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CRÓNICA NEGRA

Diez mil guardias civiles más, señor presidente

Los delincuentes detectan enseguida un estado en descomposición. Y resulta que la sociedad española hace aguas. Las bandas de niños golpean, roban y graban en sus móviles. En cuanto alguien se les enfrenta, ya tienen el paraguas abierto: "¡Ojo, que soy, menor!". Los agentes están a punto de tirar la toalla.

Los delincuentes detectan enseguida un estado en descomposición. Y resulta que la sociedad española hace aguas. Las bandas de niños golpean, roban y graban en sus móviles. En cuanto alguien se les enfrenta, ya tienen el paraguas abierto: "¡Ojo, que soy, menor!". Los agentes están a punto de tirar la toalla.
La policía española es muy buena, no nos cansamos de decirlo, pero está mal pagada, ha sido decepcionada con expectativas que jamás se cumplen y está a punto de ser desbordada por una delincuencia high-tech y despiadada. El gran hacedor del mundo de la ficción, José Luis Moreno, ha probado parte de esa violencia extrema y en lugar de denunciarlo se refugia de nuevo en su mundo inventado. Ni siquiera él está dispuesto a pintar la realidad. ¡Toma Moreno!
 
Antaño, los guardias civiles vigilaban los caminos; viajaban, sudor y temple, a pie de un punto, de un risco a otro. Los caminos rurales eran seguros y estaban despejados de bandoleros. Hoy en día, incluso en núcleos de población, puede haber alguien acechando por si otra como Amy Fitzpatrick, la chica desaparecida de Mijas, se despista. Hacen faltan diez mil guardias civiles más, que impongan autoridad en nuestros caminos y carreteras.
 
Dado que las elecciones están cerca, apuesten ustedes por la seguridad. Exijan que sus hijos puedan desplazarse sin miedo. En la sociedad ideal de la televisión, que no es el espejo en el camino, se ofrece un reflejo equivocado, quizá malintencionado. La niña grancanaria Sara Morales creía en este mundo tecnificado y vacío. Una cita en un chat la llevó a desaparecer camino de un centro comercial. El pequeño Yeremi, en la misma isla, pensaba que estaba seguro en la puerta de su casa y se hizo humo sin que nadie sea capaz, por el momento, de decirnos cómo.
 
Día tras día, la inseguridad aumenta. Y es que nadie se ocupa de la prevención ni de la inversión; de recompensar a los que se dejan el alma en los caminos y a los que, a fuerza de voluntarismo, se afanan de aportar estabilidad a la sociedad. Las leyes, obsoletas e inadecuadas, ayudan poco, y los juzgados están colapsados.
 
Zapatero.Las grandes batallas del Gobierno huelen a chamusquina. ¿Han descendido los muertos en la carretera? Un experto dice que las estadísticas no hacen el recuento como es debido. Lo que es seguro es que no ha bajado la violencia doméstica; incluso puede asegurarse que ha crecido desaforadamente desde la Ley Integral contra la Violencia de Género.
 
Los grandes medios de comunicación no explican lo que están pasando. Sucesos que ocurren en una esquina del país, importantes juicios o detenciones, no son reflejados en los grandes diarios nacionales. Cada vez las autonomías lo son más, en cuanto a los hechos criminales; una suerte de cantones solitarios y aislados.
 
Aquí no hay quien haga estadísticas fiables, prepare medidas o sea capaz de planificar un aumento de la seguridad. Hace falta, cualquiera que sea el próximo presidente, diez mil guardias civiles más, bien pagados y dotados con los medios oportunos.
 
Si la policía vigilara las calles como es debido, las bandas no nos habrían sumido en esta oleada de crímenes y atracos. Los delincuentes han llevado a cabo su particular "alianza de civilizaciones": justo ayer mismo cayó una banda albanokosovar con componentes españoles, con lo que ganaba fuerza y potencia.
 
La seguridad se cae del debate político, como si las desapariciones de Sara, Yeremi y Amy fueran algo a lo que tendríamos que irnos acostumbrando. En un mundo fuera de control, sería el sacrificio de unos pocos en pro de la supuesta libertad de todos. ¡Y un jamón con chorreras!
 
Se informa menos que nunca sobre la verdadera situación de las fuerzas del orden, se ningunea a los sindicatos policiales, que luchan por la mejor disponibilidad y aprovechamiento de sus miembros, se deja al público ayuno del esfuerzo imprescindible.... Las familias que tienen un desaparecido en casa merecen el premio a la paciencia. Algunas, que llevan años exigiendo que se les haga caso, que no se frene la búsqueda de sus seres queridos, tendrían que recibir la medalla al mérito en la bondad.
 
España pierde de modo sostenido y constante niveles de seguridad. Los que viven en urbanizaciones aisladas no sólo corren peligro en cuanto anochece, sino que se arriesgan a desaparecer o a perder a sus seres queridos por veredas, atajos y lugares solitarios poco vigilados.
 
Hubo un tiempo en el que se cerraron cuarteles de la guardia civil caminera. Ha llegado el momento de reabrirlos. A la vez, se ha hecho imposible la subsistencia de los jóvenes policías que se incorporan a la vida en las carísimas ciudades, mucho más caras en los últimos meses de desgobierno, por lo que en cuanto pueden escapan a lugares más tranquilos y, sobre todo, más baratos.
 
Los delincuentes que vienen de fuera, de países donde la brutalidad policial los barre y las prisiones se parecen a mazmorras medievales, están encantados con lo que aquí encuentran: policías que dudan en sacar su arma porque, si la utilizan, la bala puede volverse contra ellos, cárceles de cinco estrellas en las que se está calentito en invierno y refrigerado en verano, con piscina y paddle...; y, a las primeras de cambio, disparan o golpean.
 
No es que haya que deplorar la humanización de los centros de detención, sino que las condiciones objetivas alientan a los delincuentes, acostumbrados a un trato más romo. Robar aquí es un placer poco penado; de hecho, con frecuencia sale gratis. La violencia extrema da un resultado magnífico en una sociedad blandita, replegada sobre sí misma, a la que los bárbaros del norte y del sur meten miedo con su sola presencia.
 
Lo dicho: diez mil guardias civiles más, señor presidente. Entrenados, preparados, pertrechados. Que devuelvan la seguridad a los pueblos, urbanizaciones, plazas, aldeas y carreteras.
 
Los conductores bajaban la velocidad al distinguir a un guardia civil en el arcén. (Por tanto, ni radares, ni puntos, ni amenazas de cárcel que criminalizan a los conductores. Más guardias en las carreteras). Y si un delincuente se cruzaba con la pareja en un camino solitario, literalmente se descomponía.
 
El Gobierno que salga de las próximas elecciones debería garantizar que se buscará con ahínco y los mejores medios posibles a los desaparecidos, así como el derecho a circular a cualquier hora por calles y caminos. Un derecho arrebatado a Yeremi, a Sara y, quizá, a Amy Fitzpatrick, la irlandesa de quince años…
 
 
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
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