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CÓMO ESTÁ EL PATIO

Con lo fácil que es salir de la crisis, oiga

La crisis económica que padecemos sólo puede afrontarse utilizando los recursos espontáneos que los ciudadanos anónimos empleamos de forma instintiva cuando atravesamos dificultades financieras. Si debemos mucho dinero e ingresamos poco, hay que reducir gastos en la proporción necesaria para poder cubrir las obligaciones de pago mensuales. Tan sencillo como eso.

La crisis económica que padecemos sólo puede afrontarse utilizando los recursos espontáneos que los ciudadanos anónimos empleamos de forma instintiva cuando atravesamos dificultades financieras. Si debemos mucho dinero e ingresamos poco, hay que reducir gastos en la proporción necesaria para poder cubrir las obligaciones de pago mensuales. Tan sencillo como eso.
El problema, trasladado a un país, es que los políticos no manejan su dinero, sino el de los contribuyentes, así que no tienen incentivo alguno para utilizar otra lógica que la que les beneficie en su carrera.

En España estamos manteniendo varios millones de manos muertas que viven del presupuesto. Y no me refiero sólo a los políticos: hay muchos más, a los que el estado socialdemócrata destina más de la mitad de los recursos públicos, previamente incautados a las personas hacendosas.

Si ven ustedes los presupuestos generales de cualquier administración, verán inmediatamente que los capítulos dedicados a transferencias de capital suman un poco más de la mitad del total. Es decir, de todo el dinero que anualmente los políticos extraen de nuestros bolsillos, más del cincuenta por ciento tiene como único objetivo acabar en los bolsillos de otras personas, que han tenido la vista comercial necesaria para constituirse en organizaciones de presión, de acuerdo con los intereses del gobernante de turno.

En España no hay festividad local, por más paleta que sea, que no cuente con la oportuna subvención, como no hay una sola organización no (sí) gubernamental que no cuente con un volumen de financiación pública superior en muchos factores a los recursos generados por sus afiliados. En tiempos de bonanza económica, esta circunstancia es un agravio moral y un insulto a la inteligencia; en mitad de una recesión atroz, es un suicidio.

Por tanto, hagamos como las familias cuando pasan por estrecheces económicas y exijamos a los políticos que actúen como hacemos los ciudadanos en similares circunstancias. El volumen de gasto superfluo que debería ser cortado de raíz en esta tesitura permitiría un desahogo de las cuentas públicas y un aumento muy sensible del dinero en poder de los ciudadanos, único remedio posible para afrontar con éxito una crisis de esta magnitud.

Estamos pagando a los sindicatos más de mil millones de euros anuales, sumando las aportaciones del estado central más las de las comunidades autónomas y los ayuntamientos, expolio que ya ni siquiera se preocupan de disimular falsificando la realización de cursos fantasma. El argumento sirve exactamente igual para las organizaciones empresariales. Como confiesan los propios líderes sindicales y patronales, con las cuotas de los afiliados no pagarían ni la luz; pero ése, amigos, es el problema de Toxo, Méndez y el resto de la alegre muchachada del sindicato vertical y la corporación de productores, no el nuestro.

Con los partidos políticos ocurre exactamente lo mismo, y lo que sorprende es que la mayoría de ciudadanos siga creyendo a pies juntillas la ficción de que si no inundáramos de dinero sus arcas corruptas la democracia desaparecería. Lo que desaparecería, en todo caso, sería la legión de bigotes especializados en el soborno al por mayor y las toneladas de propaganda electoral con que enmierdan las calles cada cuatro años, cuestiones ambas cuya extinción resultaría de lo más saludable. Los políticos profesionales ya cobran un sueldo excelente, y disfrutan de todas las gabelas atribuidas a su cargo, así que lo de financiarles además los enormes gastos que necesitan para mantener sus respectivas organizaciones es una estupidez de nuevos ricos que España no se puede permitir.

Las subvenciones, por otra parte, deberían estar prohibidas por una cuestión de ética elemental. Si van dirigidas además a un sector que insulta a la mitad de los contribuyentes (me refiero, obviamente, al cine español), a la ética se suma el factor estético, de gran relevancia también en las sociedades avanzadas. Sólo con eliminar el capítulo de subvenciones de los presupuestos públicos, los ciudadanos dispondríamos el doble del dinero que ahora manejamos para salir adelante. Hagan cuentas y verán cómo sería de confortable el tránsito por estos años de crisis de adoptarse esta decisión. Si además se suprimiera el impuesto de la renta, robo absurdo contra el que nadie protesta, nos situaríamos en pocos años a la cabeza del mundo desarrollado.

Ya sé que los artistas de la ceja y los liberados sindicales tendrían que ponerse a hacer algo útil por primera vez en su vida, pero la crisis exige sacrificios. Los veinte millones de trabajadores españoles lo llevamos haciendo a diario y no nos quejamos. Es sólo cuestión de ponerse.
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