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CRÓNICA NEGRA

Detectives en peligro

Viven de ser cuidadosos. Revisan todo varias veces. Apuntan nombres y lugares. Siguen a los sospechosos y tratan de conocerlos en su ambiente. A veces utilizan la última tecnología; siempre, sus dotes de sabueso. Son los detectives españoles.

Viven de ser cuidadosos. Revisan todo varias veces. Apuntan nombres y lugares. Siguen a los sospechosos y tratan de conocerlos en su ambiente. A veces utilizan la última tecnología; siempre, sus dotes de sabueso. Son los detectives españoles.
Los hay de todos los colores, y todos son buenos. En Barcelona vive Eugenio Vélez Troya, con más de ochenta años y la agudeza del primer día. Es el decano. Entre la tropa de velez-troyas, como si todos descendieran de él (en los años 50 vendió la camisa para irse a un congreso a Méjico y ampliar el horizonte de la profesión), los hay como Philip Marlowe y como Philo Vance, como Sam Spade y Hércules Poirot. Tampoco ellas se quedan atrás, con tan buen olfato como Kay Scarpetta. El caso es que en España los detectives hacen una gran labor, pero lo esencial es que el futuro es suyo. Cada día tendrán que hacerles más sitio, porque cada día hay más cosas que investigar.
 
El delito y el misterio se han hecho inmensos, y con esto ha llegado el peligro. Recientemente, en Madrid, fue asesinado uno de los detectives más conspicuos, Luis Hernández Bustamente, al que tuve el gusto de saludar en un congreso. Tal vez en el que me distinguieron con el premio de Detective de Honor por mi trayectoria profesional. Desde siempre les he admirado y seguido, les he llevado a mis programas, en la radio o en TV, y he hablado de sus problemas, aspiraciones y reivindicaciones. Todas justas, todas merecidas.
 
Los detectives privados, en España, prestan un enorme servicio a la sociedad, pero sus labores deberían ampliarse a todos aquellos casos que la policía no acaba de resolver, o incluso para complementar las investigaciones de aquélla. La seguridad privada es cada día más necesaria, lo que no resta mérito ni quita obligación a la pública.
 
Los detectives españoles, que son probablemente los mejor preparados de Europa, tienen grandes limitaciones legales, y son objeto de un recorte en sus actividades que ha quedado trasnochado. El peligro de las fuerzas del mal se ha hecho evidente. Los detectives, en España, no pueden siquiera llevar un arma para el desempeño de su trabajo. O sea, que cuando son objeto de una paliza no pueden echar mano del pistolón para defenderse. Eso debió de pasarle al bueno de Luis, que tras salir del trabajo de Feriarte fue a comerse un bocata de calamares en la calle Alcalá y luego a un local de copas, quién sabe si por distracción o por seguir una pista. El asunto es que le golpearon y su cuerpo apareció en un descampado, amoratado, con las manos atadas con un cable eléctrico, amordazado y con una bolsa de plástico como capucha.
 
Se investiga si fue torturado, y el móvil de la agresión. Pero Luis debía de temerse algo, porque había solicitado una licencia de tiro olímpico, que es la única forma de tener una pistola legal, aunque no llegó a comprarse la Beretta que planeaba. Le pillaron por sorpresa, indefenso, y su muerte ha indignado, justamente, a toda la profesión.
 
Es el primer asesinato de estas características que sufren los detectives, y quizá sea la señal de que las cosas no pueden seguir así. Semanas antes otro detective sufrió una agresión en Cartagena, Murcia, que le dejó en coma y le ha hecho perder un ojo. Fue atacado mientras hacía su trabajo.
 
Recientemente, el Colegio de Detectives de Cataluña me concedió el honor de adjudicarme el Premio al Mejor Periodista de Investigación. El hecho de que los que más saben de investigar reconozcan tu trabajo es un gran honor. Lo agradezco mucho, y me impulsa a llamar la atención sobre las condiciones de la profesión. Corren riesgos a cuerpo limpio, y aunque no se rinden –ahí está el gran Javier Iglesias Asuar, o Julio Gutiez, actual presidente de la Asociación Profesional, que se han entregado para que se reconozcan los derechos de todos–, ha llegado el momento de impulsar el pronto reconocimiento de su esfuerzo.
 
La complejidad de la sociedad en que vivimos necesita de más amplias competencias a la investigación y de quitar limitaciones a aquellos que quieran invertir en que "lo suyo" tenga rápida respuesta. Ya están en los colegios profesionales, luego debe venir el paso siguiente. Y, mientras, debe concedérseles la posibilidad de que incrementen sus niveles de protección.
 
En nuestro país ha habido detectives que han descubierto al autor de un crimen muchos años después de haber tenido lugar el hecho de sangre, o que han encontrado desaparecidos, trabajo que requiere de mucha dedicación y competencia. Sus asuntos habituales tienen que ver con la industria, y se enmarcan en los ámbitos de la protección y la localización. Tratan de adelantarse a las circunstancias, y sucede en ocasiones que, tirando del hilo, encuentran lo que no buscaban. Su trabajo se ha vuelto más y más peligroso. Hasta el punto de que si no les suceden más cosas es por el cuidado que ponen.
 
Eficientes, entregados, constantes, buscan su hueco en la organización social, que se ha hecho más turbia y necesitada de investigación. El crimen organizado ha llegado para complicarlo todo, incluso las actividades más inocentes, como el seguimiento de un adolescente que frecuenta malas compañías.
 
Una de las hipótesis sobre el asesinato del detective Luis Hernández apunta a las mafias colombianas, por la tortura y el método de asfixia de la bolsa del hipermercado. Era un hombre corpulento, capaz de deshacerse a la vez de dos agresores, pero es probable que le amenazaran con un arma y fuera secuestrado de forma cobarde.
 
En España los detectives privados no han protagonizado demasiadas novelas, porque su actividad y su entereza no son suficientemente conocidas, pero son los que más saben de investigación. Doy fe.
 
 
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
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