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CRÓNICA NEGRA

Criminales desconocidos

Son la cumbre del crimen. Matones que salen a la calle y disparan contra cualquiera. El pensamiento criminal alcanza así su mayor refinamiento. Todos son enemigos: cualquiera es el objetivo. Sucede con cierta frecuencia en las sociedades más avanzadas. Ya ha sucedido en España en distintas ocasiones, aunque nadie lleva la cuenta. Acaba de ocurrir, con unas horas de diferencia, en dos puntos distantes de Norteamérica.

Son la cumbre del crimen. Matones que salen a la calle y disparan contra cualquiera. El pensamiento criminal alcanza así su mayor refinamiento. Todos son enemigos: cualquiera es el objetivo. Sucede con cierta frecuencia en las sociedades más avanzadas. Ya ha sucedido en España en distintas ocasiones, aunque nadie lleva la cuenta. Acaba de ocurrir, con unas horas de diferencia, en dos puntos distantes de Norteamérica.
Ted Drake: SUICIDE (detalle).
Un individuo armado entró a tiros en un centro comercial de Salt Lake City, en el estado mormón de Utah. Otro acudió a una reunión en la Costa Este, en Filadelfia, Pensilvania. Llevaba oculto un rifle AK-47 y una pistola. A su paso dejaron nueve muertos. Y ellos mismos se inmolaron, en una agresión disparatada.
 
El chico de Utah es un joven bosnio, emigrante, que vivía en un apartamento en el que la policía busca "las razones de su sinrazón", como diría el Quijote. Sin encomendarse a Dios ni al diablo, salió de su casa fuertemente armado, se dirigió al centro de la ciudad del Lago Salado, entró en un bonito centro comercial construido sobre las antiguas cocheras de los tranvías, comenzó a pasear entre las luces de los escaparates y de repente alzó su arma y apuntó a una mujer que miraba los artículos expuestos en la tienda Bath&Body. La encargada vio al otro lado del cristal cómo la posible cliente caía fulminada por un balazo. Reaccionó con un ataque de pánico. Apagó las luces, cerró la tienda y se escondió. El joven siguió pasillo adelante arma en ristre, disparando a los clientes.
 
A su paso reventaban los cristales y se producían carreras enloquecidas. Los empleados de las tiendas buscaban un hueco donde hacerse invisibles. Antes de que la policía consiguiera liquidarlo, el chico bosnio provocó la muerte de una joven de 15 años, de dos mujeres de 28, de un hombre de 24 y de otro de 52. Así pues, no distinguía edades ni género. Eran sólo vidas anónimas, de desconocidos, a los que no hace falta odiar, porque se odia a toda la humanidad.
 
El asesino tiene sus razones, aunque todavía no las hayan encontrado. Pueden estar en internet, ocultas en una web banal o en una libreta junto a la lista de la compra. Tal vez sólo las conozcan sus compañeros de juegos, porque el matador acababa de dejar la infancia. Lo que se debe saber es que no actuó de una forma enloquecida, ni por un propósito circunstancial. El primer francotirador famoso de los Estados Unidos, que se subió a la torre de una universidad para disparar contra los viandantes, sufría un tumor en la cabeza. Pero éste era la excepción. El resto de los asesinos de desconocidos no tenían malformaciones patológicas, que se sepa, aunque se sentían humillados por la sociedad.
 
Matar es una forma de quedar por encima. De ajustar cuentas con quienes te desprecian o te hacen de menos. Un chico de 18 años apenas ha tenido tiempo para sentirse humillado o golpeado por la vida, pero actualmente todo el mundo tiene mucha prisa. La deformación de la personalidad se provoca desde muy joven. Si salió de casa con el arma para liquidar a la gente, había decidido que era también el último día de su vida. Una especie de "duelo en O. K. Corral". Para entenderlo, se recomienda la lectura de la novela El primer pecado mortal, de Lawrence Sanders, escrita hace más de tres décadas, donde el protagonista es un frío criminal que mata a la gente de la calle con un piolet, la misma arma que utilizaron contra Trotsky.
 
Cuando la policía pudo revisar las instalaciones se encontró dependientes y clientes escondidos en los sitios más inverosímiles. Lo increíble es que los trató como sospechosos: los sacó a punta de pistola y los obligó a tenderse en el suelo con las manos en la cabeza. Lógicamente: ante criminales que no hacen distingos, los agentes tampoco. Véase lo urgente que es que se conozca el fenómeno y se desarrolle un protocolo de actuación.
 
No obstante, lo que ya sabemos es que el muerto es lo de menos: se trata de poner en orden la propia existencia. El asesino rinde cuenta ante sí mismo. Ya no necesita la cara ni la identidad del cadáver, sólo que la sangre deje de latir.
 
En Filadelfia, el autor de las muertes en el consejo de dirección de la compañía de fondos de inversión Watson se presentó a la convocatoria con un rifle de asalto. Mató a cuatro de los reunidos y ató y amordazó a otros dos. Luego se enfrentó a tiros con la policía, sabedor igualmente de que éste sería su último "día de furia".
 
Se sabe que había discutido con el consejo por un asunto de dinero; es decir, que su móvil podía ser completamente material y por lo tanto, hasta cierto punto, comprensible. Se guarda silencio sobre los detalles porque, curiosamente, mientras la gente demanda saber, la autoridad se avergüenza de lo que ocurre y pretende ocultar los motivos. Se apoyan en razonamientos aparentemente humanitarios, como "evitar el morbo", "suprimir el espectáculo de la muerte", "respetar los sentimientos y la memoria de los afectados"... Pero oiga, que el próximo tiroteo puede suceder en el centro comercial en el compro.
 
El crimen se aprovecha de la debilidad y la mentira; por lo tanto, cada vez se hace más fuerte.
 
 
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
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