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CÓMO ESTÁ EL PATIO

De La Furia a La Roja: crónica de un declive

El destino de la Selección de fútbol en las grandes citas ha sido siempre la eliminación en cuartos. Después de unos comienzos dubitativos, el equipo sorteaba la primera fase, ganaba con solvencia el partido de octavos y caía derrotado en cuartos, de de forma heroica, eso sí: aún le debe de estar sangrando la nariz al bueno de Luis Enrique.

El destino de la Selección de fútbol en las grandes citas ha sido siempre la eliminación en cuartos. Después de unos comienzos dubitativos, el equipo sorteaba la primera fase, ganaba con solvencia el partido de octavos y caía derrotado en cuartos, de de forma heroica, eso sí: aún le debe de estar sangrando la nariz al bueno de Luis Enrique.
Esto era así hasta que, asombrosamente, ganamos la última Copa de Europa de Selecciones Estatales, victoria sorprendente no porque los chiquillos jueguen mal al fútbol, sino porque en otras ocasiones hemos tenido también un gran conjunto sin que por ello dejáramos de observar la tradición ancestral de no pasar de cuartos, que tantos amigos nos ha granjeado a lo largo y ancho del planeta.

Pero fue ganar la Eurocopa y las televisiones progresistas, es decir todas las estatales que habían comenzado a llamar "la Roja" a nuestra Selección Nacional, decidieron insistir en el invento; como si en vez de al equipo de fútbol que nos representa fuera de nuestras fronteras se estuvieran refiriendo a una militante del PCE en la clandestinidad antifranquista.

Con el apelativo de La Roja, es evidente que no podemos aspirar a romper la inveterada tradición de caer en cuartos. El rojerío jamás ha traído nada bueno, sino todo lo contrario; pero como la moda de "la Roja" se ha impuesto, mucho nos tememos que vamos a tener que soportar el gafe inherente a semejante adjetivo.

Ya hemos empezado a notar su influjo en el primer partido del Mundial, disputado contra la selección estatal de un país tan absurdo como Suiza, que a todos los efectos resulta casi tan prescindible e innecesario como Bélgica. ¿O a lo mejor no? La Confederación Helvética es un estado en el que predomina el secreto bancario y donde los ciudadanos tienen derecho a poseer armas de fuego, con lo que la derrota de una selección socialdemócrata como La Roja ante semejante adversario tiene un componente de agravio añadido que sin duda ha hecho mucha pupa en los medios progresistas, que son prácticamente todos.

Son los mismos medios que ya habían declarado a La Roja indiscutible campeona del mundo: sólo faltaba que el desarrollo del torneo completara la clasificación. Y como La Roja iba tan sobrada a cumplir el trámite de disputar unos partidejos antes de levantar la copa, la derrota ante Suiza ha dejado descolocada a la mayor parte de nuestra prensa deportiva. Pero no se preocupen: como La Roja pierda contra Chile u Honduras y nuestros jugadores vuelvan a casa sin satisfacer el requisito mínimo de llegar a cuartos –hazaña negativa que sólo ha conseguido Javier Clemente en las últimas citas mundialistas–, la nueva línea de negocio de los profesionales de la información deportiva será competir entre ellos a ver quién coloca el último clavo de la crucifixión que le van a preparar al bueno de Vicente del Bosque.

Desde que la Selección se ha convertido en La Roja, cada vez nos cuesta más trabajo colocar una bandera de España en la fachada durante la disputa de los partidos, porque tal vez lo oportuno sería sustituir nuestra enseña nacional por una hoz y un martillo, o, como mucho, por la bandera de la II República, régimen que tuvo mucho de rojo y por eso terminó como terminó.

Cuando la Selección era La Furia Española teníamos defensas como Goicoechea y delanteros como Poli Rincón, que comían carne cruda en los descansos y acojonaban al rival sólo con mirarlo a los ojos. Nuestros jugadores ahora toman yogures desnatados y necesitan un tiempo adicional para quitarse los pendientes y darse crema hidratante antes de salir al campo. ¿Roja? Si acaso socialdemócrata, y muy, muy metrosexual.

¿A que no llegamos a cuartos? Justo lo que le faltaba a Zapatero
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