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CRÓNICA NEGRA

El asesino de Pedralbes

Cuatro de mayo de 1974. Barrio de Pedralbes, Barcelona. Aprovechando la oscuridad, un frío y misterioso personaje, vestido totalmente de negro, penetra en un chalet de la parte alta. Se trata de una lujosa mansión. En el interior sólo están el matrimonio propietario y la cocinera, que duerme con su hija pequeña.

Cuatro de mayo de 1974. Barrio de Pedralbes, Barcelona. Aprovechando la oscuridad, un frío y misterioso personaje, vestido totalmente de negro, penetra en un chalet de la parte alta. Se trata de una lujosa mansión. En el interior sólo están el matrimonio propietario y la cocinera, que duerme con su hija pequeña.
Detalle de un cartel de la película EL ASESINO DE PEDRALBES.
El hombre, con la cabeza cubierta por un pasamontañas negro, lleva puestos unos zapatos de una talla más pequeña de la que usa para despistar a la policía. Tiene totalmente decidido lo que va a  hacer, y por eso, tras recorrer las salas y los pasillos, como buen conocedor del terreno que pisa, se oculta junto a la alcoba principal, en una pequeña estancia utilizada como vestidor.
 
Arropado en las sombras, el amenazador personaje permanece en silencio, atento a los ruidos de la habitación durante más de veinte minutos; hasta que se convence de que en la casa todos duermen. Por fin se decide a actuar. Con paso decidido y empuñando un cuchillo que ha comprado para la ocasión, va hacia la cama en que reposa el matrimonio, de mediana edad, conformado por Juan Roig y María Rosa Recolons, dos miembros de la alta sociedad catalana.
 
El individuo que ha entrado silenciosamente en su cuarto no les deja reaccionar. Con el cuchillo de grandes proporciones que lleva preparado, se echa sobre marido y mujer y los apuñala sin piedad. Inmediatamente después va hacia la caja fuerte. Sabe de sobra dónde está empotrada. La abre sin vacilación. En un maletín que tiene dispuesto mete joyas y dinero. Consigue un buen botín: 15 millones de pesetas.
 
Hecho esto, con una tranquilidad pasmosa abandona la vivienda y sube a bordo de un coche de alquiler. Da varias vueltas con el automóvil hasta que toma la determinación de encaminarse a la estación de Francia. Allí oculta el maletín con las joyas y el dinero en un departamento de la consigna automática. Guarda despaciosamente la llave en el bolsillo del pantalón y se dispone a disfrutar de lo robado. Es prácticamente la primera vez que cree tener suerte en la vida.
 
El hombre de negro se llama José Luis Cerveto Puig, y cuenta 33 años. Es pequeño y enjuto, con un rostro de formas acusadas rematado por una amplia calva. Acaba de asesinar a la pareja para la que, muy servilmente, trabajaba de chófer y mayordomo. A sus espaldas, una triste biografía que le ha provocado un carácter inestable y le ha convertido en un pervertido sexual. La mañana anterior al crimen estuvo cometiendo actos deshonestos con dos niños. Luego, para hacer tiempo hasta que llegara el momento de actuar, se fue al cine a ver una película que siempre le pareció interesante: Jack el Destripador. Las tensiones acumuladas durante toda la vida le habían estallado como un castillo de fuegos artificiales.
 
Su padre había muerto de una tisis muy penosa cuando él tenía sólo tres años. Fue recluido en un orfanato. Conoció lo que era vestirse con tela de saco y vivir a salto de mata. Su infancia fue corta e infeliz. Se vio obligado a robar. Quizá una de las etapas más prometedoras de su juventud fue el tiempo en que se unió a la trouppe de un circo. Trabajó como mozo de pista en el Circo Americano, con los Vieneses y con los hermanos Tonetti. Fue voluntario a la "mili". Allí tuvo un encontronazo con un superior, por lo que fue destinado al castillo de Galeras. Luego pasó al reformatorio de Espinardo (Murcia). Fue paracaidista en Valencia, y, según propia confesión, efectuó 74 saltos. Fue una experiencia que le marcó profundamente. Andando el tiempo diría que presenció hasta 17 accidentes mortales.
 
Se licenció del servicio militar en Alcalá de Henares. Decidió su futuro, parado en la carretera, lanzando una moneda al aire. Cara, Madrid; cruz, Barcelona. Salió cruz. En la Ciudad Condal encontró trabajo en la construcción, y como carecía absolutamente de recursos, durante las dos primeras semanas se vio obligado a dormir en un solar arropado con una sábana.
 
Cerveto es un buen observador. Por eso no le pasa inadvertido que quien mejor vive en las obras es el conductor del camión de los escombros, que suele estar repantigado en la cabina, fumando y leyendo el periódico, mientras los demás cargan los sacos. Concluye que vivirá mucho mejor si consigue el carné de conducir. Se pone a ello y lo logra en poco tiempo.
 
Barcelona. Torre de un edificio próximo a la plaza de Cataluña.Es por entonces un tipo despierto y esforzado al que le gustan las cosas bien hechas. Gracias al permiso de conducir, entra a trabajar en una agencia de transportes. Su obligación es llevar un enorme camión Volvo de cuatro ejes, con el que hace numerosos viajes a Europa. Se abre una época en la que se siente un triunfador. Trata de aprovechar la buena racha para ganar dinero. Trabaja tanto que apenas duerme. Fuerza su sistema nervioso tomando simpatina en grandes cantidades y mucho café, para mantenerse al volante el mayor tiempo posible. Cree que de ello depende su fortuna. Una fortuna que piensa levantar a 150 por kilómetro recorrido.
 
Pronto acusa el grave deterioro de su sistema nervioso. Continuamente se siente excitado e irritable. Cerveto se da cuenta de que no puede seguir así. Busca un empleo que le permita estar más descansado. Y entra a formar parte del servicio del matrimonio Roig-Recolons. En un principio hizo de chófer, pero como se fue ganando la confianza de la familia acabó de mayordomo. En los primeros tiempos todo iba a pedir de boca. Pero el dueño de la casa acabó descubriendo lo peor del carácter de su mayordomo y le despidió. El resentimiento y la posibilidad de hacerse con un botín que le permitiera vivir sin agobio le hicieron fraguar la idea del asesinato.
 
Cervero conocía perfectamente la disposición de la casa y cuál era el momento propicio para el crimen. Sabía que el perro de la familia no le descubriría, porque durante mucho tiempo fue el encargado de darle de comer. Aprovechándose cobardemente de todas estas ventajas, penetró en la casa y no dio a sus pacíficos ocupantes ninguna oportunidad. Luego fue a la cocina, abrió el gas y dejó una vela encendida, con la intención de provocar una explosión que borrara las huellas. Pero en el último momento se arrepintió y cerró el gas. Él diría que lo hizo porque tiene un gran amor a los niños y no quería que muriera la hija de la cocinera, que dormía allí aquella noche. Es posible que fuera verdad. No hay asesino, por repugnante que sea, que no haya tenido algún sentimiento hermoso alguna vez.
 
Luego se marchó en coche a Tarragona. El viaje por la autopista serviría para que le dieran un ticket con la hora que, con suerte, podría coincidir con la estimada por los forenses para la comisión del crimen. Lo tenía todo previsto. Probablemente estaba cerca de lo que creía el crimen perfecto. Sin embargo, le traicionaron los nervios.
 
No pudo con el peso de la culpa. Apenas treinta horas después del crimen, angustiado y derrumbado por dentro, se entregaba en la comisaría de la Vía Layetana. Necesitaba ser castigado por lo que había hecho. A cambio de contarlo todo, pidió un sacerdote para que le confesara. Era un asesino muy religioso.
 
Fue juzgado en Barcelona en octubre de 1977. Le fue impuesta una pena de muerte por cada uno de los dos delitos de robo con homicidio por los que fue condenado. El Supremo confirmó la sentencia. Se benefició del indulto del 25 de noviembre de 1975, y las dos penas capitales le fueron conmutadas por dos condenas de 30 años. Entonces se produjo una gran sorpresa: Cerveto pidió ser ejecutado, como había hecho poco antes un preso norteamericano, Gary Gilmore, sobre el que Norman Mailer escribió La canción del verdugo. Gilmore fue complacido, pero a Cerveto no le hicieron caso.
 
Más tarde, abolida la pena de muerte, sólo le quedó la cárcel. Su paso por ella estuvo lleno de incidentes. Se bebió un litro de lejía, por lo que estuvo a punto de perder el estómago, y se cortó las venas. Cuando se hacía una herida, la manchaba con sus excrementos para producirse una infección o, mejor, una gangrena. Hizo huelga de hambre. Fue calificado como "peligroso con rasgos psicóticos". Tuvo un largo peregrinaje por varias prisiones.
 
A pesar de todo eso, cursó estudios de graduado escolar e intervino en la película de Gonzalo Herralde sobre su crimen: El asesino de Pedralbes.
 
También fue juzgado por abusos deshonestos a un niño de 11 años, pero en total sólo pasó 13 años en prisión, al cabo de los cuales rehizo su vida en libertad. Cuando salió, estableció en Madrid un tenderete de venta de objetos artesanales en el desaparecido mercadillo de la plaza de Santa Ana, donde vendía lo que fabricaba en un taller del barrio de Vallecas.
 
Un año después de su salida, en 1988, saltó a la prensa la noticia de que le habían vuelto a denunciar por abusos sexuales a menores. Durante el juicio por su crimen había dicho que sufría una pulsión incontenible desde que fuera pervertido sexualmente por el educador en un correccional. "Si no me matan, ustedes serán los responsables de lo que pase", añadió. Y advirtió de que, si no le ejecutaban, volvería a matar.
 
Ignoramos si ha cumplido también esta segunda amenaza.
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