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CÓMO ESTÁ EL PATIO

Curso básico de antropología ferroviaria

Los viajes de larga distancia en tren son bastante aburridos por su duración; sin embargo, el vagón es un microcosmos muy apropiado para profundizar en el conocimiento de la condición humana.  


	Los viajes de larga distancia en tren son bastante aburridos por su duración; sin embargo, el vagón es un microcosmos muy apropiado para profundizar en el conocimiento de la condición humana.  

Sin llegar a las cotas científicas de experimentos sociológicos como el Gran Hermano de la muy progresista Mercedes Milá, un vagón de tren es también un pequeño laboratorio de antropología si se sabe aprovechar.

En un vagón que se precie siempre hay unos cuantos jóvenes, estratégicamente distribuidos, que se dedican exclusivamente a escuchar música en sus reproductores de mp3, ajenos a lo que se cuece a su alrededor. Esos no cuentan. También hay uno o varios profesionales liberales que despliegan sobre las mesitas del respaldo varios cientos de folios, informes y estadillos y su ordenador minúsculo, maldiciendo el traqueteo persistente. Finalmente, dos matrimonios talluditos que van a la capital a pegarse un fin de semana de lujo y una pareja de amigas cuarentonas con similares intenciones pero en distintos segmentos de ocio dan al conjunto ese toque entre abigarrado y cosmopolita tan tradicional en los predios de la Renfe.

Pero tal vez el tipo humano más característico de los viajes en tren de larga distancia sea el anciano locuaz, generalmente acompañado de su señora, que te cuenta su vida y milagros con el noble objetivo de evitar que te distraigas con películas, música y demás pasatiempos. También te pide abundantes explicaciones acerca de la tuya, no porque le interesen demasiado tus cuitas, sino simplemente por pasar el rato, aunque el rato sea de cuatro horas y media, que ya es tener afición.

El pureta ferroviario siempre escoge el asiento del lado del pasillo, para tener más capacidad de visión y mayor cercanía con los pasajeros de su alrededor. Nunca he visto a los ancianos varones ocupar asiento de ventanilla, seguramente por un impulso ancestral que lleva a los machos de la especie a ocupar lugares desde los cuales vigilan a la manada por si aparece algún peligro.

Los ancianos de los trenes son entrañables y sobre todo muy educados, y ni siquiera cuando sus esposas les recriminan la brasa que están metiendo al vecino son capaces de responder con un exabrupto. Me caen muy bien por eso y porque con toda una vida a las espaldas siempre hay temas interesantes o anécdotas sorprendentes que necesitan contar a alguien, porque con sus hijos o nietos no tienen ocasión de pasar cuatro horas seguidas sin estar delante de la televisión.

Como los empleados de la Renfe son extremadamente amables, durante el recorrido suelen agasajarte con algunas viandas e incluso con bebidas espirituosas, ágape que no pocos pasajeros desprecian en una actitud que a mí me parece deplorable, especialmente en lo referido al segundo grupo de refrigerios.

A veces, por acompañarte, el señor mayor del otro lado del pasillito se sirve también un gintonic, tal vez por primera vez en la vida, con lo cual ya sabes perfectamente que al rato la conversación se va a venir arriba, para desconsuelo de la pobre esposa, cuya cara comienza a reflejar unos irrefrenables deseos de llegar al punto de destino.

Si quieres trabajar, aunque sólo sea un rato, has de esperar a que las urgencias fisiológicas de tu interlocutor lo obliguen a visitar el excusado. Afortunadamente, la Naturaleza es sabia y las próstatas a partir de los setenta, extremadamente sensibles, así que, por más que se resista, al final la conversación sufre una interrupción forzosa.

A la vuelta a su asiento, finges un esfuerzo de concentración, como si estuvieras escribiendo en el ordenador las claves para desentrañar los misterios de la física cuántica. Pero sólo por un rato, porque nuestros mayores no merecen esa displicencia, así que tú mismo retomas la conversación con un "¿decía usted antes que...?" que al hombre le ilumina la mirada.

Además, todos, pero todos los que me he encontrado en estas situaciones, son oyentes de nuestra radio en mayor o menor medida. ¿Cómo negar un rato de conversación a personas mayores que además hacen gala de un gusto tan exquisito?

 

twitter.com/PabloMolinaLD

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