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PANORÁMICAS

CSI Las Vegas: la ciudad es criminal

El paso a la pantalla grande no le suele sentar bien a las series televisivas. Es como poner a correr los cien metros lisos a un maratonista: sencillamente, no es su distancia.

El paso a la pantalla grande no le suele sentar bien a las series televisivas. Es como poner a correr los cien metros lisos a un maratonista: sencillamente, no es su distancia.
La duración de los capítulos (45 minutos, por lo general) y su ordenación en temporadas permite un acercamiento íntimo a los personajes, hechos y atmósferas de las series de TV. De ahí que podamos estar enganchados a los adrenalínicos aconteceres de Jack Bauer, la mafiosa familia Soprano o la enrevesada política del ala oeste de la Casa Blanca con una adicción que tiene mucho que ver con la que padecían los lectores de las obras por entregas de Dickens, Hugo, Dumas o Conan Doyle. Por eso, en lugar de felicitarnos por los mediocres estrenos de las derivadas cinematográficas de Expediente X o Superagente 86, quizás hagamos mejor en tentarnos la ropa ante la posible desaparición de CSI Las Vegas. William Petersen ha anunciado que dejará de ser el racionalista jefe del turno de noche de la policía científica de la ciudad de los casinos. Seguirá vinculado a la serie como productor ejecutivo, pero ¿qué será de nosotros sin la bonhomía irónica de Gil Grissom? Aunque, a diferencia de lo que ocurre en CSI Miami y CSI Nueva York, la original concepción de centrarse en la resolución científica de los crímenes tiene suficiente recorrido y fondo, por lo que es muy probable que sobreviva a la desaparición de aquél.
 
En primer lugar, porque el protagonista principal sigue ahí: la nocturna, viciosa y brillante ciudad de Las Vegas. A diferencia de sus sucedáneos de la Costa Este, Las Vegas parece la resurrección victoriosa de Sodoma y Gomorra. Enclavada en el cegador desierto de Nevada, donde hay un montón de hoyos con multitud de problemas enterrados, Las Vegas parece habitada por zombis en busca de dinero, depravación y diversión, todo ello concienzudamente anudado, incluso de día. Si Elvis sigue vivo, estará allí, más gordo y pegado a una tragaperras mientras tatarea "City by nigth" ("Viva Las Vegas" sería demasiado obvio).
 
Y es que, como decía Rothstein, el mafioso judío interpretado por Robert De Niro en el Casino de Scorsese, "Las Vegas es el lugar para vender a la gente sueños por dinero".
A tíos como yo, Las Vegas les lava los pecados. Es como un autolavado de moralidad. Hace por nosotros lo que Lourdes por los jorobados y los tullidos. Y con la legitimidad viene el dinero, toneladas de dinero. ¿Qué creen que hacemos aquí, en mitad del desierto? Es por todo este dinero. Es el resultado final de todas las luces brillantes, los viajes de regalo, el champán, las suites gratis, las tías y la bebida. Está todo montado para que nos quedemos con su dinero. Ésa es la verdad acerca de Las Vegas.
También es posible que la serie sobreviva al mutis por el foro de la producción de Petersen porque su equipo de polis científicos tiene entidad suficiente para sostener las tramas. Catherine Willows, Warrick Brown, Nick Stoke, Sara Sidle, Jim Brass, Albert Robbins y Greg Sanders forman algo así como el equivalente de Los Vengadores de la Marvel. Thor, Iron Man o el Capitán América van y vienen, pero el espíritu del equipo permanece. Un espíritu sin duda aquilatado por la moral de Grissom –no confundir con la moralina de Horatio Caine en Miami–, en la que se combinan la pasión por la verdad, el respeto a los procedimientos, una ironía que no degenera en sarcasmo y un savoir faire que se atiene estrictamente al fair play.
 
Sólo de pasada –al fin y al cabo, esto es una serie para ser emitida en abierto– nos dejan ver que, como era el caso del ingenioso detective de la altiva figura de Conan Doyle –que retrató a la perfección Billy Wilder en La vida secreta de Sherlock Holmes–, la cara oculta de un intelecto de primer orden puede ser tenebrosa: el sadismo de Brass, la inseguridad de Sara, la ludopatía de Warrick, la neurastenia de Catherine…; incluso el que parece más equilibrado de todos, Nick Stoke, atrajo el sadismo neurasténico de Tarantino, que al final de la quinta temporada dirigió dos capítulos gloriosos, titulados "Grave Danger".
 
Por último, pero a efectos materiales lo más importante, reparemos en su creador, Jerry Bruckheimer. Seguramente lo conocerán, que dirían en Los Simpson, por éxitos tan palomiteros como Top Gun, Con Air, Armageddon, Pearl Harbor o Piratas del Caribe, cine que va al grano, sin concesiones a la crítica y con un estilo blanco que lo hace digerible para todos los públicos. Bruckheimer es un tipo que piensa que trabaja en el sector del transporte: "Nuestro negocio es transportar las audiencias de un lugar a otro"; y si el pueblo ha decidido temporada tras temporada, de Estados Unidos a España, que CSI Las Vegas es algo que merece la pena, ¿quién es él para hacer pasar un mal rato al director de su oficina bancaria?
 
Tras ocho temporadas –en España estamos con la sexta–, lo cierto es que cada vez nos importan menos los criminales, esos descerebrados que se dejan llevar por un sistema límbico sin freno, y más los científicos forenses. Abducidos por la brillantez de las pantallas de plasma, las paredes transparentes, las impolutas mesas del despiece humano, la poderosa información que suministran las bases de datos, las panorámicas a vista de pájaro carroñero de Las Vegas, los contrapicados desde los nidos de serpiente realizados al desierto, los travellings espirales al interior del cuerpo humano a través de heridas –persiguiendo hematomas suturales, puntas de cuchillo incrustadas en costillas o extraños cuerpos alojados en cavidades no diseñadas para ellos–, terminamos, también nosotros, siendo unos agentes más a las órdenes del racionalista Grissom contra los cantos de sirena de la ciudad criminal y postmoderna, acatando como espectadores su máxima para investigadores:
Olvídate de los testigos, olvídate de la víctima, olvídate del sospechoso, y concéntrate en lo único que no puede mentir: las pruebas.
CSI LAS VEGAS. Creadores: Jerry Bruckheimer y Anthony E. Zuiker. Intérpretes: William Petersen (Gil Grissom), Marg Helgenberger (Catherine Willows), Gary Dourdan (Warrick Brown), George Eads (Nick Stoke), Jorja Fox (Sara Sidle), Paul Guilfoyle (Jim Brass), Robert David Hall (Dr. Albert Robbins), Eric Szmanda (Greg Sanders). Calificación: Un clásico (8/10).
 
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