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CÓMO ESTÁ EL PATIO

El cochecito

Como le ocurría al gran José Isbert en la inolvidable película de Marco Ferreri, Zapatero quiere también un cochecito; pero no para él, que ya tiene varios de alta gama y con chófer, sino para el resto de los españoles, o los ciudadanos del Estado español, como se dice en progre.

Como le ocurría al gran José Isbert en la inolvidable película de Marco Ferreri, Zapatero quiere también un cochecito; pero no para él, que ya tiene varios de alta gama y con chófer, sino para el resto de los españoles, o los ciudadanos del Estado español, como se dice en progre.
Dice Zapatero que el asunto representa una "ocasión incuestionable" y, como siempre, parece convencido. Seguiremos en crisis y teniendo que vender las alhajas de la abuela, como Isbert en la película, pero al final produciremos el dichoso cochecito... y lo mismo un día hasta vendemos alguno, que no hay que ponerse siempre en lo peor.

El cochecito eléctrico es un invento metrosexual destinado básicamente a los progres con dinero, valga la redundancia, y a los hijos de los nuevos ricos, que ayer se desgañitaban en las discotecas bakaladeras y hoy se mueren por parecerse a los pijos de toda la vida. El nicho de mercado, como se ve, es bastante amplio, así que vista comercial no le ha faltado a su inventor. Lo que no podían esperar los fabricantes es que iban a encontrar en Zapatero su mejor agente de ventas, porque, dejando al margen la operatividad del invento, es un vehículo que incorpora una subvención de serie.

Si España tuviera un excedente importante de producción eléctrica, como los países civilizados "de nuestro entorno", la ideíca zapateril del cochecito tendría cierta lógica; con la única condición de que se llevara a cabo en un entorno de bonanza económica, cuando los lujos están, si no permitidos, por lo menos tolerados. Pero estamos en medio de una catástrofe económica sin precedentes y sin visos de que vaya a solucionarse en el próximo lustro, salvo que la clase política actual haga como Bárcenas y se vea reemplazada en su conjunto por técnicos competentes; así que no es de extrañar que la chorrada eléctrica de Zapatero haya despertado un entusiasmo en las masas perfectamente descriptible.

Por otra parte, tenemos que comprar fuera la energía, a precios bien altos, porque hablar de la construcción de centrales nucleares en nuestro territorio es una temeridad que ningún político en ejercicio se atreve a cometer, no sea que los okupas de Lavapiés hagan una bongada antinuclear, con la repercusión que ello tendría en los mercados internacionales. En lugar de producirla y aprovecharla a un coste ridículo, preferimos comprársela por un ojo de la cara a nuestros vecinos, que la producen con esas mismas centrales nucleares que tanto aborrecemos. Es lo propio de los países inteligentes.

Ahora, además, Zapatero quiere que nos propulsemos utilizando esa energía que no producimos, con lo que el círculo del disparate se cierra definitivamente.

Intentar resolver los problemas de una economía que está dando sus últimas boqueadas a base de cochecitos eléctricos es como ir en un bólido derechito a un acantilado y ponerse a discutir con los compañeros de viaje por la música ambiente. Hombre, casi mejor frenar enseguida y, acto seguido, echar del coche al conductor imprudente; es que si no igual ya no se puede seguir discutiendo sobre la música, ni sobre el coche, ni sobre la vida...

Por supuesto, no podía faltar la subvención. Siempre la subvención. Más de ocho mil euros por cada unidad vendida; unidades que, repito, sólo van a adquirir gente de alto poder adquisitivo, y que por tanto no necesita el dinero ajeno para pagarse los lujos.

Zapatero es tan socialista y se preocupa tanto por mejorar la vida de los más débiles, que va a poner al obrero a pagar el pijicoche que los ricos van a regalar a sus hijitos cuando cumplan 18 años. Lo sorprendente es que ese mismo obrero es el que mantiene a Zapatero en el poder, no sea que venga "la derechona".

Pues nada, a disfrutar. Y a pagar.
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