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CRÓNICA NEGRA

El atracador que se chupa el dedo

En la Casa Encendida de Madrid, una exposición recuerda a los quinquis de los ochenta: el Jaro, el Fitipaldi, el Vaquilla... Fueron unos años sin complejos, en los que a los tironeros, navajeros, descuideros y atracadores menores de edad se les conocía por sus apodos, que eran sus verdaderos nombres.


	En la Casa Encendida de Madrid, una exposición recuerda a los quinquis de los ochenta: el Jaro, el Fitipaldi, el Vaquilla... Fueron unos años sin complejos, en los que a los tironeros, navajeros, descuideros y atracadores menores de edad se les conocía por sus apodos, que eran sus verdaderos nombres.

Hicieron cultura popular: una cassette de Los Chichos y el buga a toda hostia. El Vaca ha sido el delincuente juvenil más reinsertado del universo; pero no consiguieron moverlo un centímetro del charco en que se había enfangado.

–¿Qué tal, Vaca?

–Aquí, tumbando la aguja. Dando un palo pa comé... Pa comé, pa bebé y pa fumá...

Al Vaquilla le dejaban libre y se ligaba ocho comercios en dos horas. El Fitipaldi se subía a un errecinco y, con un ladrillo entre el pie y el acelerador, lo encabritaba. Al Jaro le dio la Benemérita un tiro en el escroto; al Jaro, precisamente, el más macho de todos. Una noche se fue para un tío al que le pensaba aliviar del dinero que llevara. Pero no contaba con que aquel primo tenía un pariente cazador en el piso de arriba. Era de noche, pero se veía con claridad. Así que al Jaro le apuntaron con un rifle de abatir elefantes y el Jaro, mire usted, se hizo el bravo, como tantas veces; nada extraño en un tipo que quería expandir su semen por todos los caminos, robar todos los coches y acumular todo el dinero que hubiera saldo del Banco de España.

Sonó un disparo que hizo callar a los pájaros, que hizo silencio en el tráfico. Los relojes pararon un momento. En la camisa del Jaro se hizo una flor de sangre. Él comprendió que se habían muerto de golpe todos sus hijos y todos sus planes. Nunca tendría todas las mujeres ni todo el dinero.

El otro día supimos de un menor (17 años) al que se imputan cuatro atracos a comerciantes del municipio madrileño de Rivas. Tiene un horario: entre las ocho y las once de la noche. Aguarda a que llegue el momento del cierre y se presenta con la media en la cara y un arma en la mano, pide la recaudación y sale corriendo. Es posible que no haya visto las películas míticas de atracadores juveniles: Perros callejeros, El último golpe del Torete... En el cine, al Vaquilla le pusieron el Torete y le mataron estampándole contra la pared; a bordo de un coche, claro. El Vaquilla no murió así, pero bueno, la peli daba con la atmósfera y el aire.

Aquellos tiempos eran más de verdad; de más democracia. Todo el mundo tenía su nombre, y podía reconocerse y ser reconocido en él. El Vaquilla era un delincuente, un tironero, pero la identidad no se la robaba ni dios. La Ley del Menor ha borrado el nombre del atracador de Rivas, y cuando cumpla 18 le limpiará también la papela, los antecedentes. Y todos tan contentos. ¿Todos? ¿Alguien que no sea este presunto que ya no se chupa el dedo?

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