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PANORÁMICAS

El Comandante sí tiene quien le escriba

El festival Idem ha publicado, en colaboración con la Filmoteca de Andalucía y la editorial Egales, una reedición (con DVD incluido) de Conducta impropia, el guión en que se basó el documental del mismo título de Néstor Almendros, el mítico director de fotografía cubano-español, y Orlando Jiménez-Leal.

El festival Idem ha publicado, en colaboración con la Filmoteca de Andalucía y la editorial Egales, una reedición (con DVD incluido) de Conducta impropia, el guión en que se basó el documental del mismo título de Néstor Almendros, el mítico director de fotografía cubano-español, y Orlando Jiménez-Leal.
La Conducta impropia de Almendros y Jiménez-Leal es una carta cinematográfica de denuncia del régimen totalitario de sesgo comunista que Fidel Castro implantó en Cuba en la década de los 50. Ahora, gracias a iniciativas como la del Idem y las jornadas "Cuba: homosexualidad y revolución", recientemente celebradas en la Casa de América de Madrid, la palabra de las víctimas se superpone victoriosa a la de los verdugos.
 
Fidel Castro, un tirano dicharachero y barroco, ha suscitado una gran pasión epistolar. Quizás porque, carta por medio, uno se evitaba el aliento de sus eternos monólogos patriarcales. El Che le escribió, para despedirse, y acabó muerto. Huber Matos le escribió, para advertirle de la infiltración comunista en una revolución que se presuponía democrática, y el valeroso comandante terminó en la cárcel. También Cela y Arrabal le escribieron: el primero para pedirle un favor, el segundo para exigirle que renunciara; más recientemente, el dramaturgo-pánico volvió por sus fueros: "Mussolini fue colgado por los pies y usted será arrojado por el pueblo a las letrinas de la Historia como Heliogábalo".
 
Almendros y Jiménez-Leal le escribieron en la década de los 80 una carta, en forma de documental, con la indignación del "Yo acuso" de Zola, la impertinencia del alegato antinazi de Claude Lanzmann (Shoah) y la delicadeza del Iñaki Arteta de Trece entre mil. Una misiva en la que los relatos de los torturados por la dictadura comunista sorprenden tanto por su dureza como por la jovialidad, no exenta de rigor, de la mayor parte de ellos. Y es que si algo no ha conseguido el líder del régimen sombrío, como lo llamó Lezama Lima, es quebrar el espíritu de los homosexuales, los liberales, los cristianos, los negros, los vagos, en definitiva, los heterodoxos, los que no casaban con el hombre nuevo socialista, los que mostraban una "conducta impropia" del macho blanco izquierdista.
 
Fidel Castro.Los testimonios de disidentes famosos –de Reinaldo Arenas a Armando Valladares, pasando por Cabrera Infante o Heberto Padilla– se alternan con los de otras víctimas que, por este documental, dejaron de ser anónimas. Entre todos ellos, como un zombi grasiento y bocazas entre fantasmas, aparece Fidel Castro, jugando al baloncesto, paseando en jeep por su rancho Cuba como una marquesa, adoctrinando a embelesados periodistas que creen estar haciendo la entrevista que les valdrá el Pulitzer...
 
Sutilmente, Almendros y Jiménez-Leal van introduciendo hipótesis explicativas del horror. Viejos amigos como Susan Sontag se plantean algunos de los pecados originales de la incapacidad de asimilación de la izquierda respecto a los homosexuales o las mujeres. Severo Sarduy, que no aparece en el documental pero sí en el libro, plantea como hipótesis la intolerancia de los cristianos viejos trasplantada al trópico. También se menciona el machismo inherente a la cultura hispana. A lo mejor, como se desprende del testimonio de Cabrera Infante, existe una dimensión de pesimismo antropológico que vincula lo humano con el mal. O quizás sea la persecución homofóbica una cortina de humo para ocultar a esos jerarcas homosexuales del Partido que han sustituido el amaneramiento por la voz excesivamente grave.
 
Pero no se plantea el documental ser el lugar ni el momento de profundizar, sino de permitir que sea el factor humano –el humanismo tantas veces despreciado por las principales corrientes filosóficas, del existencialismo heideggeriano al marxismo cientificista, en ese siglo de horror que hizo emerger a Hitler y Lenin, a Castro y Pinochet– lo que finalmente triunfe.
 
Las limitaciones presupuestarias propias del género documental, las limitaciones políticas (Radio Televisión Española se negó a financiar el proyecto; un documental semejante de Jiménez-Leal, La otra Cuba, fue censurado en el Festival de Cartagena de Indias; y era imposible rodar en la Isla, por razones obvias), las limitaciones metodológicas que se impusieron los autores, todo ello dio pie a una apuesta en cierto modo forzada por la pureza del testimonio alérgico a las florituras formalistas. "El método seguido al filmar nuestros testimonios fue éste: consideramos que la cámara cinematográfica, acoplada con grabación de sonido directo, es en cierto modo un detector de verdades y mentiras", comenta Almendros en el prefacio del libro.
 
Guillermo Cabrera Infante.Pongamos en marcha el detector. El comentario que han escogido en la Filmoteca de Andalucía para acompañar la proyección es del conocido crítico cubano García Borrero, que hace todo lo posible por menospreciar el documental para, en paralelo, exculpar al totalitarismo de izquierdas de la máxima responsabilidad en la persecución inquisitorial de los disidentes del dogma. A García Borrero le parece que la amargura vital de Cabrera Infante por su obligado exilio o la vibrante descripción de Armando Valladares de los horrores del Gulag castrista (las UMAP) "casi terminan por causar (...) un efecto contrario al que persigue el filme". Lo que diría muy poco del documental y mucho de la receptividad emocional y estética del crítico. Llegados a este punto, nada mejor que recordar las palabras de Antonio Muñoz Molina a cuenta de la escandalosa conducta de tanto izquierdista con Cuba...
 
Para poder valorar este testimonio del espíritu indomable de los que no se achantan ante el dedo que avisa silencio o amenaza miedo habría que adoptar un punto de vista diferente al de esa izquierda que se cree en posesión de la superioridad moral. Por ejemplo, el que asume Almendros en la filmación de Conducta impropia, asimilando las nociones del montaje invisible:
A condición de que la lente capte la expresión de los rostros de una manera sencilla y total. Quiero decir de frente, no de perfil, no de tres cuartos. A condición de que la iluminación y los ángulos sean naturales y sin efectos… El montaje fue presidido también por la ley de la sencillez…
No extraña que el fotógrafo favorito de Truffaut y Rohmer, el responsable de iluminación de Días del cielo de Malick, huya de artificios ingeniosos. No sorprende que la asociación Human Rights Watch y la Film Society del Lincoln Center crearan el Nestor Almendros Prize para premiar el coraje y el compromiso con los derechos humanos en la realización de una película. No hay que entristecerse porque finalmente el sátrapa marxista-leninista haya sobrevivido al propio Almendros (Jiménez-Leal aún vive), a Cabrera Infante, a Valladares, a Padilla, a Severo Sarduy, a Reinaldo Arenas, a Virgilio Piñera, a tantos otros. Y tranquiliza saber que, por una vez, el concepto de memoria histórica tiene una relevancia moral y cinematográfica de simétrico calado.
 
 
CONDUCTA IMPROPIA (Cuba; 92 minutos). Guión y realización: Néstor Almendros y Orlando Jiménez-Leal. Locutor: José Miguel Ullán. Calificación: Testimonial (7/10).
 
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