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El crimen de los Urquijo

               

               
Rafael Escobedo fue condenado por el doble asesinato. | Archivo
Entraron apartando la puerta rota. Los tres hombres, convertidos en sombras que se mueven rápida y silenciosamente, se encuentran la cristalera interior abierta, por lo que pasan al interior de la vivienda. El joven moreno que sostiene la pistola la acaricia con nerviosismo. Es del calibre 22 y está cargada con balas de alta velocidad, marca Winchester, Long Rifle, para tiradores exigentes. Van muy bien de tiempo. Según lo previsto, se encuentran ante una puerta de madera maciza, cerrada, que les corta el paso a la planta baja. Dos de los intrusos, el de mayor edad y el joven alto que parece un extraño pájaro, se turnan con el soplete. Mientras, el tercero desprende el esparadrapo y borra las posibles huellas, para lo que guarda por unos instantes la pistola en la cintura.
En unos minutos logran un agujero suficiente para que el joven delgado que tiene un perfil de ave introduzca su brazo. Sabe que al otro lado está puesta la llave en la cerradura, y que bastará con girarla para superar el último obstáculo que los separa de su objetivo. La puerta quemada se abre con un chasquido. Los tres la cruzan, sin detenerse en la siguiente puerta, que no está cerrada. Ya en el hall de la planta baja, se guían con la linterna muy cerca del suelo –para que no los delate el resplandor– y se encaminan sin ruido hacia la escalera de acceso a la planta superior, donde están los dormitorios.
El joven que empuña la pistola aprovecha para asegurar el tubo del silenciador y se empareja con el hombre de mayor edad, que le dirige una mirada cómplice. Van derechos al dormitorio principal, donde descansa Manuel de la Sierra y Torres, de 55 años, marqués de Urquijo, quien ocupa la ancha cama –solo– y duerme plácidamente, seguramente pensando que dentro de unas horas estará en su casa veraniega de Sotogrande, Cádiz. Pero los asesinos están en su casa para quitarle de golpe todos sus sueños. El que empuña la pistola se dirige a la cabecera de la cama y le apunta detrás de la oreja derecha. Apenas un segundo después suena un ruido amortiguado y el marqués muere sin despertarse. Su asesino se deja llevar por un odio escondido y se arroja sobre él, apretándole el cuello, hasta que el acompañante de más edad consigue detenerlo. En ese forcejeo entre los criminales, la pistola –que está preparada como arma de precisión, con el gatillo "al pelo"– suelta otro tiro, que se incrusta en un armario.
El revuelo de la habitación despierta a María Lourdes Urquijo Morenés, que duerme en un cuarto vestidor habilitado como dormitorio. La marquesa padece una enfermedad que le provoca trastornos de lenguaje y motricidad. Oficialmente ha abandonado la cama conyugal, para no molestar a su esposo cuando se queda leyendo por la noche. El ruido en la alcoba la ha sacado de su sueño ligero y difícil. Se ha incorporado en su cama y llama a su esposo. El asesino de mayor edad, sin formular palabra, le arrebata el arma al otro y, a la tenue luz de la mesilla de la marquesa, le dispara, sin inquietarse por la mirada de reconocimiento y sorpresa de la víctima, que abre la boca, justo por donde le entra la bala zumbando. Un instante después recibe otro balazo, esta vez en la yugular, como el tiro de gracia que se da a los animales de caza mayor. Un tiro que hace que se derrumbe muerta, manchando de sangre las paredes.
sucrimenurquijo.jpgLos dos asesinos se marchan sin llevarse nada. No registran los muebles, ni siquiera se entretienen en revisar la cartera con el dinero y la documentación que queda abandonada sobre la mesilla del marqués. Abajo se reúnen con el tercer hombre, el que se parece a un ave, y, en la calle, con el encargado de vigilar para que nadie les moleste.
La huida de la romería de asesinos que ha hollado la paz y llevado la muerte a la casa del Camino Viejo de Húmera, 27, de Somosaguas (Madrid) es tan rápida y eficaz como su llegada.
Para la Policía, serían cinco los asesinos: los cuatro que fueron a la casa la noche del crimen y el cerebro o inductor.
Los personajes de este drama, uno de los más conocidos, y misteriosos, de la historia criminal española, son:
Los hijos y los herederos. Miriam y Juan de la Sierra, que entonces tenían 24 y 22 años, respectivamente. Su padre era muy severo, y les daba el dinero con cuentagotas. Esta especialmente disgustado con el matrimonio de Miriam, que se llevó a cabo contra su voluntad. Y, según parece, fue una fuerte discusión con su madre lo que hizo que Juan fuera obligado por su padre a irse a Londres a estudiar, donde –aparentemente– se encontraba el día de los asesinatos.
El yerno. Rafael (Rafi) Escobedo Alday, casado con Miriam. Tenía 26 años y odiaba a su suegro, al que hacía responsable del fracaso de su matrimonio.
El administrador. Diego Martínez Herrera, de 52 años, al servicio del marqués desde mucho antes de que éste conquistara, con su boda, título y fortuna.
El consuegro. Miguel Escobedo Gómez-Martín, padre de Rafael y gran aficionado a las armas de fuego.
El mayordomo. Tradicional culpable en las novelas policíacas, pero fuera de toda sospecha en este crimen. Vicente Díaz Romero (37 años) llevaba siete meses al servicio de los marqueses. Gracias a él se conocieron muchos detalles sobre las difíciles relaciones paternofiliales en la familia Urquijo.
El Americano. Richard Dennis Rew, que entonces tenía 41 años, estaba divorciado y tenía dos hijos. Era la pareja sentimental de Miriam, que se había separado de Rafi.
El amigo. Javier Anastasio de Espina, compañero del alma de Rafael Escobedo desde la infancia, estuvo cenando con él y luego tomando copas la noche del crimen. Cuando éste fue detenido y acusado formalmente del asesinato de sus suegros hizo un viaje relámpago a Londres que aún hoy resulta inexplicable, a no ser que fuera pura y simplemente una huida abortada.
El marqués de Torrehermosa. M. L. R. Trabajó con Escobedo y con Miriam en Golden, una empresa de venta piramidal. Afirmaba sentirse una especie de "padre adoptivo" de Escobedo.
La Policía tuvo muy claro, prácticamente desde las primeras horas, quién era el principal sospechoso: Rafael Escobedo Alday, que odiaba a su suegro, el cual primero se opuso a su boda y luego le retiró la ayuda económica, amenazando con desheredar a su hija. Desde luego, Escobedo tenía un móvil. Aunque esto aparecía tan claro, el sospechoso no fue detenido y acusado hasta pasados ocho meses del doble crimen. Y la detención se debió a un elemento extraño a la investigación oficial.
Fue un policía que estudiaba Derecho, José Romero Tamaral, quien siguió a Escobedo hasta una finca de Moncalvillo de Huete (Cuenca), donde recogió unos casquillos que se demostró habían sido disparados con la misma arma que mató a los marqueses. Las pesquisas de Romero permitieron acusar al amigo de Rafi, Javier Anastasio, como coautor, y a M.L.R., como encubridor. Por medio, y tirando del hilo de a quién beneficiaba económicamente la muerte de los marqueses, los hijos, Juan y Miriam, tuvieron que padecer el peso de la sospecha, aunque nunca fueron formalmente acusados ni se encontró ninguna prueba contra ellos.
Los esfuerzos policiales y la investigación periodística permitieron saber con bastante aproximación cómo se produjeron los hechos, pero han pasado los años sin que pueda determinarse quiénes acompañaban a Rafael Escobedo y cuál fue verdaderamente el móvil. Escobedo fue juzgado a finales de junio de 1983: en la sentencia, que se conoció el 7 de julio, se le condenaba –como autor de dos asesinatos– a 53 años, 4 meses y 2 días de reclusión.
En octubre de ese mismo año se abrió un segundo sumario, por el que fueron procesados Javier Anastasio y M.L.R. En diciembre de 1987 Anastasio, tras cumplir el tiempo máximo en prisión preventiva, aprovechó la puesta en libertad para fugarse a un país de Suramérica. Unos meses más tarde, el 27 de julio de 1988, Rafi Escobedo, que se encontraba cumpliendo condena en el penal de El Dueso (Santoña), apareció misteriosamente ahorcado en su celda. En febrero de 1990 López Roberts fue juzgado y condenado, como encubridor, a una pena de diez años.

Pese a todo lo avanzado, en lo sustancial el crimen de los Urquijo sigue siendo un enigma.

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