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PANORÁMICAS

Corre, Tom, corre

Brian de Palma, John Woo... y J. J. Abrams. Parecería que, tras los magníficos realizadores de las dos primeras partes de Misión Imposible, la elección para la tercera está por debajo del nivel exigido. Pero Abrams tiene una sólida reputación como escritor y director de series de televisión, la especie audiovisual con más talento por metro cuadrado en EEUU. Felicity, Alias y Perdidos han sido series de culto, aunque no han acabado de cuajar en España.

Brian de Palma, John Woo... y J. J. Abrams. Parecería que, tras los magníficos realizadores de las dos primeras partes de Misión Imposible, la elección para la tercera está por debajo del nivel exigido. Pero Abrams tiene una sólida reputación como escritor y director de series de televisión, la especie audiovisual con más talento por metro cuadrado en EEUU. Felicity, Alias y Perdidos han sido series de culto, aunque no han acabado de cuajar en España.
La pirotecnia visual y sonora –busquen un cine con pantalla grande y un buen sistema THX– es mantenida por Abrams, cuyo objetivo es dotar de humanidad y fragilidad al superagente Ethan Hunt, interpretado por un Tom Cruise que sigue corriendo, como advirtió Javier Bardem, mejor que nadie. El núcleo dramático sería dilucidar si es posible que Hunt, un funambulista suicida pero terriblemente optimista, puede amoldarse a la dorada mediocridad de un amante esposo de clase media.
 
Misión imposible para Abrams: hacer de Hunt un cruce entre Alias, la agente antiterrorista, y Felicity, la sensible universitaria que busca el amor de su vida. Pero los intervalos sentimentales, entre bombazos que hunden puentes de Washington a Shanghai, pasando por Roma, y bombitas que estallan en el cerebro, suenan aún más falsos que la televisiva vida amorosa de Cruise.
 
La película comienza por la mitad de la historia. El malvado de turno, un gélido comerciante de armas de destrucción masiva interpretado por el recientemente oscarizado Philip Seymour Hoffman, amenaza con volar la cabeza a una chica a menos que Ethan Hunt le revele el paradero de un arma mortífera a la que, cariñosamente, denominan "pata de conejo". Uno, dos, tres... cuando llegue a diez disparará. A partir de ese momento, un flash back nos tratará de contar qué es esa "pata de conejo" que cuesta unos 800 millones de dólares y cabe en un termo, y cómo Hunt intenta compatibilizar su trabajo en la IMF (Impossible Mission Force) con una vida privada que culmina en boda (la ceremonia, por cierto, es uno de esos espectáculos bochornosos que nos brindan las comedias rosas hollywoodienses).
 
El sospechoso entusiasmo histérico de Cruise, adornado por la inhumana sonrisa de un trillón de dólares, como si se hubiera metido un chute religioso en vena, afecta a la verosimilitud del enjuague de querer dotar de vida íntima a un personaje sometido al dictado de la estrella más poderosa de la industria cinematográfica. Incluso el reparto –sólo sobrevive de las anteriores películas Ving Rhames– parece seleccionado con el criterio de hacer juego con la nariz ganchuda de Cruise. En el haber del ídolo de masas incluiremos su indiscutible valentía, pues tomó parte de las escenas más peligrosas.
 
Dado que sabemos lo que va a pasar, todo el pescado está vendido antes de empezar la función, el guión se llena de trampas fraudulentas que, más que sorprender, indignan por su arbitrariedad y simpleza. La trama es trivial, el desenlace es de risa y las escenas de acción apenas consiguen evitar la sensación de déjà vu. Abrams ha resumido en esta Misión Imposible III lo peor de sus tres series más famosas: la gazmoñería sentimental de Felicity, el suspense fraudulento de Perdidos y la acción predecible de Alias.
 
Con todo, la primera media hora, el rescate que hace Hunt de una agente de su organización secuestrada, tiene ritmo y hace sentir en el corazón del espectador la adrenalina que aquél inyecta a la chica para revivirla. Hay que esperar otra hora, en la que asistiremos incluso a un asalto al Vaticano desperdiciado visualmente, para encontrar la siguiente secuencia de acción interesante, cuando un puente se convierte en una trampa mortal al ser atacado por tierra, mar y aire, con Hunt defendiendo una posición en lugar de atacarla, como suele ser su costumbre. Sin embargo, el tramo final, que debería ser el más estimulante, se desinfla con lo que la sensación definitiva es que todo ha sido un soufflé mal cocinado.
 
¿Por qué no prescindirán de una vez por todas de cualquier macguffin, de todo sentido narrativo, de la manía de enhebrar la acción con alguna excusa sentimental? Lo que cuenta, lo que se recuerda de películas como Misión Imposible, o las de Bond, son las secuencias de acción o los ingeniosos diálogos, el gusto de la cita por la cita. Y las chicas. La atractiva pero sosa Michelle Monaghan, el amor verdadero de Ethan, simplemente desaparece ante la espectacularidad roja con que Maggie Q se pasea medio desnuda por los pasillos vaticanos.
 
Ethan Hunt es un atleta, pero no un irónico gentleman ni un sesudo patriota, así que su gracia reside en la consistencia de sus músculos y en su astucia ratuna para escapar de cualquier laberinto. Humanizar a Tom Cruise le costó la vida a Stanley Kubrick, que tuvo que rehacer gran parte de las secuencias que rodó con él en su testamento, Eyes wide shut. Cruise es perfecto haciendo de tipo de una pieza capaz de asesinar a alguien por no saber un detalle de la vida de Miles Davis, como en la estupenda Collateral. También es un estupendo anuncio de dentífrico andante. Pero si quiere competir con George Clooney como tipo sensible a la vez que guapo tendrá que dejar de mirarse fascinado en el objetivo de la cámara.
 
 
Misión Imposible III (EEUU; 126 minutos). Director: J. J. Abrams. Guión: Alex Kurtzman, Roberto Orci y J. J. Abrams. Intérpretes: Tom Cruise, Ving Rhames, Jonathan Rhys-Meyers, Billy Crudup, Simon Pegg y Laurence Fishburne. Producción: Tom Cruise y Paula Wagner. Calificación: Descafeinada (6/10).
 
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