Menú
CRÓNICA NEGRA

El asesino escribe su crimen

En la punta de vanguardia, el asesinato es cada vez más un reto intelectual. ¡Cómo disfrutarían en estos tiempos Alfred Hitchcock y Thomas de Quincey!

En la punta de vanguardia, el asesinato es cada vez más un reto intelectual. ¡Cómo disfrutarían en estos tiempos Alfred Hitchcock y Thomas de Quincey!
En Polonia, en una triste jornada del año 2000, sobre las aguas del Oder flotaba un cadáver putrefacto. Lo rodeaba un ingenioso lazo que unía la garganta con la espalda. La policía se volvió loca con el cuerpo y la forma en que se encontraba, con los datos de la autopsia y con la escena del crimen. Y, para colmo de males, no hubo modo de practicar con provecho la prueba del ADN, ese bálsamo de Fierabrás contemporáneo. Así las cosas, el caso del ahorcado del río Oder quedó arrumbado en los archivos. Sólo se consiguió saber que el muerto se llamaba Darius.
 
Pasados tres años, los policías que habían llevado el caso recibieron una novela por correo. Llevaba por título Amok, palabra que en las lenguas centroeuropeas no significa lo primero que a nosotros se nos viene a la cabeza, sino "furia homicida". Aunque a los detectives les acompaña la mala fama de que no leen otra cosa que informes oficiales, el comisario jefe se aplicó a la lectura de aquel extraño mamotreto que traía en la portada un macho cabrío, bestia que en la católica Polonia se asocia habitualmente con el diablo.
 
El autor de Amok, un tal Kristian Bala, relataba las peripecias de Chris, un tipo que se cargaba al presunto amante de su esposa con un lazo que le unía las muñecas con el cuello, de modo que cada vez que movía los brazos se asfixiaba un poco. La descripción era florida, cuidadosa, de experto y muy veraz.
 
El asesinato de la novela era calcado al del caso del ahorcado del Oder. Guiado por un fino instinto investigador, el poli puso contra las cuerdas al novelista. Y aunque sólo recibió de él respuestas irónicas y cruces de piernas a lo Instinto básico, lo presentó ante el juez.
 
Fue la rechifla. Los periodistas, que ni siquiera los polacos son ya expertos en sucesos, acusaron al agente de inculto, exagerado, confundido, ingenuo. El juez, que al parecer no frecuentaba el género negro, estuvo de acuerdo en que el poli no sabía distinguir entre realidad y ficción, así que puso en libertad a Bala, que aprovechó para encabezar un movimiento en contra de la brutalidad policial.
 
El investigador frustrado volvió a la lectura de Amok. De nuevo experimentó la violenta sensación de que aquello no era una novela –por cierto, bastante mala–, sino el acta de un homicidio premeditado. Así que, como los buenos sabuesos que en el mundo han sido, siguió una serie de indicios que le llevaron a averiguar, en primer término, que Darius, el fiambre del Oder, había tenido una íntima relación con la esposa del presunto escritor, y que éste era un hombre violento y celoso que se había mostrado agresivo con los amigos de su ex pareja. Por si faltara pimienta, era algo fanfarrón, y presumía de que era capaz de ocultar sus emociones hasta el punto de que nadie podía conocer la verdad de sus sentimientos.
 
En la relación competitiva de asesino-investigador, Bala aceptó someterse al detector de mentiras –de nuevo nos viene a las mientes Instinto básico–, absolutamente convencido de que sería capaz de engañarlo. Pero la puñetera máquina dijo que estaba mintiendo.
 
El policía lector logró averiguar que la última llamada que recibió Darius antes de convertirse en un muñeco envuelto en una cuerda procedía del teléfono desde el que Kristian Bala solía hablar con su madre. Era un dato fundamental. El asesino se había llevado el móvil de la víctima, pero el poli lector supo que Bala había subastado en internet uno del mismo modelo. El presunto escritor estaba demostrando que no era tan listo como se creía.
 
Pero es que además su soberbia le estaba segando la hierba debajo de los pies. El autor de Amok era muy dado a mandar correos electrónicos en los que filosofaba sobre el crimen perfecto. En el Oder se había descubierto un cadáver perfecto. Y tras el caso andaba un perfecto policía, descubriendo pruebas una dentro de otra como si
estuviera manipulando una muñeca rusa.
 
Armado de paciencia, despreciando la crítica de los fatuos que le tacharon de iletrado y de no saber distinguir la ficción de la realidad, el poli del siglo XXI puso de nuevo al autor delante del juez, esta vez con pruebas concluyentes. Y esta vez su señoría tuvo a bien encerrarlo, mientras se desataba de nuevo el ruido mediático.
 
Kristian Bala, que tiene el aire, aquilino y despistado, de Dustin Hoffman en El graduado, había matado a Darius, amante de su esposa, no sin antes hacerle sufrir. Se había deshecho del cadáver, y, no contento con librarse del castigo, trataba de regodearse en la jugada burlándose de los policías inútiles, los periodistas tontos y los jueces garantistas.
 
Un criminal es alguien que se sitúa por encima de todos cuando mata. Hace algo de lo que no todo el mundo es capaz. Con el cadáver al hombro, trató, además, de figurar en la historia de la literatura. No estaba seguro de que los polis se interesaran por su novela verité, una copia nefasta del A sangre fría de Capote, por lo que les mandó un ejemplar. Al otro lado, un policía de los que saben imaginar lo sucedido, especie única, aceptó el desafío.
 
Kristian Bala ha sido condenado por un tribunal de la ciudad polaca de Wroclaw a 25 años de prisión. El asesino que escribe su crimen siempre tiene la oportunidad de prolongar su obra con otra nueva y apasionante entrega sobre la vida en prisión. De haber podido, mis amigos grafólogos se habrían lanzado sobre el manuscrito, como sobre la obra de Sade abandonada en la Bastilla, para disecar el espíritu del nuevo delincuente grafómano y petulante.
 
 
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
0
comentarios