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ASESINATOS MISTERIOSOS

El crimen de la calle Fuencarral

Pasadas las dos y media de la madrugada del 2 de julio de 1888 se oyeron gritos desgarrados de mujer provenientes del piso 2º izquierda del número 109 de la calle Fuencarral. De la vivienda salía también abundante humo. En un Madrid de coches de caballos, pobres bombillas eléctricas y escasos teléfonos, un incendio en una calle céntrica era un acontecimiento que estremecía a toda la ciudad.

Pasadas las dos y media de la madrugada del 2 de julio de 1888 se oyeron gritos desgarrados de mujer provenientes del piso 2º izquierda del número 109 de la calle Fuencarral. De la vivienda salía también abundante humo. En un Madrid de coches de caballos, pobres bombillas eléctricas y escasos teléfonos, un incendio en una calle céntrica era un acontecimiento que estremecía a toda la ciudad.
El suceso fue llevado a la pantalla por Angelino Pons en 1984.
Comenzaba así un episodio histórico que andaría en coplas y leyendas, con un fuerte trasfondo político en el que participaron, de una u otra manera, relevantes personajes de la época: Sagasta, Canalejas, Silvela, Montero Robledo, Ruiz Jiménez, Montero Ríos y Nicolás Salmerón. Un episodio que dejaría en el lenguaje madrileño la frase "es más conocido que el crimen de la calle Fuencarral".
 
La casa del suceso tenía cinco balcones. Cuando el juez Felipe Peña llegó todavía salía humo, y cuando pudo entrar descubrió, en la alcoba principal, el cuerpo sin vida de una mujer más de 50 años. Estaba tendido en el suelo, al pie de la cama, boca arriba y en gran parte quemado. A pesar del daño producido por el fuego, se distinguían claramente, junto al pecho izquierdo, manchas de sangre, quizá señales de apuñalamiento. También había indicios de que el cuerpo había sido trasladado.
 
En el aire había un pesado olor. El cadáver no tenía zapatos, y sobre él habían arrojado grasas, aceites y trapos. Desperdigados por el suelo había cristales rotos, restos de una lámpara y una liga de color rojo. En el resto de la alcoba reinaba, no obstante, la limpieza y el orden.
 
Durante la inspección se encontró a otra mujer en la casa: estaba viva, en el suelo, desmayada; descalza y en camisa, con la ropa remangada hasta las nalgas. A su lado, casi oculto, también inanimado, un bulldog. Los guardias que acompañaban al juez trataron de reanimar a la desvanecida levantándola y sentándola con la cabeza inclinada.
 
Con la ayuda de los porteros de la finca se procedió a la identificación de la muerta, que resultó ser Luciana Borcino, viuda de Vázquez-Varela, rica y acomodada: se le calculaba una renta de cinco mil duros al año. Tenía un carácter fuerte e irascible, y fama de durarle poco las criadas.
 
Finalmente, la otra mujer volvió en sí: dijo llamarse Higinia y ser la sirvienta. Era alta, de rasgos duros, pero no carecía de cierto atractivo salvaje. En seguida preguntó: "¿Qué ha pasado?". Llámenlo inspiración o táctica policial, pero el juez, en vez de responde, prefirió llevarla junto al cadáver para que los hechos se explicaran por sí mismos. La mujer rompió a llorar a lágrima viva y a restregarse las manos; finalmente se arrojó al suelo transida de dolor.
 
Imagen de la cárcel Modelo de Madrid tomada durante la Guerra Civil.¿Había matado la criada a la señora, y provocado el incendio para borrar las huellas? El caso es que, mientras el juez encontraba indicios racionales de culpabilidad para decretar la prisión preventiva de Higinia –apellidada Balaguer Ostolé, hija de Mariano y Petra; nacida en Ainzón, partido judicial de Borja, Zaragoza; soltera, sirvienta, de 28 años–, en la calle nacía un clamor popular que gritaba la culpabilidad del hijo de la difunta: José Vázquez-Varela, de 23 años, mozo rubio, de boca grande y labios gruesos, también conocido como Varelita y El pollo Varela, que mantenía relaciones con Dolores Gutiérrez, conocida como Lola la Billetera.
 
Varelita, gran gastador, pedía dinero a su madre a diario, y si no se lo daba le amenazaba con quemarla viva. Tenía antecedentes por hurto y lesiones a La Billetera y por lesiones y amenazas a su madre, a quien una vez llegó a apuñalar en un glúteo. Pero contaba con una buena coartada: en el momento del crimen estaba cumpliendo condena en la cárcel Modelo –situada donde se erigiría posteriormente el Ministerio del Aire, en el distrito de Moncloa– por el robo de una capa. ¿Cómo pudo, pues, matar a su madre? Muy sencillo, respondían algunos: El pollo Varela entra y sale de la cárcel cuando quiere.
 
Higinia, que llevaba sólo seis días al servicio de la víctima, había vivido ocho años con un hombre, Evaristo Abad Mayoral –alias El cojo Mayoral–, que tuvo una cantina frente a la Modelo. En esta cárcel confluían las pistas del crimen. Su director era José Millán Astray –padre del fundador de la Legión—, por entonces en la cuarentena, con amplias entradas y bigote, que gozaba de la protección del reconocido político gallego Eugenio Montero Ríos, y bajo su tutela estaba encarcelado Varelita.
 
En el pasado de Millán Astray pesaba un expediente por supuestas irregularidades cometidas al frente de su anterior destino, el penal de Valencia. Y precisamente en su casa había servido Higinia Balaguer antes de emplearse con Luciana Borcino. Al poco de la detención de aquélla Millán Astray pidió al juez que rompiera el régimen de incomunicación y le permitiera visitarla; para, dijo, convencerla de que dijese toda la verdad.
 
¿Era posible un plan criminal en el que fueran actores Higinia, el hijo de la difunta y el director de la prisión? Esta sospecha estaba detrás de la mayoría de las informaciones de los periódicos. La fuerza del enigma contenido en el crimen hizo que se multiplicaran las ventas.
 
La autopsia determinó que la muerte de Luciana Borcino había resultado de una cuchillada que le atravesó el corazón. Presentaba otras dos heridas, ocasionadas con un mismo instrumento: un cuchillo o navaja de canto poco grueso. Las quemaduras se habían producido después de la muerte.
 
Examinada Higinia por los forenses, se le descubrieron contusiones y erosiones que podrían deberse a una posible defensa de la difunta en los estertores de la muerte. La criada hizo más de veinte declaraciones contradictorias. En una de ellas confesó haberle dado muerte a su "señorita" con un cuchillo de mesa porque la había insultado; en otra inculpó al hijo de la difunta y al director de la Modelo, exculpándolos después, y en otra afirmaba que la asesina era su amiga Dolores Ávila. Al final volvió a declararse única autora de los hechos.
 
En el torrente de declaraciones se filtró que Higinia había entrado a servir en casa de Luciana porque Millán Astray le había contado que el hijo de ésta quería robarla; para ello, debía abrirle la puerta. En esta maraña de afirmaciones contradictorias era imposible saber la verdad.
 
Benito Pérez Galdós.Al tiempo que la asesinada era enterrada en la sacramental de San Justo, el juez procesaba a Dolores Ávila, mujer de vida airada, y a su hermana María. Ante los abrumadores indicios que señalaban al director de la Modelo, éste fue interrogado. El clímax llegó cuando el magistrado le preguntó: "¿Es cierto que deja usted salir a los presos, y en especial a Vázquez-Varela?". "Eso es mentira", respondió Millán Astray. Pero el juez lo procesó como inculpado.
 
Llegado el juicio, que se celebró con enorme expectación –y pese a la versión de la "acción popular", que señalaba como culpable del crimen a José Vázquez-Varela y como inductor a Millán Astray–, la sentencia estableció que sobre las diez de la mañana del 1 de julio Luciana Borcino salió a misa, momento que aprovechó Higinia –de quien hizo un acertado dibujo durante la vista oral Benito Pérez Galdós– para narcotizar al perro. A la vuelta del ama, "sola o con ayuda de alguna otra persona", se abalanzó sobre ella y le infirió tres heridas.
 
Según el fiscal, después del crimen abandonó la casa con "más de noventa y dos mil reales en un pañuelo que entregó a Dolores Ávila"; luego regresó a la vivienda y montó la comedia del incendio. La sentencia condenó a Higinia –por el delito de robo con homicidio– a la pena de muerte, y a Dolores Ávila –como cómplice– a 18 años de reclusión. Fueron absueltos Vázquez-Varela, Millán Astray y María Ávila.
 
El juicio tuvo otra víctima, ésta política: Eugenio Montero Ríos, presidente del Tribunal Supremo y protector de Millán Astray. Éste se había atrevido a asegurarle a un periodista: "Si a mí se me tocara un pelo, bajaría el presidente del Supremo de su silla". Por la responsabilidad política derivada del proceso Montero Ríos se vio obligado a dimitir.
 
Años más tarde Varelita se vio envuelto en otra muerte; esta vez, de una prostituta que cayó desde un piso alto de la calle Montera. Por esto sí fue culpado y condenado: pasó 14 años en el penal de Ceuta.
 
Pero por el crimen de Fuencarral, que descubrió tantas miserias, quien pagó y fue "al palo", al garrote vil, fue Higinia. La reina no hizo uso de su prerrogativa de indulto. Subió al patíbulo el sábado 19 de julio de 1890; bien a la vista, ya que estaba montado sobre los muros de la Modelo. Fue la última ejecución pública que tuvo lugar en Madrid. Entre los notables que la presenciaron se contaba la condesa de Pardo Bazán.
 
El cadáver de la ajusticiada, que permaneció expuesto como espectáculo de "ejemplaridad social" durante nueve horas, fue contemplado también por el joven Pío Baroja. Las últimas palabras de Higinia antes de expirar conformaron este terrorífico grito: "¡Dolores! ¡Catorce mil duros!".
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