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PANORÁMICAS

El Ala Oeste de la Casa Blanca, o ¡viva la telefilia!

El siglo XX se caracterizó por la cinefilia: el amor incondicional por y la defensa enardecida del cine como arte por excelencia de los nuevos tiempos. Si, como proclama Godard, el cine no ha cumplido con las expectativas y está agonizando, por su incapacidad para responder a la realidad, refugiado en la repetición de fórmulas establecidas y el onanismo experimental, dejemos paso a su heredera, tan calumniada como pudo serlo el cinematográfo en sus orígenes, e inauguremos sin vergüenza la telefilia.

El siglo XX se caracterizó por la cinefilia: el amor incondicional por y la defensa enardecida del cine como arte por excelencia de los nuevos tiempos. Si, como proclama Godard, el cine no ha cumplido con las expectativas y está agonizando, por su incapacidad para responder a la realidad, refugiado en la repetición de fórmulas establecidas y el onanismo experimental, dejemos paso a su heredera, tan calumniada como pudo serlo el cinematográfo en sus orígenes, e inauguremos sin vergüenza la telefilia.
Se abre el telón. Vemos a Henry Kissinger introduciendo un DVD en el reproductor. ¿Qué película puede ocupar el tiempo del atareadísimo ex secretario de Estado? Sólo hay dos posibilidades verosímiles. Kissinger siente sobre su cabeza la espada de Damocles del Derecho Internacional y a su alrededor se agitan los fantasmas de las víctimas de su sagacidad política libre de escrúpulos, sólo sometida al pragmatismo de lo que él denominaba "realismo político" y otros "desvergonzado cinismo". No tiene tiempo para entretenimientos banales ni para experimentos formales.
 
Podemos conjeturar, pues, que o se dispone a contemplar el relato de lo que le hubiese gustado vivir en los años 70, si los acontecimientos se hubieran situado aún más en el límite y la tragedia: la quinta temporada de la serie 24, o bien pretende rememorar las intrigas palaciegas entre el Capitolio, el Pentágono y demás centros del poder: entonces echaría mano de la quinta temporada de El Ala Oeste de la Casa Blanca.
 
Concentrémonos en esta última. En 1996 el reputado guionista Aaron Sorkin escribe una película sobre un presidente demócrata (Michael Douglas) que se enamora de una periodista (Annette Bening) con un pasado un tanto delicado (quemaba banderas de los EEUU como forma de protesta), lo que daba pie a Sorkin para poner en escena un vibrante discurso, aunque ingenuo, sobre las salvaguardas de las libertades constitucionales.
 
Martin Sheen.El modelo de un presidente luchando como un quijote de la política, en la estela de Woodrow Wilson y JFK, contra la injusticia, la ignorancia y los prejuicios, además de hacer las delicias de José Luis Rodríguez Zapatero, inspiró al guionista una ambición mayor: sumergirse en los entresijos e intersticios de la cocina política, en la que se cuecen las negociaciones, los acuerdos y desacuerdos que orientan la vida de los ciudadanos; arrojar luz sobre esa caja negra que los políticos profesionales tratan de velar al escrutinio público.
 
Sorkin creó un producto cinemáticamente dinámico, intelectualmente complejo, emocionalmente lírico, con ribetes épicos. Todo ello sazonado con un aroma irónico, un romanticismo adolescente y una rapidez endiablada. Los pasillos del Ala Oeste de la Casa Blanca, donde trabajan y viven los estajanovistas fanáticos de la política que forman el equipo del presidente Bartlet (Martin Sheen), se convierten en cintas sin fin en las que las réplicas y contrarréplicas entre demócratas, republicanos, extremistas evangélicos o el lobby gay de Hollywood nunca llegan a convertirse en una cacofonía gracias a la dirección firme de Sorkin.
 
Se temía que en la quinta temporada la intensidad de la serie sufriera debido al abandono de su creador, inmerso en problemas de drogas y conflictos con la productora. El relevo lo tomó John Wells, el productor ejecutivo. Y, salvo para los fans totales del estilo Sorkin, no cabe hablar de pérdida de calidad. En mi opinión, todo lo contrario.
 
Sabedor de que era imposible continuar con esa línea de idealismo un tanto de opereta, Wells ha robustecido la dimensión política, haciéndola más dura, más difícil, más oscura, más rica en voces y planteamientos. Si al inicio de la serie el presidente Bartlet aparecía casi como una marioneta bufonesca, a pesar del premio Nobel de Economía y el máster en Teología (católica), en esta quinta temporada, tras el calvario del secuestro de su hija y su momentánea dimisión del cargo, en el que es sustituido por el portavoz republicano en el Senado (John Goodman), aparece en su clímax de poder, sabio y solitario, con un aura de depredador.
 
Varias de las entregas son magistrales. Citemos algunas. En el capítulo "The stormy present" Bartlet visita la casa de un recientemente fallecido ex presidente (un trasunto de Ronald Reagan) y se encuentra con un peculiar cementerio de elefantes: una reproducción exacta del Despacho Oval. Ahí encontró la muerte el referido ex presidente. La soledad del corredor político de fondo es mostrada en todo su esplendor y miseria.
 
En "Slow news day" el director de Comunicación, Toby Ziegler (Richard Schiff), diseña una "conspiración" a espaldas de la política y con la vista puesta en la Historia (también conocida como "largo plazo con ínfulas") para salvaguardar el sistema público de pensiones. A los liberales les satisfará especialmente "Talking points", una de las más didácticas, brillantes y profundas ilustraciones de la necesidad del libre comercio para la prosperidad y riqueza de las naciones, dado que se trata de un proceso de intercambio de suma positiva en el que las pérdidas son menores que las ganancias, si bien éstas son poco visibles, ya que hace falta recurrir a las frías cifras, es decir, a la razón despojada de la superficial sentimentalidad (para disfrutar aún más el capítulo es conveniente repasar Capitalismo, socialismo y democracia, de Schumpeter).
 
Pero la joya de la corona de la temporada es el capítulo "The Supremes". Si creen que en España tenemos problemas con la designación de los jueces del TC o el CGPJ, contemplen cómo se las gastan en los EEUU.
 
Una plaza de la Corte Suprema, el equivalente de nuestro TC, queda vacante tras la muerte repentina de uno de sus miembros. Dado que los cargos son vitalicios, para garantizar la independencia del Poder Judicial respecto del Ejecutivo, la lucha política entre demócratas y republicanos es similar a la que se produciría en un estanque infestado de tiburones si se arrojara una cabritilla.
 
En este caso no hay cabritilla, sino tres jueces: un moderado todo lo inteligente que puede ser un centrista, una tipa brillante (Glen Close) que tira al rojo todo lo que puede tirar al rojo un norteamericano (si exceptuamos a Noam Chomsky) y un joven conservador (William Fichtner) que posee una dialéctica imbatible y una presencia imponente y que haría cantar el aleluya a George W. Bush. Tres jueces, una plaza, una anécdota sobre gatos contada al azar y el talento combinatorio de Josh Lyman (Bradley Whitford), el Karl Rove de Bartlet, conseguirán una jugada maestra y una lección inolvidable sobre la dialéctica de las palabras y los conceptos, la clave de una democracia constitucional.
 
Finalmente, el avispero de Israel y Palestina les estalla literalmente en las narices, lo que les da pie para iniciar una estrategia de consenso entre las partes que retoma esa vertiente pedagógica consustancial a la serie. De nuevo nos podemos imaginar a Rodríguez Zapatero tomando apuntes del "proceso de paz" emprendido; también se han declarado seguidores de la serie los ya mencionados Kissinger y Rove o, aquí en España, gentes como Pedro J. Ramírez y Juan Cueto.
 
En definitiva, El Ala Oeste refleja con verosimilitud no exenta de cierto idealismo la actividad política, un cóctel de nobleza y mentira, abrazos y traiciones, que sólo es legitimado cuando tras todo ello se adivina el aliento de la libertad, el respeto a la ley, la lucha por la justicia y el compromiso con la tradición democrática que tan bien representa ese equipo de asesores que discuten, aman y se ríen en el ágora bartletiano.
 
Desde la elegante Tempestad sobre Washington de Otto Preminger no se había puesto tan convincentemente en imágenes en movimiento la praxis política en su doble vertiente de servicio a la ciudadanía –la aspiración al bien– y pacto con el diablo –la irremediable realización de actos abyectos–. Tras aquella campaña en que concurrió como candidato a la presidencia del Perú, Mario Vargas Llosa preguntó a Karl Popper si era lícito en política mentir en determinadas circunstancias. El filósofo respondió que jamás. Demasiado categórico y simplista, me temo.
 
 
Pinche aquí para acceder al blog de SANTIAGO NAVAJAS.
 
La quinta temporada de EL ALA OESTE DE LA CASA BLANCA se emite por el canal AXN y está a la venta en DVD.
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