Menú
PANORÁMICAS

Código 46: el Gran Hermano 'poshmoderno' según Winterbottom

Jean Luc Godard prefería hacer las críticas cinematográficas de las películas que le gustaban. A pesar de eso, escribió una frase lapidaria sobre una cinta de cuyo nombre no me acuerdo: "Desesperar del cine inglés sería tanto como admitir que existe". Y eso que en aquel entonces David Lean hacía algunas de sus obras maestras. En la actualidad es Michael Winterbottom el más famoso de los cineastas británicos.

Influido por el universo de los videoclips, ha realizado documentales sobre la inmigración (In this world) o la música de Manchester (24 Hour Party People), melodramas (con incursión en la pornografía light: 9 songs), incluso un western (El perdón). Impregnadas de un ambiente de diseño y a la moda, sus películas vienen a ser la versión cinematográfica de los electrodomésticos Bang & Olufsen: un minimalismo paradójicamente ostentoso, decididamente pijo.
 
Y es que Winterbottom es uno de los puntales del cine "poshmoderno", el neologismo paródico que ha acuñado María Teresa Jiménez combinando del término inglés posh (pijo) y el español "modernidad". Cada país cuenta al menos con uno de estos cineastas: Julio Medem (España), François Ozon (Francia), Tom Tywker (Alemania)... En el caso del inglés, se lo tiene bien ganado por su amaneramiento en la puesta en escena y lo plano de sus propuestas argumentales.
 
Ahora cambia nuevamente de tercio (aunque la producción es anterior a 9 songs) y nos presenta la película de ciencia ficción Código 46. En un futuro no muy lejano la sociedad está dividida en dos clases: los que tienen permiso para vivir dentro de las ciudades y los que viven en un desierto asolado, bajo el signo de una catástrofe ecológica que queda muy en segundo plano.
 
Los parias desterrados sueñan con obtener un permiso para poder entrar en la sociedad civilizada. William (Tim Robbins) es un inspector de una agencia de detectives enviado a Shangai para descubrir, dentro de la empresa que fabrica los salvoconductos de entrada y salida de las ciudades, al topo que los está sacando de contrabando. Para realizar su labor ingiere un producto, un virus, que le dota de una facultad de empatía capaz de leer los pensamientos. De esta manera descubre que el topo es María González (Samantha Morton), pero no la denuncia. Por el contrario, establece una relación con ella que le lleva a incumplir el Código 46 (una ley contra el incesto).
 
Hay tres temas que subyacen a la trama (por cierto, plúmbea y previsible): el reflejo de una lucha de clases futurista, la reducción de los individuos en la sociedad occidental a meros instrumentos de un orden racional-técnico superior y la dominación autoritaria que se establece mediante organizaciones (la principal de ellas es "La esfinge", omnisciente y omnipotente).
 
Los ecos de las grandes películas de la ciencia ficción contemporánea resuenan en las imágenes de Código 46: la amenaza ecológica de Blade Runner, pero sin la potencia visual de Ridley Scott; el enredo genético de Gattaca, pero sin su ajustado engranaje de suspense; la elegancia azul de Inteligencia Artificial, pero sin su densidad moral. También el romanticismo new age de Lost in traslation, pero sin la veracidad que transmitían Scarlett Johansonn y Bill Murray; o Olvídate de mí, pero sin el ajustadisímo guión de Charlie Kaufman. En ningún momento logra Winterbotton hilvanar con sentido y ritmo la relación amorosa de los protagonistas. En una película que se quiere sostener básicamente a través de la creación de una atmósfera seductora, la falta de química entre Robbins y Morton es un lastre insalvable.
 
Pero es que además el ambiente glamouroso resulta falso, carente de expresividad. Como suele suceder con los directores que provienen del videoclip, Winterbotton tiene una marcada tendencia a usar planos bonitos con una función meramente estética, lo que trivializa el sentido que quisiera alcanzar. Especialmente ridícula resulta la idea que tiene Winterbottom de la sociedad plurilingüe del futuro, que se podría calificar mejor de semilingüe, ya que es un inglés salpicado aquí y allá por expresiones en otros idiomas que parecen haber sido sacados del manual del turista accidental.
 
Todo en Winterbottom es pequeño, peludo, suave. Cálido y simplón, como un peluche, ha cambiado las armonías minimalistas de Michael Nyman por una banda sonora en la que se superpone un omnipresente y cansino chillout con las referencias ineludibles, en toda película a la moda que se precie, a los temas étnicos y un pop descafeinado.
 
Tan preocupado está Winterbottom en construir un look de ambiente lujoso y moderno que la trama queda desfigurada hasta la confusión, con lo que se obliga al espectador a rebobinar mentalmente para intentar cuadrar una historia estrambótica, que parece sacada de algún reality show. La voz en off de Samantha Morton no hace sino complicar una historia de por sí enrevesada. La atracción del morbo es la única baza de una relación que resulta inverosímil.
 
La interpretación política de la película no es obvia. Desde luego, puede ser vista como una sutil denuncia orwelliana de los mecanismos de control sobre los individuos, justificados (los mecanismos) por un presunto bien público superior. Pero, más allá de este tema, sobre el que se pasa de puntillas, late con más fuerza el típico catastrofismo medioambiental, culminado además en un desenlace en el que se equipara la vuelta a la sociedad avanzada, materialista y consumista, con la desmemoria y el mantenimiento del status quo.
 
Ya en In this world, una especie de documental en el que se seguía la huida de un niño desde Pakistán hasta Gran Bretaña, se contrastaba la libertad que daba la pobreza en el desierto con la penuria y el trabajo semiesclavo que al final encontraba el chico cuando llegaba a un Londres tétrico, mísero y opresivo. Como sentenció un crítico, "una espectacular bofetada a la hipocresía de la sociedad occidental".
 
En el caso de que prefieran el buen cine a la mística antioccidental envuelta en brillante oropel, olvídense de esta película.
 
 
Código 46. Director: Michael Winterbottom. Guión: Frank Cottrell. Intérpretes: Tim Robbins, Samantha Morton. Calificación: Intrascendente.
0
comentarios