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PANORÁMICAS

Cine y elecciones

La frecuencia respiratoria normal oscila entre las 12 y las 18 veces por minuto. Salvo que esté usted muy enfermo. Entonces la frecuencia puede subir a más de 40, que es también la propia de los recién nacidos. En cierto modo, nacer constituye un síntoma de la peor enfermedad: la que nos hace agarrarnos a los sufrimientos de la vida como a un clavo ardiendo.


	La frecuencia respiratoria normal oscila entre las 12 y las 18 veces por minuto. Salvo que esté usted muy enfermo. Entonces la frecuencia puede subir a más de 40, que es también la propia de los recién nacidos. En cierto modo, nacer constituye un síntoma de la peor enfermedad: la que nos hace agarrarnos a los sufrimientos de la vida como a un clavo ardiendo.

También la vocación política puede considerarse una enfermedad. La adicción al poder, con sus efectos colaterales; la capacidad de controlar y dominar las vidas de los demás. Por ello no es de extrañar que el modo usual de desalojar a los poderosos de sus poltronas haya sido históricamente el derramiento de sangre. El tiranicidio televisado de Gadafi nos evoca el de Julio César, el de Luis XVI, el del zar Nicolás II...

Por eso Popper insistía en que nuestras actuales democracias liberales tienen como característica fundamental el hecho de que en ellas se puede desalojar a los gobernantes sin necesidad de cortarles la cabeza. Serán muchos los que acudan a votar el 20-N con una actitud de cinismo desencantado, de resignación heroica, de perdonavidismo sapientísimo, sin darse cuenta de que ese humilde gesto de depositar una papeleta en una urna es un acto revolucionario por el que, con casi toda seguridad, serán desalojados del poder los que hace solo cuatro años prometían el oro y el moro, más en concreto el pleno empleo, aunque ahora se tienen que ir con el rabo entre las piernas, forzando la sonrisa hipócrita y alzando unas cejas que se convirtieron en un símbolo de esperanza entre sus huestes y hoy son sinónimo de payasada incluso para los que andan alejándose de ellas entre el desconcierto y la vergüenza.

El audiovisual no se ha prodigado en eso de mostrarnos las tripas del sistema electoral, pero cuando lo ha hecho ha estado brilltante y profundo Si no conoce la serie de televisión The House of Cards, realizada por la BBC en 1990, ya puede correr a verla online. Porque a través de las maquinaciones y puñaladas por la espalda que se atizan los políticos del Partido Conservador inglés tras la defenestración de Margareth Thatcher podrá ver a un político de la calaña de Alfredo Rubalcaba encarnado en la figura sinuosa, aviesa y astuta de Francis Urquhart (magistral Ian Richardson), la versión burguesa de Ricardo III, que asesina políticamente al primer ministro al que había prometido lealtad.

Ante la avalancha de lugares comunes, zancadillas de patio de colegio y hooliganismo que nos sirven los políticos y sus medios –empeñados todos en dar la razón al Platón que decía que la democracia es un invento decididamente sobrevalorado–, una puesta en escena como la de The House of Cards, tan lúcida y ácida, constituirá el mejor remedio contra la pretensión partitocrática de reducir el debate político a unas anoréxicas arengas, unos eslóganes de mercadillo y algunos insultos dignos de descerebrados.

Otras series y películas que han mostrado el sistema electoral, sus miseria y grandeza:

Un rostro en la multitud (1957)

Elia Kazan rodó una de sus mejores películas, el ascenso y caída de un político populista que surge del arroyo y llega a triunfar gracias a la televisión y la demagogia, valga la redundancia. Una combinación de Ha nacido una estrella y Más dura será la caída en versión política.

El último hurra (1958)

Un año después John Ford hizo un homenaje a la política a la antigua usanza, la que se hacía antes de la aparición de la televisión y las chorradas mediáticas que han hecho de los candidatos presidenciables productos ionodoros, insípidos y prefabricados. Magistral última secuencia, en la que Spencer Tracy camina contracorriente de la multitud (de la historia, de la tecnología, de la democracia) con una dignidad y un porte impresionantes.

Primary (1960)

Un documental que se centra en la campaña para designar al candidato demócrata a las elecciones presidenciales de ese año. Aunque el favorito era, en principio, Hubert Humphrey, finalmente fue el joven y carismático John F. Kennedy el que consiguió ser elegido. Primary es un excelente documental con un mínimo de elaboración en la puesta en escena gracias a la libertad de movimientos y de autonomía en el rodaje, así como al compromiso de sus autores (Robert Drew y Richard Leacock) con la imparcialidad. De este modo, consiguen hacer emerger las características más relevantes de uno y otro candidato, en especial el magnetismo arrebatador de los Kennedy, una especie de Beatles de la política.

Tempestad sobre Washington (1962)

Otto Preminger planteaba cómo un candidato a la Secretaría de Estado se topaba con el filtro de la investigación por parte del Senado. O cómo la democracia liberal no es una democracia populista, en el sentido de que incluso el poder del pueblo o el poder de los partidos está limitado por otras instancias constitucionales. El reparto, alucinante: Henry Fonda, Charles Laughton, Gene Tierney, Don Murray, Walter Pidgeon, Lew Ayres, Edward Andrews, Burgess Meredith, Franchot Tone, Peter Lawford.

Siete días de mayo (1964)

John Frankheimer planteó la posibilidad de que no hubiese más elecciones en los Estados Unidos. Burt Lancaster interpreta con su poderío habitual a un general del ejército al que le parece que la democracia ha dado todo lo que podía dar de sí y plantea sus dudas sobre el sistema de elecciones. ¿Sus argumentos? Mucho patriotismo y un montón de batallones.

El candidato (1972)

Un muy kennediano Robert Redford es usado por un asesor de imagen para diseñar al candidato ideal:

"Es demasiado atractivo, demasiado joven, y demasiado liberal para tener alguna posibilidad de ganar... ¡Es perfecto!"

Es muy recomendable para comparar el sistema norteamericano con el español: por ejemplo, en el primero se da una gran importancia a los debates televisados, por estas tierras ignorados o marginados. Magnífica la secuencia final, en la que el candidato Redford plantea a su asesor de imagen, una vez terminada la campaña electoral: "Y ahora, ¿qué?". Esperemos que Mariano Rajoy tenga la planificación de gobierno ya preparada para comenzar a trabajar el 21-N.

– El ala oeste de la Casa Blanca

Una de nuestras series favoritas centró su sexta temporada (2004-2005) en las elecciones presidenciales norteamericanas; adelantó con pasmosa exactitud el guión de la campaña presidencial americana entre Obama y McCain: el candidato republicano de centro es un maverick (un tipo heterodoxo) que tiene sus mejores enemigos en el propio partido, unos teocon a los que tiene que aplacar con un vicepresidente de su cuerda. En el otro bando, un candidato de una minoría étnica que juega las cartas del cambio, la esperanza y demás parafernalia lírica. Pero hay diferencias sustanciales. En la ficción los personajes son mucho más atractivos, sobre todo por lo que respecta al elegante, astuto, honesto y olímpico Alan Alda, que pierde en el sprint final por una crisis brutal asociada a una explosión nuclear. Pero no hay rastro en el personaje interpretado por Jimmy Smith del componente religioso-racial y la reivindicación de lucha de clases de Obama.

– En la piel de Jaques Chirac (2006)

He aquí el más divertido y profundo ensayo cinematográfico-político realizado en Europa en muchos años. Un irónico análisis de la clase política francesa a través de la figura del trepa por excelencia: Chirac, que condujo a Francia a su momento más bajo: el duelo que mantuvo con el fósil filofascista Le Pen. Que la izquierda en bloque tuviera que votar al candidato menos conservador fue gracioso pero no le quitó un ápice de gravedad a la tragedia.

A través de la voz en off de un pseudo Chirac que comenta las imágenes televisivas de sus treinta años de carrera política nos encontramos con la historia de la V República, cuando todavía había comunistas, la democracia empezaba a ser el regimen televisivo en el que finalmente se ha convertido y jóvenes con aspiraciones empezaban a destacar (por ejemplo, Sarkozy, que todavía se peinaba con flequillo y al que el Chirac de mentirijillas denomina "el enano de Neuilly").

Extraordinario cruce entre Maquiavelo y Gila, las recomendaciones políticas de este Chirac de ficción se resumen en... lo que decía Cela: "El que resiste, gana". Las reglas del políctico según Pseudojacques:

1. Estrechar manos a todo el mundo (el secreto está en envolverse los dedos con esparadrapo fino para prevenir las ampollas).

2. Decir a todo el mundo lo mismo. Así tendrán un recuerdo personalizado (por ejemplo, si no tienes más remedio que visitar un villorrio en el quinto pino, repite: "Está lejos pero es bonito").

3. Meterse a los periodistas en el bolsillo (¿de Prisa o EsRadio? Da igual, siempre y cuando sean rubias. Un guiño, un pisito, un soborno...).

4. El más importante: hacer justo lo contrario de lo que dijiste que harías (en El ala oeste de la Casa Blanca adornaban el cinismo con metáforas maquiavélicas: las campañas se hacen en verso, la gestión diaria en prosa).

a. Corolario: sólo los imbéciles no cambian nunca de opinión.

b. Corolario: las promesas sólo comprometen a quienes las escuchan.

c. Corolario: cuanto más gorda, más cuela.

5. Tener salud. Para comer, beber, contradecirse, estrechar manos, leer notas y, ¡horror!, lanzarse a la multitud.

a. Corolario: la política no tiene nada que ver con las convicciones o la cultura. Es ante todo (tener) jeta.

b. Corolario: lo que disfruté pasando por tonto en medio de tanto gilipollas.

6. Bombardear tu propio territorio.

7. Los lazos con el terruño, las raíces campesinas, los pies en la tierra ... Hay que hacer, ¡maldición!, la ruta de los catetos.

Habemus Papam (2011)

Se estrena este fin de semana una película sobre la campaña electoral más extraña y peculiar de todas: la que da lugar a la fumata blanca en el Vaticano. Irónico y peculiar, Nanni Moretti se introduce en la trastienda curial para, a través de la figura papal estresada y confusa interpretada por Michel Piccoli, elaborar una crítica ingenua pero ácida, como un chicle de fresa ídem, al poder político y reflejar el reverso de la erótica del poder: la angustia del mismo.

 

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twitter.com/santiagonavajas

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