregularidades en numerosos expedientes, y estaba siendo investigado por la Brigada de Régimen Interno por acumulación de denuncias. Su compañero no había corrido mejor suerte, pues se encontraba rebajado en situación de segunda actividad por sanciones de expedientes en curso. Estos dos individuos, que no eran precisamente espejo de virtudes, tal vez viéndose fracasados en sus respectivas carreras, y aprovechando el tiempo libre que les daba estar rebajados de servicio, planearon una acción delictiva que, de salirles como esperaban, les permitiría desocuparse para siempre del resultado de denuncias y expedientes.
 
Según pudo saber el fiscal de la causa, debió de ser Manuel Lorenzo, quizá el más cerebral de los dos, quien tuvo la idea. Recibió información completa sobre los boyantes negocios del empresario de granito David Fernández Grande, y concibió la idea de extorsionarle para obtener una gran cantidad de dinero. Al mismo tiempo, ofreció a Jesús Vela la posibilidad de intervenir; éste vio en el plan una oportunidad para resolver sus apuros económicos.
 
Juntos recabaron los datos que necesitaban que necesitaban sobre la familia y el domicilio del empresario, y se dispusieron a cometer el delito armados con un revólver y dos pistolas.
 
Nigrán.El 31 de enero de 1994, sobre las 8,30 de la tarde, se desplazaron a Priegue (Nigrán), en las afueras de Vigo, donde estaba la vivienda del empresario: un chalet unifamiliar. Llamaron a la puerta y les abrió la esposa de Fernández Grande, Pilar Sanromán Fernández. Se identificaron como policías. A continuación comenzaron a desarrollar la comedia que habían preparado: preguntaron por el hijo mayor, a quien, según decían, estaban obligados a trasladar a comisaría para interrogarle sobre un turbio asunto.
 
Con la madre presa de la angustia, David se presentó ante ellos. Le prestaron atención durante unos minutos, hasta que estuvieron completamente seguros de que su víctima principal, el cabeza de familia, no estaba en la casa. Una vez que conocieron todos los detalles que les interesaban se decidieron a entrar en acción. Se pusieron unos guantes –para no dejar huellas–, sacaron sus armas y, encañonando a los tres miembros de la familia que se encontraban en la casa –Pilar Sanromán y sus hijos David, de 22 años, y Pedro, de 15–, les concentraron en el salón, donde les ataron y amordazaron.
 
En una atmósfera de gran tensión, aguardaron la llegada del dueño de la vivienda, que se produjo al cabo de unas dos horas. Nada más entrar en la vivienda fue sorprendido y encañonado por los dos agentes, que durante todo el tiempo actuaron a cara descubierta. Le colocaron unas esposas y le llevaron con el resto de la familia.
 
Así las cosas, los secuestradores exigieron a David Fernández 200 millones de pesetas a cambio de su libertad y la de su familia. El empresario les advirtió desde el primer momento de que no contaba con esa cantidad de dinero, por lo que comenzó una larga negociación.
 
Poco después llegó a la vivienda la hija de David y Pilar, Marta, que recibió el mismo trato que los demás. Las víctimas se dispusieron a pasar una larga noche de miedo e incomodidades, bajo la amenaza de aquellos dos individuos que, de cuando en cuando, hablaban con el padre, en un tenso tira y afloja. Finalmente la extorsión quedó fijada en 20 millones de pesetas, que el empresario se comprometió a conseguirlos a primera hora del día siguiente.
 
Al amanecer llegó al chalet la sirvienta, Ana Isabel Costas Piñeiro, que fue igualmente amenazada, maniatada y amordazada. Durante toda la mañana se sucedieron las gestiones para conseguir el dinero en metálico que exigían los secuestradores, que se habían enseñoreado de la casa y mostraban un continuo cambio de humor: unas veces aparecían eufóricos –ante la perspectiva de la inminente llegada del dinero– y otras se volvían displicentes y amenazadores.
 
La desesperante situación se prolongó durante más de diecisiete horas. Por fin, al borde de las dos de la tarde, y tras intensas gestiones telefónicas, uno de los trabajadores de David Fernández se presentó en la casa con los 20 millones. Los secuestradores permitieron la marcha del mensajero, y casi inmediatamente pasaron a la segunda fase de su plan: separar a la criada y a los miembros de la familia Fernández, que fueron repartidos por las distintas habitaciones.
 
No tardaron en mostrar a las claras sus verdaderas intenciones. Uno de los criminales, dentro de la fábula que elaboró para exculparse, contaría en el juicio que un individuo desconocido puso al empresario un cojín, sobre el cual disparó a la vez que decía: "A todos los cerdos les llega su San Martín". Según este relato, efectuó dos disparos; marró el  primero, pero el segundo dio en el blanco e hirió de muerte a David Fernández.
 
El tiro de gracia lo escucharon los dos hijos varones, encerrados juntos en una de las dependencias de la casa, precisamente en una que tenía una ventana que daba a la calle. Desde allí pudieron oír cómo los secuestradores se convertían en asesinos y eliminaban a sus padres, a su hermana y a la sirvienta. Mientras sonaban los disparos, los dos jóvenes conseguían desatarse y echar el pestillo a la puerta de la habitación.
 
Imagen tomada de www.fijate-en-esto.comEso les puso a salvo. Sin dar tiempo a reaccionar a los asesinos, comenzaron a pedir socorro a gritos. Notaron casi enseguida que los criminales golpeaban la puerta de la habitación, que aguantó bien los embates, y escucharon a uno de ellos, a Lorenzo, amenazarles: "Abrid, que os matamos".
 
Pero no hicieron caso, no podían atender a nada, ni siquiera a su propio miedo. Pedro, el de mayor aplomo, estaba convencido de que al menos habían matado a su madre, por lo que redobló sus esfuerzos por ser escuchado como único medio para escapar de lo que parecía una muerte segura. Pronto cualquier vecino, o alguien que pasara por ahí, repararía en sus gritos. Por temor a ser descubiertos, Lorenzo y Vela huyeron con el botín.
 
Cuando lograron salir de su encierro y ser auxiliados, David y Pedro facilitaron los suficientes datos como para que los individuos que habían llevado el horror a su casa fueran localizados y detenidos en el transcurso de unas pocas horas. Aquella misma noche, a las 11, Manuel Lorenzo fue sorprendido cuando salía de una cafetería. Casi simultáneamente era capturado Jesús Vela, que había salido de su domicilio para tirar la basura. No les había durado mucho la sensación de triunfo que les invadió cuando se repartieron los millones.
 
El que hubieran hecho todo a cara descubierta y provistos de guantes parecía dejar bien claro que el objetivo de los criminales era no dejar testigos. Juzgados en junio de 1996 en la Audiencia de Pontevedra, tras permanecer dos años y medio en prisión, fueron hallados culpables y condenados. Manuel Lorenzo, de 41 años, y Jesús Vela, de 42, cometieron, según el tribunal, seis delitos de detención ilegal, uno de robo con homicidio, cuatro de asesinato y dos de homicidio en grado de tentativa. Por todo ello, además de por otros delitos menores, recibieron cada uno una pena de 212 años, cinco meses y un día de cárcel.
 
A Lorenzo no le valió de nada que se sacara de la manga la extraordinaria versión de los hechos en la que culpaba del crimen a un tercer hombre, dentro de una supuesta operación de tráfico de armas por la que, según decía, el empresario asesinado habría recibido los 200 millones que fueron a buscar a su domicilio. Lorenzo dijo al tribunal no poder revelar el nombre del verdadero asesino porque había amenazado a su novia, con la que se iba a casar.
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