Menú
CHUECADILLY CIRCUS

Capitol chic

La célebre colina del Capitolio, sede del Congreso de los EEUU, vive estos días un proceso revolucionario de consecuencias incalculables. Nancy Pelosi, la demócrata que hace un año prometió una "nueva dirección", ha encontrado la forma de poner fin al desprestigio de la institución, cuya popularidad es aún más baja que la del presidente Bush. Se dice que la ruta hacia el corazón de un hombre pasa siempre por dos lugares; ella ha elegido el más difícil.

La célebre colina del Capitolio, sede del Congreso de los EEUU, vive estos días un proceso revolucionario de consecuencias incalculables. Nancy Pelosi, la demócrata que hace un año prometió una "nueva dirección", ha encontrado la forma de poner fin al desprestigio de la institución, cuya popularidad es aún más baja que la del presidente Bush. Se dice que la ruta hacia el corazón de un hombre pasa siempre por dos lugares; ella ha elegido el más difícil.
Nancy Pelosi.
Incapaz de detener el declive económico del país e impotente ante las leyes intervencionistas de su partido, la presidenta de la Cámara de Representantes ha decidido pasar a la historia como la mujer que dijo "basta". Fiel a su herencia italiana, esta superba donna ha tirado por la borda cuatro décadas de feminismo radical y, siguiendo el ejemplo de su madre, tomado literalmente la sartén por el mango.
 
Ataviada con un bonito delantal haute couture y luciendo un exclusivo conjunto color rojo Valentino, la Pelosi ha irrumpido en la cafetería de la Cámara como Cristo en el mercadillo del templo y ha puesto fin a una serie de abusos que oprimían desde hace tiempo al pueblo americano. Con un sonoro bramido, y sin que se le moviera un solo diamante de la gorguera, acabó con la venta de cigarrillos e impuso una dieta basada en el cuscús de almendras, el cabracho a la plancha con gusto a pimientos amarillos y la fruta natural.
 
Parte de este movimiento hacia un Congreso más ecológico y "socialmente consciente" –como todo el mundo sabe, el pescado en América es baratísimo, y el cuscús el plato predilecto de las amas de casa del Bronx–, la lideresa ha introducido nuevos materiales que respetan la biodiversidad y combaten el calentamiento global. Por ejemplo, unas pajitas y cucharitas biodegradables que se derriten al entrar en contacto con cualquier sustancia líquida caliente, con el consiguiente peligro de mutación para todo el que las use.
 
La respuesta del líder de la minoría republicana, el simpático John Boehner, criado a base de maíz y carne roja en una granja de Ohio y fumador empedernido, no se ha hecho esperar: "Prefiero una comida cuyo nombre pueda pronunciar". Otros, igual de machistas e intolerantes que el primero, han osado emplear términos como "mierda" para referirse a la iniciativa de la principala.
 
Sin embargo, la reacción que más ha dolido a la representante de la ciudad de San Francisco –podríamos haber empezado por ahí– es la de los ayudantes de los congresistas, cuyos modestos salarios no les permitirán saborear las delicias exóticas y multiculturales que les han impuesto "por su bien". Fuentes de toda solvencia reportan la siguiente conversación mantenida entre la señora Pelosi y su hija, la directora de documentales Alexandra Pelosi:
– Mamá, has de comprender que la pierna de cordero y el marisco no son comidas normales. No te puedes imaginar la cantidad de gente que prefiere las hamburguesas, incluso en nuestro barrio.
 
– Desde que sales con tu ayudante de cámara te has vuelto muy rara. Dile a ése que si sus amigos no tienen para comer, que vendan el coche y usen la bicicleta, que además adelgaza; o que dejen de comprar chocolatinas, como dijo aquella ministra de la Thatcher que cuando dejó la política se puso a escribir novelas eróticas como las de la hermana de Joan Collins. Te lo tengo dicho, las de derechas son todas unas golfas; no hay más que verlas... O qué sé yo: en otros tiempos se decía aquello de: "Si no tienen para pan, que se compren bollos"; creo que la cita es de María Antonieta, ésa que acabó tan mal. Al menos yo me preocupo por su salud. Stupidi Americani!!
Mientras esto sucede al otro lado del Charco –Cristina Narbona, la ambientalista del "si no tienen agua, que beban cava", y sus coleguis ecofundamentalistas estarán tomando buena nota de ello–, en España los que no votaremos a ZP nos tapamos los ojos ante los últimos volantazos de Rajoy en plena curva cerrada.
 
Ruiz-Gallardón sale de la política por la puerta de atrás y Manu Pizarro ingresa en el foro cual nuevo fichaje de la serie Héroes. El maño está dispuesto a sudar la camiseta y a usar todos sus superpoderes, adquiridos a base de hincar los codos y pedalear cuesta arriba, para llenarnos los bolsillos a los que pagamos el alquiler con corticoles. Sus palabras y su recia figura me recuerdan a aquel personaje de La guerra interminable que advertía así a unos reclutas:
En este momento son 49 mujeres y 48 hombres. Dos muertes en la Tierra y una baja por motivos psiquiátricos (...) Les conviene saber que en esta etapa final se graduarán solamente cincuenta: la mitad. Y aquí la única manera de no graduarse es morir, y el único modo de volver a la Tierra, incluso para mí, es después de haber combatido.
Con un canto en los dientes se darían los genoveses si esta vez consiguieran la mitad, es decir, 175 de 350, y por ende el Gobierno en solitario y sin hipotecas. Y si no, guerra civil entre líberos y legionarios o gato por liebre tras abonar el peaje en Cataluña. No hace falta que les recuerde que aquí el voto es como un contrato de adhesión: todo de una vez y sin cláusulas de protección ni de desistimiento. Ni siquiera un número de bastidor o de motor para evitar que te vendan un cordero como si fuera un león, como le pasó hace poco al hermano de mi amigo David.
 
Resulta que el chico se compró un Skoda Fabia nuevo y nada más salir del concesionario se dio cuenta de que el vehículo, guiado por alguna fuerza de origen desconocido, tendía a ir peligrosamente a la derecha, con el riesgo de arrollar a su paso todo aquello que osara interponerse en su camino. Asustado, llamó al vendedor, Motor Pacífico, que se mostró incapaz de atenderle debido a la falta de personal. Se dirigió entonces a una filial del grupo en Leganés. De allí salió días después con su automóvil, cuya dirección había sido reparada, aunque manifestaba una incomprensible pérdida de potencia y una sospechosa pérdida de aceite.
 
Tras varias llamadas infructuosas, al final consiguió que el concesionario le facilitase un número de motor para así formular una reclamación. Cuál no sería su sorpresa cuando, al telefonear a Skoda, descubre que el número proporcionado por la marca no coincide con el que le había dado el vendedor. ¿Quién dio el cambiazo? ¿Quién miente? De momento, Hipólito ya ha presentado una denuncia y se pregunta si el motor de su coche no procederá de algún Lada de la época soviética.
 
Hasta la fecha, uno pensaba que eso del cambio de chaqueta, o el uso simultáneo de varias, que se trocan según por dónde toque entrar, se limitaba al género humano. Todo el mundo cambia de opinión, de trabajo o incluso de novia, pero hay un límite en el número de pareceres contrarios que uno puede albergar sobre un asunto al mismo tiempo. Las circunstancias cambian; algunos hombres no. Tal vez sea por eso que se inventaron las novelas, para que nadie se muera del susto si se entera de las cosas que los amigos cuentan de uno, ora movidos por la buena intención, ora presos de alguna debilidad.
 
Estoy seguro de que el lío del coche de Hipólito se resolverá pronto. Alguien reconocerá alguna terrible confusión –¿Pero ese motor no era para otro? Si es que a veces uno sabe por dónde entran los papeles pero no por dónde salen. Como hay tantas bandejas...– y todo serán renovadas sonrisas, apretones de manos y una indemnización. Por desgracia, las relaciones humanas no son una ciencia exacta; aquí no hay ni certificados ni peritajes que valgan.
 
El economista y sociólogo Max Weber nos recordó que el capitalismo se basa en la confianza entre desconocidos, y los economistas austriacos hablan del mercado como si de una institución natural de tratase. Se les olvidaron los trileros y los trotadespachos. ¿Y en qué se basa la democracia? En que nadie te cambie un Mercedes por un 600. Rajoy piensa que Pizarro no lo haría y Espe sospecha que Gallardón sí. Los madrileños los creen, pero no sé qué pensarán por ahí fuera.
 
 
Enquire within: chuecadilly@yahoo.es
0
comentarios